Sáb 08.02.2003
futuro

LA TRAGEDIA DEL COLUMBIA

Alas rotas

› Por Mariano Ribas

Cuando las tragedias llegan, duelen, fastidian, y parecen quitarle el sentido a muchas cosas. Incluso, a las grandes aventuras humanas. El sábado pasado, el fatal regreso del transbordador espacial Columbia se llevó a siete astronautas. E inmediatamente todos nos acordamos de la catástrofe del Challenger, ocurrida hace casi exactamente diecisiete años. A continuación, y como breve homenaje, Futuro quiere recordar parte de la historia de los transbordadores espaciales, máquinas extraordinarias tripuladas por gente extraordinaria.

Los comienzos
A fines de la década del 60, mientras el planeta entero celebraba la hazaña del Apolo XI, los científicos de la NASA comenzaron a preocuparse por los altísimos costos de las misiones espaciales: los cohetes eran carísimos, y en cada viaje había que utilizar uno nuevo. Así fue como nació la idea de construir un “vehículo reutilizable”, capaz de ir al espacio y regresar. Poco más tarde, la idea pasó del tablero de diseño a la realidad: en 1976, la NASA presentó orgullosamente al Enterprise, que, en realidad, era apenas un prototipo de transbordador. Se lanzaba desde el lomo de un Boeing 747, y realizó algunos vuelos dentro de la atmósfera terrestre. Finalmente, y luego de demoras y problemas técnicos y económicos, la agencia espacial norteamericana lanzó al espacio el primer transbordador verdadero: el 12 de abril de 1981, el Columbia despegó desde Cabo Kennedy, llevando a dos astronautas. El histórico lanzamiento fue presenciado por más de un millón de personas en el lugar; otros cientos de millones lo vieron por televisión. Aquel recordado viaje inaugural duró dos días, y culminó cuando el Columbia aterrizó suavemente en una pista del desierto de Mohave, California. La nave de ida y vuelta ya era una realidad. En 1983, se estrenó el Challenger, y luego vinieron el Discovery (1984) y el Atlantis (1985). El último integrante de la flota de transbordadores fue el Endeavour, estrenado a principios de los 90.

Hitos y la primera tragedia
En sus más de veinte años, los transbordadores cumplieron todo tipo de misiones: pusieron satélites en órbita (y recuperaron otros para repararlos), lanzaron varias sondas interplanetarias, hicieron observaciones astronómicas y experimentos de lo más variados, e incluso estudiaron el funcionamiento del cuerpo humano en el espacio. (Aunque algunas veces, y esto también hay que decirlo, se ocuparon de cuestiones mi-litares.) Revisando un poco su exitoso historial, nos encontramos con varios hitos: en 1989, el Atlantis lanzó al espacio las sondas Magallanes (que viajó a Venus), y luego la Galileo (que arribó a Júpiter en 1995). Cuatro años más tarde, el Endeavour y sus siete astronautas corrigieron la “miopía” del Telescopio Espacial Hubble (también colocado en órbita, en 1990, por un transbordador). En 1995 se produjo el histórico acople entre el Atlantis y la Mir, la estación espacial rusa. Y quién puede olvidarse del legendario John Glenn, que en octubre de 1998 volvió al espacio, convirtiéndose en el astronauta más viejo de la historia (77 años). Y casi inmediatamente después, los transbordadores iniciaron la construcción de la Estación Espacial Internacional. Pero esta breve reseña no puede dejar pasar por alto la primera tragedia, la del Challenger: durante la mañana del 28 de enero de 1986, y apenas a 74 segundos del despegue, la nave estalló en elaire (por culpa de una fuga en uno de sus tanques). Sus siete astronautas murieron. Y la conmoción, lógicamente, fue mundial, al igual que ocurrió hace una semana con el Columbia.

La aventura debe continuar
Cerca de trescientos astronautas de distintas nacionalidades han protagonizado las 113 misiones de los transbordadores espaciales. Tantas que por momentos se hicieron rutinarias y recibieron muy poca atención de los medios. Ahora, y al igual que en 1986, toda una tripulación ha quedado en el camino: los norteamericanos David M. Brown, Rick O. Husband, Laurel Blair Salton Clark, Michael P. Anderson y William C. McCool; la india Kalpana Chawla y el israelí Ilan Ramon. Y fue Ramon, precisamente, quien días antes de morir dijo sentirse infinitamente feliz por estar donde siempre había querido estar: a bordo de una nave espacial y sobrevolando la Tierra.
Ahora la NASA y sus socios deben poner todo el énfasis para saber qué fue lo que pasó con el Columbia. Y tendrán que hacer todo lo posible para evitar una nueva tragedia. Pero sería tonto e injusto detener la marcha. La aventura espacial debe continuar, porque no es un juego ni una anécdota: es una empresa que enaltece a nuestra especie. Así lo creían Ilan Ramon y sus heroicos compañeros.

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