Sáb 14.12.2002
futuro

LA úLTIMA BATALLA DE LA EVOLUCIóN

Sapiens vs. Neanderthales

Hubo un tiempo en que dos especies de homínidos que prometían compartieron un mismo espacio: los Sapiens y los Neanderthal. La cuestión es que una (por supuesto, los Sapiens) logró sobrevivir mientras que la otra (Neanderthal) quedó perdida en la profundidad de los tiempos. Qué fue lo que pasó es una incógnita que perdura y para la cual se han esbozado algunas respuestas, la más extraña de las cuales incluso sugiere que hubo una hibridación entre las especies. Las hipótesis, en esta edición de Futuro.

› Por Mariano Ribas


Hace unos 100 mil años, dos especies de homínidos se solaparon en el tiempo, e incluso compartieron los mismos lugares. Unos, los más antiguos, fueron una exclusividad europea y del oeste asiático. Los otros, los más nuevos, recién comenzaban a salir de Africa, su tierra natal. El punto de encuentro inicial fue Cercano Oriente. A partir de entonces, la balanza de la evolución empezó a inclinarse: lenta y progresivamente, los veteranos y aguerridos Neanderthal fueron perdiendo posiciones a manos de los recién llegados Homo sapiens. La transición fue larga y compleja. Hubo altibajos, idas y venidas, e incluso –y tal como lo demuestran recientes evidencias halladas en Israel– cuevas y territorios que cambiaron de dueños. Tal vez hubo guerras. Aunque también hay buenos indicios que sugieren encuentros pacíficos y, más importante aún, cruzas. Sea como fuere, e indefectiblemente, los Sapiens fueron ganando la batalla. No se sabe bien cómo ni por qué, pero hace unos 26 mil años, los Neanderthal, acorralados en la punta occidental de Europa, desaparecieron para siempre.

La era de los Neanderthal
El hombre de Neanderthal (Homo neanderthalensis) es uno de los ensayos evolutivos más curiosos de la gran aventura humana. Estos homínidos corpulentos, de grandes cerebros, frentes protuberantes y narices anchas aparecieron en Europa y Cercano Oriente hace unos 200 mil años. La especie fue un desarrollo local, aunque todo indica que descendía del Homo heildelbergensis, una rama originada en Africa que habría ingresado al pequeño continente hace unos 800 mil años (de hecho, los restos de los H. heidelbergensis encontrados en las sierras de Atapuerca, España, son los más antiguos de Europa).
Los primeros fósiles Neanderthal “oficiales” fueron descubiertos en 1856 en la cueva Feldhofer, en pleno Valle de Neander, Alemania. De allí el nombre de la especie. Sin embargo, hubo otros hallazgos previos, tardíamente reconocidos, en la cueva Engis, en Bélgica (1830), y en Gibraltar (1848). Y más allá de las primeras interpretaciones, que los pintaban como seres toscos, salvajes e inútiles, durante las últimas décadas los arqueólogos y paleoantropólogos se han cansado de juntar evidencias que demuestran lo contrario: los Neanderthal eran una especie inteligente, hábil, socialmente organizada y hasta refinada en ciertos aspectos. Fueron los primeros que enterraron y homenajearon a sus muertos: se han encontrado tumbas con esqueletos rodeados de piedras y armas. E incluso rastros de flores. Y además, introdujeron una novedad culinaria: utilizaban el fuego para cocinar la carne de los animales que cazaban con sus lanzas, hachas y elegantes cuchillas (entre ellos, osos, ciervos y hasta mamuts).
Hace algo más de 100 mil años, esta especie euroasiática todavía seguía haciendo de las suyas. Y lo mismo ocurría en buena parte de Asia con los mucho más primitivos Homo erectus (aquella especie pionera que comenzó a salir de Africa hace unos 2 millones de años). Pero no eran los únicos: a esta altura, un nuevo modelo humano estaba apareciendo en el mapa.

El camino del Homo sapiens
Aún hoy, con la ayuda de un abundante registro fósil, precisos sistemas de datación y meticulosos estudios genéticos (que analizan muestras de ADN extraídas a distintos grupos humanos de la actualidad y las comparan con otras obtenidas de antiquísimos huesos) el origen de nuestra especie sigue siendo controvertido. Y dos grandes teorías se reparten las opiniones de la mayoría de los expertos (ver recuadro). Lo cierto es que los fósiles más antiguos que definen al Homo sapiens –de hasta 140 o 150 mil años– han sido encontrados en la mitad oriental de Africa, desde Sudáfrica hasta Etiopía y Marruecos. A diferencia de los Neanderthal, el moderno diseño de los Sapiens era más “liviano”: cuerpos más altos y delgados, miembros largos y finos, cráneos redondeados, narices no tan gruesas, y arcos superciliares mucho menos prominentes. ¿Y el cerebro? Igual, e incluso ligeramente más chico que el de los Neanderthal.
Todo indica que los Sapiens iniciaron su marcha desde Africa hacia el resto del mundo hace alrededor de 100 mil años, probablemente impulsados por razones climáticas y demográficas. Y su primera estación fue la zona de Cercano Oriente. Era parte del reino de los Neanderthal. En algún momento, difícil de precisar, debe haber habido un primer encuentro, casual, pero tremendamente impactante para ambos grupos. Nuevos seres a la vista. De lejos, las dos especies más inteligentes que hayan habitado este planeta se miraban por primera vez.

Las cuevas de Israel
Es muy difícil saber qué pasó a partir de esta bisagra, crucial en la gran historia humana. Lo cierto es que distintas pistas indican que el encuentro debió haber ocurrido forzosamente. E incluso hace poco se conocieron los resultados de una investigación que sugieren idas, venidas y etapas sucesivas de dominio regional por parte de unos y otros. El trabajo, a cargo de un equipo liderado por el arqueólogo Ofer Bar-Yosef (Universidad de Harvard) y su colega John Shea (Universidad del Estado de Nueva York) se centra en dos reveladores puntos de Israel: las cuevas de Skhul y de Kafzeh. Investigaciones previas habían revelado que ambos lugares habían sido habitados durante los últimos 130 mil años. Pero Bar-Yosef y Shea descubrieron algo aún más interesante: las cuevas habrían cambiado de dueño varias veces, alternando moradores Neanderthal y Homo sapiens durante períodos de miles y miles de años. Los fósiles hablan por sí mismos: en las capas superiores de las cuevas –por lo tanto, las más recientes– se encontraron restos óseos de los Sapiens. Más abajo, en un estrato de hace 47 a 65 mil años, había sólo fósiles Neanderthal. Por debajo de ella, otra capa que corresponde a un período que va de hace 80 a 130 mil años, contiene, nuevamente, huesos de humanos modernos. Finalmente, en la última capa –de más de 130 mil años de antigüedad– vuelven a aparecer los Neanderthal.
A la luz de estos hallazgos, Bar-Yosef y Shea creen que, efectivamente, las cuevas de Skhul y Kafseh (y buena parte del territorio que las rodea) delatan una alternancia en la ocupación de la zona. Por otra parte, el hallazgo demostraría que nuestra especie no pudo asentarse de una vez y para siempre en esos sitios, sino que hubo una “recuperación” transitoria (si acaso vale el término para un intervalo de unos 20 mil años) por parte del Hombre de Neanderthal. Episodios semejantes bien pudieron haber sido moneda corriente en otros puntos de Cercano Oriente y Europa, a medida que el Homo sapiens fue desparramándose.

Un “juego” complicado
Al igual que otros expertos, Bar-Yosef y Shea no creen que la tecnología o la inteligencia hayan determinado la suerte final de unos y otros. Más bien esos eran aspectos en los que casi no había diferencias. Y si defuerza bruta se trata, en ese caso los musculosos Neanderthal llevaban la delantera. ¿Entonces qué fue lo que pasó? Durante el encuentro anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, celebrado hace unos meses en Boston, Bar-Yosef dio su particular punto de vista: “La batalla entre ambas especies fue como un largo partido de fútbol: los Neanderthal jugaron muy bien, sólo que perdieron el partido”. El juego, dijo el arqueólogo, consistió en varios cambios de posición en el campo a lo largo de miles de años, durante los cuales los dos grupos se alternaron la propiedad, en principio, de lo que hoy es Cercano Oriente. Y luego, de Europa.
Cómo se resolvió “el juego” y la suerte final de la especie perdedora es un misterio. No pueden descartarse la competencia por los recursos naturales. Ni tampoco algunos enfrentamientos sangrientos; ambos grupos usaban armas y, al menos en el caso de los Neanderthal, según reveló una investigación realizada por el arqueólogo suizo Christoph Zollikofer recientemente publicada en el revista New Scientist, a veces las usaban contra sus pares. O cuestiones climáticas: “Las poblaciones Neanderthal pueden haber sido llevadas al sur por los rápidos cambios climáticos (frío intenso) que comenzaron a darse hace 75 mil años”, dice Bar-Yosef. Lo indudable, al menos eso es lo que cuenta el registro fósil (que presenta restos cada vez más cercanos en el tiempo a medida que se avanza hacia el oeste europeo), es que los Sapiens avanzaron sobre Europa mientras que los Neanderthal fueron retrocediendo más o menos a la par hacia el extremo occidental del continente. Pero también existe otra variante: a lo mejor, y en algunos casos, hubo cruzas.

Hibridos, dudas e implicancias
Esta es la inquietante historia que parece contar el “niño híbrido”: a fines de 1998, el paleoantropólogo Eric Trinkaus y su equipo encontraron un pequeño esqueleto humano incrustado en una formación conocida como Lagar Velho, en el Valle Lapedo, Portugal. Los análisis posteriores determinaron que los restos tenían una antigüedad de 27 mil años (una fecha que coincide con la desaparición final de los Neanderthal) y que corresponderían a un niño de 3 o 4 años. Lo notable del caso es que sus rasgos eran mixtos: sus miembros eran medianamente cortos, al estilo Neanderthal, pero su cráneo combinaba rasgos de esta especie con otros del tipo Sapiens. En definitiva: según Trinkaus (y otros expertos que examinaron el fósil), el niño representa la mezcla genética de poblaciones Neanderthal y de Homo sapiens. Cruzas, con todas las letras.
El notable hallazgo ha sido citado como una de las más fuertes evidencias de hibridación entre estas dos líneas humanas tradicionalmente separadas. Y ayudaría a explicar, al menos en parte, y mediante una lenta “asimilación”, la desaparición final de los Neanderthal. De todos modos, hace falta encontrar más pistas similares, porque las implicancias de esta arriesgada hipótesis son impresionantes: en sintonía con algunos estudios genéticos (como el realizado por el genetista norteamericano Alan Templeton, de la Universidad de Washington) y con la teoría multirregionalista, la eventual cruza entre Sapiens y Neanderthal pondría en duda la clásica separación en dos especies netamente diferenciadas. Y, a la vez, dispara otra alternativa fascinante: quizás, sólo quizás, aquellos misteriosos humanos que desafiaron la última “Edad de Hielo” en Europa no desaparecieron completamente. Tal vez, algunos de sus genes, ahora mismo, están en nosotros.

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