Sáb 08.02.2003
futuro

NADIE DEBE SORPRENDERSE POR LO MUCHO QUE QUEDA TODAVíA SIN EXPLICAR RESPECTO AL ORIGEN DE LAS ESPECIES Y VARIEDADES.
CHARLES DARWIN, EL ORIGEN DE LAS ESPECIES

Medicina Darwiniana

La tos, las náuseas, los vómitos y la fiebre suelen ser molestos e incómodos. Pero, ¿qué son?, y mejor aún, ¿para qué sirven? El evolucionismo –esa herramienta del pensamiento– intenta dar respuesta a estas y otras preguntas médicas. Según la medicina inspirada en Charles Darwin, lo que muchas veces se toma como enfermedades (o deficiencias en el “diseño humano”) no serían otra cosa que defensas evolutivas que ponen en alerta al organismo ante la presencia de peligros. En esta edición de Futuro, un muestrario de las razones de los defensores de la medicina darwiniana.

› Por Mariana Carbajal

Por Martín De Ambrosio

El evolucionismo ha demostrado ser una herramienta del pensamiento tan eficaz que en la actualidad casi no existe disciplina científica que no ofrezca una variante “darwiniana”. Naturalmente, los diferentes darwinismos tienen a veces una relación equívoca con la ciencia, como en el caso patente del “darwinismo social”, lamentable sucedáneo que inventó la derecha para justificar así, se diría que alegremente, las diferencias sociales. O como el muy polémico caso del funcionamiento de la mente, ya analizado en Futuro en diciembre de 2001 a raíz del libro de Steven Pinker titulado Cómo funciona la mente. Como no podía ser de otra manera, el evolucionismo también se introdujo en la medicina.
La medicina darwiniana, por lo tanto, busca a rajatabla cumplir con las premisas del darwinismo, según el cual las explicaciones causales de los hechos biológicos se pueden reducir a la fórmula: “funciona para que la especie sobreviva o no”; y extiende a casi todo objeto vivo la “selección natural”. Según esta corriente (cuyos máximos referentes son Randolph Nesse y George Williams, ver recuadro), la humanidad, como especie que interactúa con el medio ambiente y con otras especies, va modificando permanentemente su condición (sus características) para continuar con vida. Así, por ejemplo, su sistema inmune identifica (y destruye) muchos tipos de materia extraña, pero otras son ignoradas, y se transforman en enfermedades que pueden matarnos.
A continuación, con curiosidad y una cierta cuota de escepticismo, Futuro presenta una somera guía de cómo explica la medicina darwiniana el funcionamiento del cuerpo frente a enfermedades (y otros avatares) y por qué subsisten algunos órganos que parecen no tener ninguna utilidad, entre otras curiosidades evolucionistas.

Enfermedades, sabias defensas
Ciertas incomodidades de la vida, como el dolor, la fiebre, la tos, los vómitos y la ansiedad no son enfermedades ni defectos del “diseño humano” sino más bien defensas evolutivas. Los conflictos con otros organismos son circunstancias inevitables de la vida y como tales deben ser tratadas en pos de la continuidad de los individuos. Quizás el más obvio mecanismo de defensa sea la tos. Quienes no pueden limpiar de cuerpos extraños su garganta y sus pulmones están expuestos a morir. La capacidad para el dolor, entonces, es ciertamente benéfica. Los pocos individuos que no pueden sentir dolor, ni siquiera estando en la misma posición corporal durante horas, tienen problemas para sobrevivir porque las posiciones no naturales impiden la llegada de sangre a los tejidos, que se deterioran con rapidez. Normalmente quienes son insensibles al dolor mueren jóvenes, víctimas de infecciones y daños en los tejidos.
La tos o el dolor son usualmente interpretados como enfermedades pero en realidad son más bien parte de la solución antes que del problema. Son capacidades defensivas, modeladas por la selección natural y mantenidas en reserva hasta que se necesitan. La fiebre, por ejemplo, es un cuidadosoregulador del termostato del cuerpo y no tan sólo un incremento del metabolismo corporal. Una más alta temperatura facilita la destrucción de gérmenes patógenos. Un trabajo de Matthew Kluger del Instituto Lovelace de Albuquerque, Estados Unidos, demostró que las lagartijas de sangre caliente cuando están infectadas se mueven a lugares más calientes hasta que sus cuerpos aumentan varios grados su habitual temperatura. Si no lo hiciesen, correrían riesgo de morir por la infección. Complementariamente, Evelyn Satinoff, de la Universidad de Delaware, realizó un estudio similar en el que ratas viejas infectadas, que no tienen ya las defensas de las ratas jóvenes, intuitivamente se dirigieron a lugares más calientes.
Un nivel reducido de hierro en la sangre es otro mecanismo de defensa malentendido. La gente que sufre de infecciones crónicas a veces tiene muy bajos niveles de hierro en sangre. Aunque este bajo nivel de hierro es a veces traducido en una enfermedad, en verdad es una protección. Sucede así: durante una infección, el hierro es retenido en el hígado; esta retención impide que las bacterias que invaden el cuerpo consigan hacerse de este elemento vital para su reproducción.

Nauseas y diarreas
Las náuseas matutinas han sido consideradas por mucho tiempo un efecto indeseado del embarazo. Sin embargo, el período en el que son más frecuentes las náuseas coincide con el tiempo de diferenciación del tejido fetal, cuando el bebé es más vulnerable a las toxinas. Una mujer con náusea tiende a restringir el consumo de alimentos de sabor fuerte, que pueden contener sustancias potencialmente peligrosas para el futuro bebé. Estas consideraciones llevaron a la bióloga Margie Profet a hipotetizar que la náusea del embarazo tal vez sea una adaptación por la cual la madre protege al feto de la exposición a toxinas. Profet testeó esta idea examinando el resultado de los embarazos y resultó que las mujeres con más náuseas fueron las que menos sufrieron partos malos y abortos naturales.
No es el único caso. La utilidad de las comunes y desagradables diarreas, de la fiebre y de la ansiedad no son intuitivas. Herbert DuPont, de la Universidad de Texas, Estados Unidos, y Richard Hornick, del Centro Médico Regional de Orlando, estudiaron la diarrea causada por la infección Shigella y descubrieron que la gente que tomó drogas para evitar la diarrea permaneció enferma más tiempo y fue más proclive a tener complicaciones que aquellos que tomaron placebos. En otro ejemplo, Eugenio Weinberg, de la Universidad de Indiana, documentó que los intentos de corregir las deficiencias de hierro han llevado a incrementos de las enfermedades infecciosas, especialmente la parasitosis, en Africa. El hierro puede afectar seriamente a personas mal nutridas que no pueden hacer suficientes proteínas para asimilar el hierro, dejándolo libre para el uso de agentes infecciosos.

Sistema de alarmas
El dolor no siempre parece algo útil. Muchos individuos experimentan aparentemente inútiles reacciones de ansiedad, dolor, fiebre, diarrea y náuseas. Pero los malestares son sistemas de alerta a los que conviene prestar atención, aunque no todas las veces señalen un real peligro. Una toxina que circula por el estómago puede ser expelida por vómitos. El costo de una falsa alarma –vomitar en ausencia de toxinas– son unas tantas calorías. Pero el castigo por un único error en caso de real alarma por intoxicación puede ser la muerte.
La selección natural tiende a otorgar mecanismos de regulación que tienen un principio similar a los detectores de humo. Una alarma de humo que despierta a una familia en caso de fuego dará necesariamente una falsa alarma cada vez que se quemen las tostadas. El precio de las numerosas alarmas de humo del cuerpo humano es sufrir, aunque en muchas ocasiones sea innecesario.

Carreras evolutivas
La selección natural no está capacitada para proveernos de protección perfecta contra todos los gérmenes patógenos porque ellos tienden a evolucionar más rápido que los humanos. Sin ir más lejos, la afamada bacteria Escherichia coli, con su alta tasa de reproducción, tiene más oportunidades de mutación y selección en un día que la humanidad en un milenio. Se dan verdaderas carreras en pos de la vida. Mientras las defensas humanas, naturales y artificiales, hacen fuerzas para evitar a las bacterias conocidas, los gérmenes también rápidamente crean una contradefensa. Si no lo hiciesen, se extinguirían.
La humanidad ha ganado grandes batallas en la guerra contra los gérmenes con el desarrollo de antibióticos y vacunas. Las victorias fueron tan rápidas y aparentemente completas que en 1969 William Stewart, cirujano general de los Estados Unidos, dijo que era “tiempo de cerrar el libro de las enfermedades infecciosas”. Pero el poder de la selección natural había sido desestimado. La realidad es que los gérmenes pueden adaptarse casi a cada desarrollo químico de los investigadores. La resistencia a los antibióticos es una clásica demostración de la selección natural. Las bacterias que legan genes que les permiten prosperar contra la presencia de antibióticos se reproducen más rápido que las otras. Por eso los genes que confieren resistencia son más. Hay algunas clases de tuberculosis en Nueva York que son resistentes a todo tratamiento antibiótico. Estos pacientes no tienen mejores chances de sobrevivir que las que tenía un tuberculoso hace un siglo. (Ver edición de Futuro del 19 de agosto del 2000.)
En muchos lugares se continúa pensando la antigua teoría según la cual los gérmenes necesariamente llegan a ser benignos después de una larga asociación con su hospedador. En principio, esto tendría sentido porque un organismo que mata rápidamente no puede tomar una nueva víctima, entonces la selección natural parecería favorecer la baja virulencia. La sífilis, por ejemplo, fue extremadamente virulenta cuando apareció en Europa, pero a través de los siglos se fue haciendo más moderada.
Sin embargo, la virulencia de un germen puede aumentar o disminuir, según qué opción sea más ventajosa para sus genes. Para agentes de enfermedades que se contagian de persona a persona, la baja virulencia tiende a ser benéfica para permitir al hospedador mantenerse activo y en contacto con otros potenciales hospedadores. Pero algunas enfermedades, como la malaria, son tan transmisoras como incapacitantes. Para tales gérmenes, que suelen pasar por vectores intermedios como mosquitos, la alta virulencia puede ser una ventaja selectiva. Este principio tiene directas implicaciones para el control de las infecciones hospitalarias, donde las manos de los trabajadores de la salud pueden ser vectores que lleven a la selección de más virulentos especímenes.
En el caso del cólera, el agua pública juega el rol de los mosquitos. Cuando el agua está contaminada por desechos de pacientes inmovilizados, la selección tiende a aumentar la virulencia porque más diarrea aumenta la difusión del organismo incluso si el hospedador individual muere rápidamente.

Nuevos problemas
Los ataques al corazón resultan principalmente de la aterosclerosis, un problema propio del siglo XX. Ya se sabe qué recomiendan los especialistas para prevenir estos infartos: limitar la ingestión de grasas, comer frutas y verduras, y ejercitarse todos los días. Sin embargo, las cadenas de hamburguesas proliferan, las dietas esperan hasta el lunes y no todos hacen los ejercicios de rigor. Buena parte de las personas en los países desarrollados tienen sobrepeso (en los Estados Unidos, un tercio de la población; en la Argentina el porcentaje es similar) y la tendencia aumenta.
¿Por qué ocurre esto? Existe una explicación en torno de los antepasados humanos que da cuenta de la situación. En la sabana africana, de donde proviene el Homo sapiens, la grasa, la sal y el azúcar eran sustancias escasas y preciosas. Los individuos que tenían una tendencia a consumir grandes cantidades de grasa –cuando se presentaban las pocas oportunidades– tenían una ventaja selectiva porque la carencia mataba a los más flacos. La cuestión es que ahora seguimos acarreando esa voracidad de alimentos cuando no son escasos.
Las malas decisiones sobre dietas y ejercicios están hechas por cerebros acostumbrados a lidiar con un medio ambiente sustancialmente diferente del que nuestra especie ahora habita.
El cancer
Los relativamente recientes casos de incrementos en el cáncer de mama pueden ser resultado en gran parte de los cambios de medio ambiente, y sólo en contados casos resultado de anormalidades genéticas. Boyd Eaton, de la Universidad Emory en Estados Unidos, observó que la tasa de cáncer de mama en las sociedades “no modernas” es sólo una fracción de la misma tasa en su país. Eaton hipotetizó que el aumento del tiempo entre la menarca (primera menstruación) y el primer embarazo es un crucial factor de riesgo, así como también la relación entre el número total de ciclos menstruales en la vida de una mujer en una y otra sociedad.
En las sociedades cazadoras-recolectoras, la menarca ocurre a partir de los 15 años. Luego, la mujer queda embarazada y después de dos o tres años de crianza vuelve a comenzar el ciclo, cuando concibe nuevamente. Sólo entre el fin de un embarazo y el siguiente la mujer menstruará y experimentará los altos niveles de hormonas que pueden afectar adversamente las células mamarias.
En cambio, en las sociedades “modernas” la menarca ocurre a los 12 o 13 años (probablemente, según el mismo investigador, a causa de la ingesta de grasas) y el primer embarazo se puede dar lustros después o nunca. Una mujer cazadora-recolectora puede tener un total de 150 ciclos menstruales, mientras que el promedio de una mujer en las sociedades modernas es de 400 veces o más. Según Eaton, esta es una de las claves de la explosión de casos de cáncer mamario.

Cambios y posibilidades
Muchos genes que causan enfermedad pueden también ofrecer beneficios, al menos en algunos ambientes. Uno de cada 2500 caucasianos muere por tener un gen que los convierte en vulnerables a la fibrosis quística (enfermedad genética causada por una mutación del gen CF, en el cromosoma 7). Sin embargo, tal gen no es eliminado. Por muchos años los investigadores evolucionistas estimaron que el gen de la fibrosis quística quizá confiriese alguna ventaja. Un estudio de Gerald Pier, del Harvard Medical School, dio asidero a la especulación: tener una copia del gen de la fibrosis quística disminuye las chances de contraer la fiebre tifoidea, que en la zona tiene un 15% de mortalidad.
Lo mismo puede suceder con la apendicitis. El apéndice es el vestigio de una cavidad que nuestros ancestros emplearon para la digestión. Como hace mucho que no cumple esa función, y puede matar cuando se infecta, la expectativa indica que la selección natural habría de eliminarla. Pero la realidad suele ser más compleja. La apendicitis ocurre cuando la inflamación causa tal hinchazón que comprime la arteria que lleva sangre al órgano. El flujo sanguíneo protege contra el crecimiento bacterial, por eso cualquier reducción contribuye a la infección. Si la llegada de sangre es cortada completamente, las bacterias tienen vía libre hasta que el apéndice colapsa. Un apéndice delgado es especialmente susceptible a esta cadena de eventos, por eso la apendicitis puede, paradójicamente, aplicar la presión selectiva para mantener un apéndice grande.
El hombre tendría huesos casi irrompibles si fueran tres veces más gruesos que los actuales, pero el Homo Sapiens alumbraría criaturas en permanente búsqueda de calcio. Hombres y mujeres podrían tener oídos más sensibles, pero les molestaría el ruido de las moléculas de aire apuñalando los tímpanos... Detrás de la evolución, y de su presencia en la cotidianidad del hombre, se esconde el pertinaz deseo de ciertas estructuras moleculares de mantenerse y reproducirse. Y, tal vez esa intención de la vida de continuar no es otra cosa que una momentánea inercia. Lo cierto es que, si mantiene a raya a las peores tendencias reduccionistas, la medicina darwiniana –tal como hizo en otros campos científicos– puede alumbrar nuevos caminos. Por lo pronto, estas hipótesis no dejan de tener su atractivo.

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