LA úLTIMA BATALLA DE LA EVOLUCIóN
Hubo un tiempo en que dos especies de homínidos que prometían compartieron un mismo espacio: los Sapiens y los Neanderthal. La cuestión es que una (por supuesto, los Sapiens) logró sobrevivir mientras que la otra (Neanderthal) quedó perdida en la profundidad de los tiempos. Qué fue lo que pasó es una incógnita que perdura y para la cual se han esbozado algunas respuestas, la más extraña de las cuales incluso sugiere que hubo una hibridación entre las especies. Las hipótesis, en esta edición de Futuro.
› Por Mariano Ribas
La era de los Neanderthal
El hombre de Neanderthal (Homo neanderthalensis) es uno de los ensayos evolutivos
más curiosos de la gran aventura humana. Estos homínidos corpulentos,
de grandes cerebros, frentes protuberantes y narices anchas aparecieron en Europa
y Cercano Oriente hace unos 200 mil años. La especie fue un desarrollo
local, aunque todo indica que descendía del Homo heildelbergensis, una
rama originada en Africa que habría ingresado al pequeño continente
hace unos 800 mil años (de hecho, los restos de los H. heidelbergensis
encontrados en las sierras de Atapuerca, España, son los más antiguos
de Europa).
Los primeros fósiles Neanderthal “oficiales” fueron descubiertos
en 1856 en la cueva Feldhofer, en pleno Valle de Neander, Alemania. De allí
el nombre de la especie. Sin embargo, hubo otros hallazgos previos, tardíamente
reconocidos, en la cueva Engis, en Bélgica (1830), y en Gibraltar (1848).
Y más allá de las primeras interpretaciones, que los pintaban
como seres toscos, salvajes e inútiles, durante las últimas décadas
los arqueólogos y paleoantropólogos se han cansado de juntar evidencias
que demuestran lo contrario: los Neanderthal eran una especie inteligente, hábil,
socialmente organizada y hasta refinada en ciertos aspectos. Fueron los primeros
que enterraron y homenajearon a sus muertos: se han encontrado tumbas con esqueletos
rodeados de piedras y armas. E incluso rastros de flores. Y además, introdujeron
una novedad culinaria: utilizaban el fuego para cocinar la carne de los animales
que cazaban con sus lanzas, hachas y elegantes cuchillas (entre ellos, osos,
ciervos y hasta mamuts).
Hace algo más de 100 mil años, esta especie euroasiática
todavía seguía haciendo de las suyas. Y lo mismo ocurría
en buena parte de Asia con los mucho más primitivos Homo erectus (aquella
especie pionera que comenzó a salir de Africa hace unos 2 millones de
años). Pero no eran los únicos: a esta altura, un nuevo modelo
humano estaba apareciendo en el mapa.
El camino del Homo sapiens
Aún hoy, con la ayuda de un abundante registro fósil, precisos
sistemas de datación y meticulosos estudios genéticos (que analizan
muestras de ADN extraídas a distintos grupos humanos de la actualidad
y las comparan con otras obtenidas de antiquísimos huesos) el origen
de nuestra especie sigue siendo controvertido. Y dos grandes teorías
se reparten las opiniones de la mayoría de los expertos (ver recuadro).
Lo cierto es que los fósiles más antiguos que definen al Homo
sapiens –de hasta 140 o 150 mil años– han sido encontrados
en la mitad oriental de Africa, desde Sudáfrica hasta Etiopía
y Marruecos. A diferencia de los Neanderthal, el moderno diseño de los
Sapiens era más “liviano”: cuerpos más altos y delgados,
miembros largos y finos, cráneos redondeados, narices no tan gruesas,
y arcos superciliares mucho menos prominentes. ¿Y el cerebro? Igual,
e incluso ligeramente más chico que el de los Neanderthal.
Todo indica que los Sapiens iniciaron su marcha desde Africa hacia el resto
del mundo hace alrededor de 100 mil años, probablemente impulsados por
razones climáticas y demográficas. Y su primera estación
fue la zona de Cercano Oriente. Era parte del reino de los Neanderthal. En algún
momento, difícil de precisar, debe haber habido un primer encuentro,
casual, pero tremendamente impactante para ambos grupos. Nuevos seres a la vista.
De lejos, las dos especies más inteligentes que hayan habitado este planeta
se miraban por primera vez.
Las cuevas de Israel
Es muy difícil saber qué pasó a partir de esta bisagra,
crucial en la gran historia humana. Lo cierto es que distintas pistas indican
que el encuentro debió haber ocurrido forzosamente. E incluso hace poco
se conocieron los resultados de una investigación que sugieren idas,
venidas y etapas sucesivas de dominio regional por parte de unos y otros. El
trabajo, a cargo de un equipo liderado por el arqueólogo Ofer Bar-Yosef
(Universidad de Harvard) y su colega John Shea (Universidad del Estado de Nueva
York) se centra en dos reveladores puntos de Israel: las cuevas de Skhul y de
Kafzeh. Investigaciones previas habían revelado que ambos lugares habían
sido habitados durante los últimos 130 mil años. Pero Bar-Yosef
y Shea descubrieron algo aún más interesante: las cuevas habrían
cambiado de dueño varias veces, alternando moradores Neanderthal y Homo
sapiens durante períodos de miles y miles de años. Los fósiles
hablan por sí mismos: en las capas superiores de las cuevas –por
lo tanto, las más recientes– se encontraron restos óseos
de los Sapiens. Más abajo, en un estrato de hace 47 a 65 mil años,
había sólo fósiles Neanderthal. Por debajo de ella, otra
capa que corresponde a un período que va de hace 80 a 130 mil años,
contiene, nuevamente, huesos de humanos modernos. Finalmente, en la última
capa –de más de 130 mil años de antigüedad– vuelven
a aparecer los Neanderthal.
A la luz de estos hallazgos, Bar-Yosef y Shea creen que, efectivamente, las
cuevas de Skhul y Kafseh (y buena parte del territorio que las rodea) delatan
una alternancia en la ocupación de la zona. Por otra parte, el hallazgo
demostraría que nuestra especie no pudo asentarse de una vez y para siempre
en esos sitios, sino que hubo una “recuperación” transitoria
(si acaso vale el término para un intervalo de unos 20 mil años)
por parte del Hombre de Neanderthal. Episodios semejantes bien pudieron haber
sido moneda corriente en otros puntos de Cercano Oriente y Europa, a medida
que el Homo sapiens fue desparramándose.
Un “juego” complicado
Al igual que otros expertos, Bar-Yosef y Shea no creen que la tecnología
o la inteligencia hayan determinado la suerte final de unos y otros. Más
bien esos eran aspectos en los que casi no había diferencias. Y si defuerza
bruta se trata, en ese caso los musculosos Neanderthal llevaban la delantera.
¿Entonces qué fue lo que pasó? Durante el encuentro anual
de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, celebrado hace
unos meses en Boston, Bar-Yosef dio su particular punto de vista: “La
batalla entre ambas especies fue como un largo partido de fútbol: los
Neanderthal jugaron muy bien, sólo que perdieron el partido”. El
juego, dijo el arqueólogo, consistió en varios cambios de posición
en el campo a lo largo de miles de años, durante los cuales los dos grupos
se alternaron la propiedad, en principio, de lo que hoy es Cercano Oriente.
Y luego, de Europa.
Cómo se resolvió “el juego” y la suerte final de la
especie perdedora es un misterio. No pueden descartarse la competencia por los
recursos naturales. Ni tampoco algunos enfrentamientos sangrientos; ambos grupos
usaban armas y, al menos en el caso de los Neanderthal, según reveló
una investigación realizada por el arqueólogo suizo Christoph
Zollikofer recientemente publicada en el revista New Scientist, a veces las
usaban contra sus pares. O cuestiones climáticas: “Las poblaciones
Neanderthal pueden haber sido llevadas al sur por los rápidos cambios
climáticos (frío intenso) que comenzaron a darse hace 75 mil años”,
dice Bar-Yosef. Lo indudable, al menos eso es lo que cuenta el registro fósil
(que presenta restos cada vez más cercanos en el tiempo a medida que
se avanza hacia el oeste europeo), es que los Sapiens avanzaron sobre Europa
mientras que los Neanderthal fueron retrocediendo más o menos a la par
hacia el extremo occidental del continente. Pero también existe otra
variante: a lo mejor, y en algunos casos, hubo cruzas.
Hibridos, dudas e implicancias
Esta es la inquietante historia que parece contar el “niño híbrido”:
a fines de 1998, el paleoantropólogo Eric Trinkaus y su equipo encontraron
un pequeño esqueleto humano incrustado en una formación conocida
como Lagar Velho, en el Valle Lapedo, Portugal. Los análisis posteriores
determinaron que los restos tenían una antigüedad de 27 mil años
(una fecha que coincide con la desaparición final de los Neanderthal)
y que corresponderían a un niño de 3 o 4 años. Lo notable
del caso es que sus rasgos eran mixtos: sus miembros eran medianamente cortos,
al estilo Neanderthal, pero su cráneo combinaba rasgos de esta especie
con otros del tipo Sapiens. En definitiva: según Trinkaus (y otros expertos
que examinaron el fósil), el niño representa la mezcla genética
de poblaciones Neanderthal y de Homo sapiens. Cruzas, con todas las letras.
El notable hallazgo ha sido citado como una de las más fuertes evidencias
de hibridación entre estas dos líneas humanas tradicionalmente
separadas. Y ayudaría a explicar, al menos en parte, y mediante una lenta
“asimilación”, la desaparición final de los Neanderthal.
De todos modos, hace falta encontrar más pistas similares, porque las
implicancias de esta arriesgada hipótesis son impresionantes: en sintonía
con algunos estudios genéticos (como el realizado por el genetista norteamericano
Alan Templeton, de la Universidad de Washington) y con la teoría multirregionalista,
la eventual cruza entre Sapiens y Neanderthal pondría en duda la clásica
separación en dos especies netamente diferenciadas. Y, a la vez, dispara
otra alternativa fascinante: quizás, sólo quizás, aquellos
misteriosos humanos que desafiaron la última “Edad de Hielo”
en Europa no desaparecieron completamente. Tal vez, algunos de sus genes, ahora
mismo, están en nosotros.
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