Según pasan los años
“El arte de hacerse viejo es un arte que el transcurso del tiempo ha impuesto a mi atención (...) No conviene vivir de recuerdos, lamentando los buenos tiempos idos o la desaparición de amigos del alma; esto no siempre es fácil; el propio pasado tiene cada vez más peso.”
Nuevas esperanzas para un mundo
en transformación, Bertrand Russell.
“Es un hombre de otro mundo. El y algunos de los de su raza viajaron desde una lejana
estrella hasta la Tierra (...) Vino en son de paz, pero la gente de la Tierra descubrió que él poseía una droga que podía impedir que las personas envejecieran. Le exigieron que comunicara su secreto, pero él se negó. Dijo que la gente de la Tierra ya tenía bastantes problemas sin la superpoblación. Además, a una persona no se le debe dar la oportunidad de vivir eternamente a menos que realmente se lo merezca.”
El oscuro designio, Philip José Farmer.
Por Martín De Ambrosio
La vejez es un invento de la modernidad. Al menos, la vejez de muchos: hasta la llegada masiva de la medicina la extrema senectud era un fenómeno raro, para pocos. Se cuenta que el atomista Demócrito de la griega Abdera, también llamado “el filósofo que ríe”, vivió más de 90 años; Sócrates tenía más de 70 cuando lo condenaron a muerte y no le importó; para referirnos solamente a la historia y no hablar de las fantasías del Antiguo Testamento con personajes varias veces centenarios. De todos modos, veraces o no, estos relatos narran fenómenos extraños, casi innaturales; durante mucho tiempo ni siquiera los reyes tenían acceso a la vida prolongada. Muchos morían –relativamente– jóvenes y no siempre a manos de un Robespierre que anduviera por ahí cortando cabezas. JuanPlantagenet, por caso, murió “viejo” antes de los 50 años por una fiebre que no pudo sortear, para no hablar de Felipe IV El hermoso que murió a los 46, o el citadísimo caso de Alejandro de Macedonia que murió a los 33. La cuestión es que, a pesar de que se ha logrado que una de cada seis personas en el mundo tenga más de 60 años, parece haber un límite biólogico infranqueable que ronda los cien años: la vida humana es finita y se estima difícil poder lograr que se extienda, digamos, por un par de siglos. Dado entonces este límite “natural”, los esfuerzos médicos se dedican a mejorar la calidad de vida y la dignidad de los viejos.
Sobre estos temas del envejecimiento –y de cómo se puede contribuir a su dignidad– trató la última reunión del segundo año del ciclo de Café Científico que organiza el Planetario de la Ciudad en la Casona del Teatro. Los expositores fueron Rodolfo Goya, bioquímico de la Universidad de La Plata e investigador del Conicet; Daniel Cardinali, biólogo de la Universidad del Salvador e investigador del Conicet, y Roberto Kaplan, médico de la UBA y director de la carrera de Especialistas en Geriatría.
La serie del Café se despide hasta el año que viene, del mismo modo que se despiden estas coberturas de Futuro.
Un limite a la vejez
Rodolfo Goya: –El avance de la medicina durante el siglo XX es tan grande que supera lo que se había hecho durante toda la historia anterior de la humanidad; si a eso le sumamos el mejoramiento general de las condiciones de vida, tenemos como resultado un aumento sin igual de la longevidad. A principios de siglo, la esperanza de vida en Estados Unidos era de 47 años y las enfermedades infecciosas, las principales causas de muerte. Hoy el promedio de vida en los países desarrollados supera los 70 años, y las principales causas de muerte son el cáncer y las enfermedades cardiovasculares. Entonces, uno podría imaginarse que si se pudieran eliminar todas esas enfermedades cardiovasculares (responsables del 40 por ciento de las muertes por enfermedad) la duración de la vida humana aumentaría enormemente. Pero no es así. Si se eliminaran estas enfermedades, la expectativa de vida sólo aumentaría un 10 por ciento; incluso si se terminara con los accidentes, aun así la expectativa de vida no excedería demasiado los cien años. Simplemente sucede que existe un límite máximo para la duración de la vida humana. Y lo que ha hecho la medicina es aumentar el promedio de vida de las poblaciones, pero no la duración máxima del ser humano. La mayoría de los hombres, históricamente, moría antes de los 40 años por las innumerables pestes; sin embargo, en casi todos lados hay relatos de algunos que sí llegaban a los 100 años. Hoy la mayoría de las muertes por enfermedad se da entre los 60 y 80 años, pese a lo cual los más longevos siguen sin superar los 100 años. Y es que todos los seres del reino animal tienen una longevidad máxima más o menos definida: la mosca doméstica vive unos 40 días como máximo, la rata 3 años, el gato 18 y el elefante 70 años. Este límite a la duración de la vida obedece a un fenómeno universal llamado envejecimiento, y del que se puede decir que es la última y más colosal de las “enfermedades” a la que debe enfrentarse la medicina en su lucha por prolongar la vida humana.
Teorias viejas
Rodolfo Goya (continúa): –Este hecho (es decir, que cada especie tenga su límite máximo de vida) y la variedad de ese lapso llamaron la atención de los especialistas. Surgieron entonces dos teorías para intentar una explicación: una decía que el envejecimiento era producto del desgaste del organismo frente a la acción agresiva del medio ambiente; la otra teoría decía que el envejecimiento está programado y se envejece en virtud de un plan de autodestrucción de los genes. Ahora se ha llegado a una especie de síntesis: ambos factores inciden de maneras más o menos diversas. Noexiste, sin embargo, acuerdo entre los investigadores acerca de la importancia relativa de cada uno de estos factores. De todos modos, que las etapas biológicas de nuestra vida se desarrollan en virtud de un cronograma definido es algo que todos reconocemos –consciente o inconscientemente– y tomamos como algo natural. Sabemos que un bebé nacerá desdentado y a los seis meses aparecerán sus primeros dientes de leche, que después van a ser reemplazados por su dentición definitiva; sabemos de las transformaciones psíquicas y físicas que sufrirá el niño al pasar a la adolescencia, etc. Ya cuando se fecunda el óvulo se pone en marcha un programa contenido en los genes que marcará las distintas etapas y el momento en que cada una de ellas empezará a jugar su partido. Esa primera célula ya contiene el mecanismo que marcará comienzo y fin de cada una de las etapas de nuestra vida; y se sabe que los fenómenos externos pueden ralentar o acelerar ese mecanismo de relojería. Sin embargo, está muy claro que hay rasgos que son hereditarios, e incluso varían con el género. En casi todas las especies, incluyendo al Homo sapiens, la hembra vive más que el macho. Inclusive en algunas especies, la longevidad de la hembra es el doble que la del macho, como en la mosca o algunas arañas.
Pero, ¿qué puede hacer la medicina al respecto? Bueno, voy a dar un par de posibilidades al respecto. A fines de la década del ‘60 y durante el ‘70 se pensó que el envejecimiento se debía a la disminución de la secreción de ciertas hormonas, particularmente las hormonas sexuales y la hormona de crecimiento. También surgió por esos años con mucha fuerza la idea de que los cambios hormonales que ocurren durante la pubertad podrían marcar el comienzo de la involución del timo (glándula muy importante para el sistema inmune). La hipótesis que se manejaba era que eso arrastraría en su caída al sistema inmune primero y al organismo entero después. Y hubo algunos experimentos que sostenían esa idea. En Italia se trabajó con unos ratoncitos que sufrían senilidad precoz: se les inyectó desde su nacimiento hormonas de crecimiento y hormonas tiroideas y así se lograba que no aparecieran los síntomas de vejez y que vivieran mucho más. Estos estudios hicieron imaginar por aquellos años que se estaba verdaderamente detrás de la pista para detener el envejecimiento humano. Pero resultó que aplicado a humanos, estos efectos restaurativos de las terapias hormonales eran transitorios o incluso podían tener efectos perjudiciales.
Otra posibilidad a tener en cuenta es la terapia génica, que anda por estos días dando sus primeros pasos como disciplina consolidada. Y es -simplificadamente– transferir o implantar en nuestras células genes sanos o “genes terapéuticos” para reemplazar a aquellos genes envejecidos o dañados por alguna patología. La terapia génica todavía no ha llegado a un grado de madurez tal que permita aplicarla en la medicina clínica; se espera que en poco años empiece a hacer sus aportes concretos.
Otra posibilidad es la nanotecnología, que consiste en la construcción y puesta en funcionamiento de instrumentos microscópicos (del tamaño de un átomo o de una molécula) que serían capaz de reparar nuestro ADN o nuestras moléculas orgánicas. Se cree que en 20 o 30 años ya pueda dar respuesta y tenga grandes impactos terapéuticos.
La vejez del sueño
Daniel Cardinali: –El sueño también envejece, de modo que ése va a ser el tema específico que yo voy a tratar esta noche. En medicina suele enseñarse al sueño como un capítulo de la neurología; y esto es un error porque en realidad el sueño no es un elemento neurológico de la actividad de nuestro cerebro. Compete a todo el organismo. Una persona que ha vivido 72 años tuvo su cuerpo 48 años despierto y 20 años en el “sueño lento” y unos 4 años en el sueño REM. En este último estadío, el cuerpo se desconecta de todos los sistemas de regulación fisiológica; no hay explicación para esto, es como si voláramos en un 747 en el medio del océano y repentinamente desconectaran todos los controles automáticos delavión durante 5 o 10 minutos; y eso se repite 5 o 6 veces cada noche durante toda nuestra vida. Es precisamente en ese momento que tenemos la actividad onírica, el sueño, cuya función parece ser la del aprendizaje, la memoria. Y eso hace que, nada menos, podamos tener recuerdos de cosas que nos han sucedido hace 30 años. Ahora bien, ¿dónde estuvieron aquellos recuerdos tanto tiempo? Porque es bien sabido que si una función cerebral no se actualiza se atrofia...
Lo que se pierde del sueño, según corren los años, es esa profundidad, ese ritmo lento de sueño que tenemos cuando jóvenes; eso se pierde cuando nuestro reloj va avanzando. Además se pierde la calidad de ese sueño; y llegamos a la situación de muchísimos adultos que no están bien despiertos durante el día porque tienen somnolencia, y no logran dormirse de noche porque tienen insomnio. Es el empobrecimiento de las dos partes del sueño.
Los sueños de la abuela no son iguales que los sueños de la nieta (muestra un dibujo donde sueñan ambas); el de la nieta es mucho más rico, con más ensoñación que el de la abuela. Hacia recuperar este sueño “higiénicamente”, es decir, sin pastillas, debe dirigirse la medicina.
Las maravillas del 2000
Roberto Kaplan: –La verdad es que nos pone muy felices participar de esta forma de transmitir el conocimiento que excede a las aulas formales, donde les enseñamos a gente que va a terminar haciendo lo mismo que nosotros... A ver, acá somos unas 200 personas, levanten la mano aquellos que están hoy en el Café Científico y tienen más de 60 años... Ajá... y de los que ya levantaron la mano, ¿cuántos toman más de una pastilla por día?... Bien. La pregunta no es menor porque si ustedes hacen un pequeño juego de imaginación, verán que una generación detrás de la de ustedes, la de sus padres, una reunión de este tipo difícilmente tendría esta proporción de gente de más de 60 años. En el siglo XX se produjo un enorme aumento de la cantidad de personas con esa edad; nunca jamás en la historia había habido tal porcentaje. En este momento se cree que de los 6 mil millones de habitantes que tiene este planeta, unos mil millones son personas de más de 60 años.
Lo sustancial es que personas viejas hubo siempre: hay registros del antiguo Egipto en los que se habla de los achaques de la vejez; siempre se habló de la cantidad enorme de años que vivieron Sócrates y Heráclito; siempre hubo gente que llegó a los 90 años. Lo que tenemos en la Edad Moderna es una modificación cuantitativa: hay mucha más gente que llega a estas edades.
Después de todo, la proporción de personas envejecidas que tiene cada sociedad es un índice del éxito de tal sociedad. Japón tiene más del 20 por ciento de personas de más de 65 años, los países escandinavos tienen una de cada cuatro personas en esa franja. Pero, claro, también son desafíos para estas sociedades mantenerlos, comienza todo un problema de gasto social, etc. Hay toda una serie de desafíos: ¿quién va a proveer los fondos para esta vejez extendida?, ¿quién nos va a curar? Porque en nuestras facultades todavía no hay un desarrollo curricular destinado a enseñar a cuidar a viejos de 85/90 años. Piensen que el envejecimiento es un hecho venturoso. Fíjense que la mortalidad infantil ya no es un marcador confiable de la calidad de las distintas sociedades; ahora se mide cuántas personas se mueren después de los 80 años, y eso es morirse cuando hay que morirse (igualmente, no hay que perder de vista que aún hoy en muchos lugares se sigue muriendo a los 40 años).
Médicamente, se puede decir que toda una serie de afecciones son controladas por herramientas médicas. Se controlan, a pesar de que no se curan totalmente como una neumonía que sana después de cinco días de antibióticos. Son enfermedades estas que exigen tratamiento, en las que se mejora el estado general del paciente, sin “cura definitiva”. Lo que hay de nuevo –y ésa es la visión optimista– es la posibilidad de unasobrevida de enfermedades que antes eran sinónimo de muerte inmediata. Hace 50 años era impensable vivir con ciertas fallas cardíacas con las que hoy se puede sobrevivir con dignidad; hay gente que ya tiene más de tres marcapasos y otra que se ha curado de más de un cáncer... Esto no puede ser mirado más que con optimismo.