¿UNA NUEVA FORMA DE VIDA?
Hace aproximadamente 3,6 o 4 mil millones de años, en un lugar recóndito e ignoto sobre la faz de una joven Tierra, surgió la vida. El escenario era muy poco acogedor: los continentes recién se habían formado y en la atmósfera no había oxígeno. La superficie estaba cubierta por un antiguo y enorme océano, un estanque de compuestos químicos simples, en donde tal vez tras varios falsos arranques y callejones sin salida, en algún momento se armaron los primeros bloques químicos necesarios para la vida, que más tarde se ensamblarían en moléculas más complejas: ADN (ácido desoxirribonucleico) y ARN (ácido ribonucleico), que tienen la notable habilidad de fabricar réplicas de sí mismas a partir del medio circundante. Cómo surgieron, sigue siendo todo un misterio para biólogos y químicos. Lo que se sabe es que finalmente en esa sopa química apareció una anónima pero valiosísima célula que se dividió y dividió: primero en 2, luego en 4, 8, 16, 32, 64... y así sucesivamente, formando plantas y animales (que, al fin y al cabo, son todos parientes, al tener el mismo ancestro en común), los engranajes de la evolución.
En el principio
Cuatro mil millones de años después, en un laboratorio cerca de
Washington (Estados Unidos), un grupo de científicos tiene ganas de despojar
a la naturaleza de la exclusiva potestad de creación de vida. Y en cierto
modo, lo consiguieron.
Los estadounidenses Hamilton Smith, Clyde Hutchison III y Cynthia Pfannkoch,
capitaneados por el tan célebre como polémico Craig Venter (ex
presidente de Celera Genomics, se hizo famoso en febrero de 2001 por dirigir
el equipo que logró descifrar privadamente el genoma humano),
lograron construir el primer organismo vivo de la historia fabricado de manera
artificial.
El virus se llama Phi-X174 y es un bacteriófago que tiene las mismas
capacidades infecciosas que su contraparte natural (ataca, infecta y destruye
bacterias).
Los investigadores del Instituto para Alternativas de Energía Biológica
(IBEA) adaptaron y perfeccionaron la técnica de reacción
en cadena por polimerasa (PCR, polymerase chain reaction) para producir
la doble hélice de ADN del Phi-X174 a partir de secuencias moleculares
individuales.
Como si se tratara de un rompecabezas, los científicos ensamblaron los
5300 pares de bases que forman el genoma del Phi-X17 a partir de oligonucleótidos
(pequeñísimas moléculas constituidas por cortas secuencias
de ADN), que se venden sin restricción en el mercado. Y luego lo introdujeron
en una bacteria Escherichia coli para lograr la expresión de las proteínas
en la membrana. Así, la versión sintética (un parásito,
como todos los virus) vive y se reproduce consumiendo muchas de las sustancias
nutritivas producidas por la célula anfitriona.
Por las dudas
El equipo no tardó en salir a alertar que Phi-X174 no implica peligro
alguno para la salud humana ya que es totalmente incapaz de atacar células
humanas.
Por rimbombante que parezca, en verdad, no es la revolución genética
hecha carne (o virus). Ocurre que desde hace años se aíslan genomas
de virus y bacterias, se los modifica y se ve cómo se comportan. De hecho,
ya se consiguió construir poliovirus artificiales. Lo que sí es
novedoso es el tiempo en que se logró: sólo 14 días.
Avance o fiasco
En verdad, la bomba mediática no se disipa ahí: el objetivo primordial
del controvertido Venter, según anunció el año pasado,
es el de crear una célula artificial. A partir del Mycoplasma genitalium,
un organismo muy sencillo que vive en el tracto genital humano, Venter tiene
en vista engendrar un organismo unicelular artificial con el número
de genes indispensable para sobrevivir. De sobrevivir, la nueva forma de vida
sintética comenzaría a alimentarse y dividirse, para, con el tiempo,
crear una población de células únicas y diferentes a todo
lo conocido hasta ahora.
Avance crucial o invento intrascendente, lo cierto es que la creación
de la versión artificial del virus Phi-X174 ahonda la discusión
de hasta dónde se extienden los límites de lo que denominamos
vida. Más allá del evento en particular, lo que sorprende
es la velocidad de estos tiempos. No hay que olvidar que el ser humano recién
hace unos 300 años aprendió algo sobre la circulación de
la sangre y tan sólo en el curso de los últimos 50 años
descubrió las funciones de muchos de sus órganos.
Sólo después que pase la euforia que obnubila el pensamiento,
quedará en claro si la tecnología buena, bella y única,
como se la quiere vender, no engendra otra cosa que monstruos y modernos prometeos,
esclavos de la razón.
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