Sábado, 24 de mayo de 2014 | Hoy
CLAVES PARA LA EVOLUCIóN DE LAS MADRES
La abuela sabia, la abuela comprensiva, la abuela paciente, que nos cuida y nos cría cuando nuestra madre está ocupada, podría ser la clave para dos aspectos muy característicos de los humanos, dentro del grupo de los primates: ser muy longevos y de sociabilidad extrema.
Por Martín Cagliani
Entre los chimpancés es extremadamente raro que sus mujeres vivan más allá de los 35 a 45 años, que es justamente cuando dejan de ser fértiles. En los humanos, la fertilidad abandona a las mujeres para esa misma edad, sin embargo, su longevidad se extiende hasta por lo menos el doble que la de sus parientes primates. También ocurría en el pasado, entre cazadores recolectores. El porqué de esta diferencia suele explicarse con la “hipótesis de las abuelas”.
Los primates, grupo mamífero al que pertenecemos, junto con chimpancés, gorilas, orangutanes y demás, nos caracterizamos por tener crías que requieren muchos cuidados durante los primeros tiempos de vida. Pueden pasar varios años antes de que la cría adquiera independencia y pueda alimentarse por sí misma. Así que la madre primate debe esperar antes de poder tener otra cría. Este no es el caso entre los humanos.
Según la hipótesis de las abuelas, los seres humanos somos mucho más longevos que los demás primates gracias a que, en algún momento de nuestro pasado evolutivo, las mujeres que ya no eran fértiles ayudaban en el grupo a criar y a alimentar a sus nietos. De este modo posibilitaban que las madres jóvenes redujesen el tiempo entre parto y parto, al sólo dedicarse por completo a su hijo durante la época de amamantamiento.
Todas las mujeres primates dan a luz hasta los 40, más o menos, y envejecen tan rápido durante el período fértil que es raro que vivan más allá. Los humanos tenemos una esperanza de vida que duplica la de los demás primates. Incluso tomando en cuenta a los cazadores recolectores, entre los cuales la mortalidad es y era mucho más alta que entre las sociedades industriales.
Otra diferencia es que las mujeres humanas permanecen saludables durante todo su período de fertilidad, e incluso durante varias décadas luego de que ese período ha terminado. Todas las comunidades humanas incluyen gran cantidad de mujeres posmenopáusicas todavía productivas.
En 1997, los antropólogos Kirsten Hawkes, James O’Connell y Nicholas Blurton Jones propusieron que la preponderancia de las abuelas en la sociedad humana podría explicar por qué somos el único primate que vive tanto tiempo pasado su período de fertilidad. Recordemos que el fin último de todo ser vivo es multiplicarse, y que la evolución actúa favoreciendo adaptaciones que puedan asegurar ese fin. Así es que la existencia de las abuelas, mujeres que viven décadas sin poder tener hijos, resulta un tanto extraño.
Desde aquellos años se han realizado muchos estudios y se ha debatido mucho la llamada hipótesis de las abuelas. Pero va más allá de sólo querer explicar la longevidad humana, sino que puede explicar mucho de lo que nos define. El género humano se caracteriza por haberse expandido por muchos hábitats, y por haberse adaptado a muchos ecosistemas diferentes entre sí, en Africa, Europa, Asia y más recientemente en América y en Oceanía.
Con madres ocupadas durante años en la crianza de cada uno de sus hijos, esto no podría haber sido posible. La ayuda de las abuelas en la búsqueda de alimentos y en el cuidado de las crías ya destetadas puede explicar cómo fue que nuestro género se expandió de tal modo y también explicaría el aumento en la sociabilidad humana, especialmente entre los niños.
La hipótesis de las abuelas surgió de las observaciones antropológicas que Hawkes y O’Connell realizaron entre los cazadores recolectores hazda, de Tanzania, Africa, durante los años ’80. Entre estos recolectores, vieron que los niños pequeños buscaban y conseguían alimentos blandos, como frutas y bayas.
Cabe aclarar que, a excepción de los humanos, entre los demás primates es costumbre que cada uno consiga su propia comida, luego del destete. Pero los niños hazda no podían extraer y procesar los tubérculos, más abundantes y ricos en nutrientes. Son las mujeres mayores las que se ocupan de ello, mientras las más jóvenes están al cuidado de los niños que todavía están amamantando.
Según explica Hawkes en sus publicaciones, los primates que hace millones de años permanecieron cerca de los alimentos que incluso un niño recién destetado podía recoger y comer, siguieron el camino evolutivo que llevó a los grandes simios como los chimpancés, gorilas y orangutanes, nuestros parientes vivos más cercanos. Pero aquellos primates que exploraron nuevos ambientes, en los que existían alimentos que sólo los adultos podían procesar, como frutos duros, o la extracción y cocción de tubérculos, necesitaron de más ayuda, y allí fue cuando surgieron las abuelas.
Al presentar una ventaja adaptativa, la evolución favoreció que las mujeres viviesen más allá de su período de fertilidad, ya que posibilitaban que sus hijas pudiesen dar a luz más rápido, porque allí estaban las abuelas para ocuparse de proveer de alimentos a los niños ya destetados. Las mujeres más longevas podían dejar más descendientes y así tenían más chances de transmitir sus genes al resto de la población, por lo que la selección natural terminó favoreciendo un aumento general en la longevidad del linaje evolutivo que derivó en los humanos.
Una madre primate típica debe estar constantemente ocupándose de su cría, a veces puede recibir la ayuda de alguna hija mayor, pero sólo cuando la cría es lo suficientemente grande. Durante un largo período deben centrar su atención en una única cría. Las madres humanas de hace millones de años que contaban con la ayuda de las abuelas podían tener otra cría, mientras su madre se ocupaba de cuidar a la que acababa de destetar. Así es que el éxito reproductor de una madre de los primeros tiempos de nuestro género humano dependía más de la ayuda que podía conseguir para sus crías.
Así es como puede haber surgido una característica típica humana: la de buscar la atención constante de los demás. La cría que tenía más chances de sobrevivir era la que lograba atraer la atención de su madre o de su abuela. La antropóloga Sarah Hrdy, en un estudio publicado en 2009, se enfocó en el estudio de los problemas que surgieron de la crianza compartida, que vincula con la evolución de las capacidades emocionales y sociales que son típicamente humanas.
Hrdy resalta la evidencia de que los niños humanos son propensos a detectar y repetir lo que sea del agrado de sus cuidadores, madre o la abuela. El lograr la atención de los otros y la motivación para complacer a los demás son las bases para la distintiva vida cultural humana.
La necesidad de complacer a sus cuidadores no se ve en otros primates en estado salvaje. Sólo se ha observado en chimpancés, por ejemplo, cuando están en cautiverio y dependen de varios cuidadores, que a su vez tienen a otros chimpancés a su cuidado. Los bebés humanos casi desde recién nacidos sonríen y siguen con la mirada a sus cuidadores, algo que no ocurre entre los demás primates.
Los primeros humanos, tal vez hace unos dos millones de años, comenzaron a diferenciarse del resto de los primates en sus hábitos sociales, como una estrategia de supervivencia a un ambiente más duro. Aumentó la longevidad de las mujeres, pero no para tener más crías, sino para otorgar mayores posibilidades en la supervivencia de esas crías. Esto llevó a un rediseño de las costumbres sociales y a potenciar cada vez más la necesidad de agradar a los demás.
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