ARQUEOLOGIA: LAS ESTATUAS OCULTAS DE SUDAN
Los faraones olvidados
Por Federico Kukso
Hay culturas que prefieren destruir cualquier tipo de objetos capaces de remitir a cierta era oscura de su historia. Es el caso de los milenarios egipcios que, luego de vivir casi 60 años bajo el dominio de un grupo de faraones negros provenientes del sureño reino de Kush (antiguo nombre de Nubia, al norte del actual Sudán), creyeron haber borrado todo vestigio (estatuas y ornamentos, especialmente) de la cultura de estos muy poco conocidos reyes africanos. Pero no lo lograron: recientemente una expedición de arqueólogos suizos y franceses descubrió en el valle del Nilo un pozo lleno de estatuas de granito de estos faraones negros (también conocidos como reyes nubianos) aparentemente desplazados de la historia egipcia. Al menos, de la historia oficial.
Los arqueólogos, dirigidos por el profesor Charles Bonnet, de la Universidad de Ginebra, se encontraban excavando en un sitio a unos 500 kilómetros al norte de Khartoum, la capital de Sudán. Y entre tamizado y tamizado, los científicos dieron con un pequeño trozo de piedra tallado. De ahí en más, la excavación se tornó exhaustiva y el minúsculo pedazo encontrado se mostró como parte de una gran estatua de unos dos metros de largo. Pero había más: como en muchos otros sitios arqueológicos, el hallazgo de un simple objeto escondido en la arena era sólo el inicio de una serie de descubrimientos de estatuas y pequeños artefactos olvidados, en este caso, durante casi 2600 años.
Estatuas violentadas
Lo que verdaderamente sorprendió a los arqueólogos, además del hallazgo en sí, fue el estado de las esculturas, que datan del 600 a. C.: aunque algunas estaban muy bien preservadas, otras mostraban signos de violencia, con cabezas destruidas, así como muchos pies rotos. Según cree Bonnet, el pozo donde fueron encontradas apiladas las estatuas fue hecho por egipcios al intentar deshacerse de cualquier tipo de esculturas que recordaran a los faraones malditos.
Hasta ahora se encontraron siete grandes estatuas de piedra en la fosa ubicada en Kerma, al sur de la tercera catarata del Nilo. Cada una tiene esculpido, en la espalda y en el pie, el nombre del rey que representa. Así, los arqueólogos pudieron leer los nombres de Taharqa y Tanoutamon (que fueron los últimos faraones negros), además del de los soberanos Senkamanisken y Aspelta, entre otros.
Bajo la sombra de Egipto
Muy poca gente sabe qué fue Nubia, quiénes fueron los faraones negros y mucho menos que gobernaron por un tiempo Egipto. Quizá porque los arqueólogos, hasta hace no mucho tiempo, prefirieron prestar más atención a los habitantes del norte de Africa y sus alrededores.
Aunque varios exploradores europeos descubrieron en los siglos XVIII y XIX las ruinas de algunas ciudades nubianas con restos de sus templos y pirámides, pocos les prestaron atención. Debido a que era una región muy remota (para los europeos), no fue hasta el siglo XX que comenzaron las excavaciones arqueológicas más exhaustivas, como la llevada a cabo en 1913 bajo la dirección de George Reisner, de la Universidad de Harvard (Estados Unidos). Sin embargo, no duraron mucho. Con el tiempo y bajo la sombra de los numerosos descubrimientos realizados en Egipto, las obras se congelaron. Pero, desde hace veinte años, la cosa está, lentamente,cambiando: hoy son casi 15 los equipos científicos de todas partes del mundo que se encuentran desperdigados por Sudán para estudiar una de las civilizaciones antiguas menos conocidas.
Vecinos en disputa
La historia de los faraones negros está repleta de luchas de conquistas y reconquistas entre pueblos vecinos: los egipcios al norte y los kushitas un poco más al sur. El reino de Kush (o Nubia) era rico. Tenía amplios recursos naturales, así como reservas de un material muy codiciado por casi toda civilización: el oro. Y como si fuera poco, controlaban las rutas comerciales que conectaban el centro de Africa con el Egipto faraónico.
Alrededor del 1530 a. C., los roces entre los reinos vecinos se acrecentaron: los egipcios, sintiéndose amenazados por los reyes nubianos, incendiaron su capital (Kerma), invadieron todo el reino de Kush y lo conquistaron. De ahí en más, Nubia fue colonia egipcia, se enviaron sucesivos gobernadores y se construyeron templos en honor a los faraones del norte. Y de a poco, a veces mediante la fuerza, se les inculcaron a los kushitas antiguas tradiciones egipcias como la veneración a Amón.
Pero alrededor de 730 a. C., la cosa se dio vuelta: ante la paulatina debilidad de Egipto, hordas de guerreros kushitas, al mando del faraón Piye, aprovecharon la situación y lo conquistaron: los colonizados se volvieron colonizadores. Así llegaron los faraones negros al poder conformando la XXV dinastía. Y como símbolo de sus dos reinos acostumbraron llevar en sus coronas dos uraei (diademas de cobra). Durante más de 60 años, procuraron restaurar la grandeza perdida del imperio para convertirse nuevamente en la potencia mundial. Y en esta suerte de revival, los faraones negros restablecieron la tradición que los egipcios habían abandonado, y construyeron nuevas pirámides (223 en total), aunque más pequeñas y muy puntudas (como se ve en la foto).
Pero los imperios no son eternos, ni siquiera el de los faraones negros. En el siglo VII a. C., los kushitas que reinaban en Egipto no resistieron las sucesivas invasiones asirias que venían dándose hacía décadas. Taharqa (quizás el más poderoso de los reyes nubianos) y su sucesor Tanoutamon debieron abandonar el país. Y los egipcios, aprovechando el caos reinante, invadieron Kush y saquearon la por entonces capital Napata, destruyendo cuanta estatua se les pusiese en el camino. Aun así, éste no fue el fin del imperio kushita: el rey nubiano Aspelta (que continuaba llamándose a sí mismo faraón) instaló una nueva capital, Meroe, más al sur, fuera del alcance de los vengativos egipcios. Allí reinaron por más de mil años, hasta que recién en el siglo XX los arqueólogos se dignaron finalmente a prestarles atención.