› Por Jorge Forno
A lo largo de la historia, el arsénico se ha ganado un lugar entre los elementos químicos más glamorosos y a la vez más siniestros. Para los alquimistas, este elemento –que cuando se lo encuentra formando sulfuros aparece como un sólido de color amarillo o dorado– resultaba visualmente bastante similar al oro. Por ello, se lo consideró un ingrediente valiosísimo en la búsqueda de la píldora de la inmortalidad, la piedra filosofal o la transmutación para fabricar oro. A la vez que ciertas formas químicas del arsénico descollaron como un aristocrático veneno que acabó con la vida de papas, nobles y generales.
En el siglo XVI, el revolucionario y controvertido médico Philippus Aureolus Theophrastus Paracelsus Bombastus von Hohenheim, conocido como Paracelso, reivindicó al arsénico y le dio un lugar preponderante en sus prácticas médicas. Paracelso estaba convencido de que los conocimientos de los alquimistas deberían aplicarse a la medicina y así fue que el arsénico fue un caballito de batalla en tratamientos variopintos. Por esos años le tocó ser usado como purgante y agente antiinfeccioso. No solo eso, aplicado nada más y nada menos que por vía endovenosa, formó parte del tratamiento favorito de Paracelso para la sífilis.
Con el tiempo, su fama de panacea se desvaneció al mismo tiempo que se popularizaba el conocimiento de su toxicidad. Cruel paradoja la del arsénico, que dejó de ser parte de la promesa de vida eterna que buscaban los alquimistas o la cura de casi todos los males para conocerse en la Francia del siglo XVII como el componente principal del llamado polvo de la sucesión. Una herramienta química nada amable que al parecer era muy utilizada por esos tiempos para envenenar y sacar del medio a competidores molestos en pos de algún legado esquivo.
Su bien ganado y letal estrellato se agigantó al ser reconocido como protagonista destacado en ficciones de misterio y también en más prosaicos y modernos casos policiales.
En sus novelas, Agatha Cristhie demostró que el arsénico es infalible a la hora de envenenar. En pleno siglo XXI, mientras algunos científicos lo reivindican postulándolo como un elemento clave para la existencia de posibles formas de vida extraterrestre, otros tienen en la mira su más clásica y tóxica propiedad y se abocan a una cuestión más urgente: la relacionada con su papel como contaminante del agua.
El arsénico es, por desgracia, tan tóxico como abundante en la corteza terrestre. Forma parte de la composición de casi doscientos tipos de minerales y en ciertas regiones invade persistentemente las aguas profundas a partir de la erosión de rocas o eventos volcánicos. En la Argentina, el villano de las napas parece ser un tipo de sedimento muy común en la llanura pampeana –conocido como sedimento loéssico– que presenta en su composición ceniza o lava volcánica, rica en el implacable arsénico. En las aguas superficiales, los humanos aportan su granito de contaminación arsenical cuando realizan sin cuidados actividades extractivas o mineras.
De más está decir que el consumo humano de estas aguas contaminadas no es inocuo. Por el contrario, es un formidable problema médico que pone en riesgo la salud de unos catorce millones de personas en América latina, de los cuales cuatro millones viven en la Argentina. Se trata de un asunto que no es sólo de los científicos, sino que oculta una portentosa y vigente amenaza para los más desprotegidos social y económicamente en vastas regiones del mundo, particularmente en nuestro país.
A principios del siglo XX, una seguidilla de casos de trastornos cutáneos y cardiovasculares azotaron a los habitantes de la ciudad de Bell Ville. Sin conocer cuál era su origen, se bautizó a la enfermedad en relación con el nombre de la ciudad. Hasta que entre 1913 y 1914 un prestigioso médico de Rosario, Mario Goyenechea, relacionó los síntomas de dos pacientes bellvillenses con una prolongada intoxicación arsenical resultante del consumo de agua contaminada. Entre 1950 y 1951, otro médico, Enrique Tello, dedicó dos libros al problema sanitario de arsenicismo endémico que se había detectado en varias regiones de Argentina, Chile, Bangladesh, China, India, México, Perú, Tailandia, Estados Unidos y España. En el segundo trabajo, Tello denominó a la silenciosa, lenta y persistente patología Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico (Hacre).
El Hacre es un enemigo que permanece oculto hasta que muestra sus temibles garras. La intoxicación se produce al consumir agua contaminada con pequeñísimas dosis de arsénico durante un período prolongado. Para colmo de males, el arsénico no da pistas de su presencia en el agua, no altera su sabor ni color, ni el de los alimentos que se preparan con esa agua y las primeras manifestaciones de la intoxicación crónica pueden tardar diez años en aparecer. Desde alteraciones en la piel hasta cáncer de vejiga o de pulmón, este enemigo solapado afecta con más fuerza a personas desnutridas, niños y ancianos. No tiene cura y sólo la adopción de medidas preventivas de fuste permite hacer frente a tan esquivo enemigo.
Una curiosa película titulada Los muchachos de antes no usaban arsénico, se rodó en Argentina en los años setenta. Su trama era muy llamativa y llena de sorpresas, tanto que el veneno que escondían los protagonistas –unos muchachos de antes de apariencia inofensiva, pero muy crueles– no era arsénico. No se contará aquí el final de la historia que narra el film, pero lo que sí es seguro es que las apariencias engañan y también a los científicos.
Casi al mismo tiempo en que aquella película se estrenaba en Buenos Aires, una gigantesca acción para erradicar el consumo de aguas contaminadas en algunas regiones de la India, Pakistán y Bangladesh terminó derivando en una pesadilla arsenical.
Frente a una desenfrenada mortalidad infantil provocada por el consumo de agua contaminada por agentes infecciosos de toda laya, la Organización de las Naciones Unidas encaró un programa que dotaría de una fuente de agua alternativa a esas regiones, a partir de la realización de perforaciones. El consumo de agua extraída de las napas solucionó en aquel momento la cuestión de la mortandad infantil, pero generó un nuevo y gigantesco problema.
Los especialistas, concentrados en erradicar las bacterias patógenas, no tuvieron en cuenta otro letal enemigo, el arsénico presente en altas concentraciones en el agua extraída de las napas.
Con el correr de los años se desató una masiva proliferación de síntomas de Hacre, con un impacto en la salud pública mayor que el problema que se quiso solucionar. La experiencia puso en la escena internacional la necesidad de contar con medios eficientes y económicos para procesar el agua destinada al consumo humano.
Los alimentos contaminados con arsénico también provocan lentos y mortales envenenamientos, como saben los escritores de novelas y los envenenadores seriales que cada tanto pueblan las noticias policiales. Por ello, el problema del arsénico no solo se aparece en el agua de bebida sino también en los alimentos preparados o cocinados con el agua contaminada. La higiénica medida de hervir el agua para consumo humano antes de ser utilizada tampoco es una solución. Por el contrario, no elimina el arsénico y llega a agravar el problema aumentando sus concentraciones en el agua.
El Código Alimentario Argentino exige que la concentración del arsénico no supere los 0,05 miligramos por litro de agua destinada al consumo humano o a la producción de alimentos. Además los científicos, industriales de la alimentación y otros sectores involucrados discuten acerca de fijar una meta a mediano plazo para bajar este valor a 0,01 miligramo por litro.
A grandes rasgos existen dos formas de encarar este complejo problema. Una de ellas sería construir extensísimas y costosas redes que lleven agua apta para el consumo a las regiones que así lo requieran. La segunda es obtener métodos de purificación eficientes para quitar al arsénico del agua en el lugar en que se la extrae de los pozos.
Estos métodos podrían aplicarse en plantas potabilizadoras e incluso a nivel domiciliario.
En la Universidad de San Martín, un grupo de investigación encabezado por la doctora Marta Litter encaró el problema de los contaminantes del agua a partir del proyecto Remoción de arsénico, plomo y uranio mediante procesos de oxidación avanzada. Para ello se valen de tecnologías tan económicas como efectivas, que pueden utilizar agentes naturales como la luz solar, o elementos abundantes como el hierro cerovalente, una forma de hierro que puede hallarse en objetos tan comunes y aparentemente poco científicos como los clavos, tachuelas, tornillos, alambre y limadura de acero. Las nuevas tecnologías permiten obtener nanopartículas de hierro –partículas de un tamaño equivalente a la mil millonésima parte de un metro (10 elevado a la -9 metros)–. El hierro cerovalente es en jerga química un reductor que permite remover contaminantes tales como pesticidas organoclorados y metales y metaloides como el arsénico.
También recurren al versátil dióxido de titanio –presente de manera habitual en productos cosméticos–, que tiene la capacidad de remover una amplia variedad de contaminantes orgánicos e inorgánicos y hasta microorganismos.
El nanohierro no sólo es útil para eliminar el arsénico del agua durante el proceso de extracción y potabilización, sino que el grupo de investigación de Litter lo testea como una herramienta para la remediación de sitios contaminados. Aplicado por medio de una perforación y valiéndose de una corriente de nitrógeno, estas pequeñísimas partículas de hierro invaden pertinazmente el suelo. Una vez allí los contaminantes como el arsénico, el plomo y el uranio quedan atrapados, ya que se adhieren fuertemente al nanohierro, al que son mucho más afines –químicamente hablando– que a las aguas que contaminan.
El INTI –Instituto Nacional de Tecnología Industrial– también hace lo suyo y puso en marcha una experiencia piloto en la zona de Lobos para eliminar el arsénico del agua por un proceso de coagulación y filtración que resulta económico y sencillo de realizar.
Tanto está el problema en el tapete en nuestra región que en mayo de 2014 Buenos Aires será la sede del As 2014: 5º Congreso Internacional sobre el Arsénico en el Medio Ambiente. El tema de As 2014 es “Un siglo del descubrimiento de la arsenicosis en América (1913-2014)”, en conmemoración de aquel hallazgo de Goyenechea en sus sufridos pacientes bellvillenses.
En el encuentro, los investigadores expondrán las últimas novedades sobre el tratamiento de aguas contaminadas, el arsénico en los alimentos, las tecnologías de remoción y la gestión y políticas de mitigación. Será un paso más en la búsqueda de soluciones para prevenir y erradicar el Hacre y sus tóxicas consecuencias.
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