› Por Pablo Capanna
LOS ILUMINADOS DE BAVIERA
Los “perfectibilistas” o “iluminados” fueron una sociedad
secreta que tuvo una meteórica carrera de apenas diez años en
la Baviera del siglo XVIII.
Su fundador, Adam Weishaupt (1748-1830), fue un brillante y precoz intelectual
que, a pesar de su ateísmo confeso, a los 27 años llegó
a ser decano en la Universidad de Ingolstadt, entonces controlada por los jesuitas.
Radicalizando las ideas de Rousseau en sentido anarquista, el bávaro
fundó una ambiciosa sociedad secreta que tenía como fin último
instaurar un régimen igualitario a nivel mundial, previa destrucción
de todos los poderes establecidos y una radical reforma cultural.
A Weishaupt se le ocurrió tomar como modelo la organización que
tenían los jesuitas y la masonería, e hizo exitosos intentos porinfiltrarse
en esta última. En su corta pero intensa carrera, la secta se extendió
por toda Europa y llegó a hacer pie en las colonias inglesas de Norteamérica.
Los Iluminados llegaron a atraer a grandes figuras de la Ilustración
como Nicolai, Goethe, Herder y Mozart.
Para que nadie caiga prematuramente en la paranoia, conviene aclarar que no
todos los “conspiradores” tenían el mismo grado de compromiso.
Así como Goethe no fue un revolucionario sino más bien un personaje
cortesano, sabemos que Mozart escribió tanto misas católicas como
himnos masónicos y hasta canciones obscenas, más preocupado por
la armonía que por la coherencia ideológica.
En menos tiempo de lo que Weishaupt hubiera deseado, los “iluminados”
resultaron tan corruptibles como cualquier otro grupo humano, y su fundador
tuvo que lidiar con mezquinas disputas por el poder. Al mismo tiempo, tuvo que
hacer frente a la oposición de los masones (que lo acusaban de “jesuita”)
y, por supuesto, de la Iglesia y el Estado. Pronto, las confesiones de varios
Illuminati “arrepentidos” convencieron al elector de Baviera de
que la sociedad era peligrosa y no dudó en disolverla por la fuerza.
Adam Weishaupt pasó sus últimos años como profesor, escribiendo
sobre filosofía kantiana.
En los Estados Unidos, fueron Washington y Jefferson quienes simpatizaron con
Weishaupt. Se dice que los símbolos que ostenta el dólar (la pirámide
trunca con el Ojo) y el Sello de la Unión, con el lema “Novus ordo
seclorum” eran emblemas de los iluminados, aunque se trata de figuras
bastante comunes en el simbolismo masónico de esos tiempos.
Algunos han sostenido que los jacobinos, el sector más despótico
e intolerante de los revolucionarios franceses, eran descendientes ideológicos
de los iluminados. Pero el rastro histórico se pierde aquí.
Los conspirativos, por su parte, piensan que los Illuminati han llegado a dominar
al mundo y, a pesar de la inestabilidad que sufrió la sociedad en su
corta vida, perduraron por más de dos siglos.
NACE EL MITO
La creencia de que los Iluminados seguían actuando en las sombras para
alcanzar el poder mundial apareció después de la Revolución
Francesa en dos obras, una debida a la pluma de un sacerdote francés,
el abate Barruel, y la otra escrita por un masón inglés llamado
John Robison.
Robison era un profesor de matemáticas, defensor de la monarquía,
que publicó en 1798 sus Pruebas de una Conspiración contra todas
las Religiones y Gobiernos de Europa. El mismo año aparecía la
voluminosa Memoria sobre la historia de los Jacobinos de Barruel, que abundaba
más en calificativos que en pruebas para denunciar “la conspiración
de la Impiedad y la Anarquía”. Barruel acusaba a la secta de los
iluminados de auspiciar el satanismo y la abolición de la propiedad privada;
pero paradójicamente, muchas de las ideas que condenaba como impías
hoy forman parte del ideario democrático.
Barruel y Robison disparaban sus dardos contra masones e iluminados, pero no
mencionaban a los banqueros judíos, que pasarían a ser un ingrediente
obligado de la conspiración, cuando se le atribuyó a Rotschild
el padrinazgo de Weishaupt. Sin embargo, en tiempos de Weishaupt había
poquísimos judíos en las logias masónicas, y los primeros
Rotschild todavía vivían pobremente en el gueto.
Un siglo más tarde, en los escritos antisemitas de Henry Ford y de las
derechas europeas se vinculaba explícitamente a los iluminados con los
judíos. Es que entre Barruel-Robison y Ford-Hitler los servicios de inteligencia
rusos habían puesto en circulación un siniestro fraude, los Protocolos
de los Sabios de Sión, que aún se sigue editando y se consigue
en quioscos de Buenos Aires.
LAS LARGAS PATAS DE LA MENTIRA
Alimentada por los libros de Barruel y Robison, enriquecidos con una cuantiosa
panfletería anónima, a fines del siglo XVIII cundió una
suerte de histeria colectiva que denunciaba a los Illuminati y los masones como
el poder en las sombras.
En los Estados Unidos, la teoría conspirativa fue alimentada por el reverendo
Morse de Boston, quien acusó a Thomas Paine de pertenecer a la secta.
El propio Jefferson salió en defensa de Weishaupt, calificándolo
de “filántropo idealista”.
Sin embargo, el aporte decisivo para la histeria fue, curiosamente, la obra
de un iluminista anticlerical que se hacía llamar “Leo Taxil”
(Gabriel Jogand-Pages, 1854-1907). Ateo militante, Taxil se propuso tenderle
una trampa al clero, y lo hizo en una novela por entregas titulada El diablo
en el siglo XIX, que escribió con la ayuda de su amigo Karl Hacks (“Bataille”).
En el folletín, Taxil denunciaba una conspiración satánica
con sede en Charleston (Virginia) cuyas ramificaciones llegaban a lugares como
Calcuta y Montevideo (¡!) y tenía por jefe al general confederado
Pike: un personaje real y bastante conocido. Mucho antes que Dick Tracy, Pike
se comunicaba con Lucifer mediante una radio-pulsera, viajaba a Sirio como El
Alberto y mantenía un laboratorio oculto bajo el peñón
de Gibraltar, donde se elaboraban armas bacteriológicas de destrucción
masiva, como Saddam.
Para completar el engaño, Taxil simuló haberse convertido al catolicismo
y prometió presentar como testigo a una “arrepentida”, cierta
miss Diana Vaughn, que había llegado a pasear por los canales marcianos
en compañía del demonio Asmodeo.
Taxil desconcertó a sus colegas, que lo acusaron de haberse vendido al
Vaticano, pero logró seducir a los sectores reaccionarios de la Iglesia,
que le consiguieron una entrevista con León XIII. De tal modo, Taxil
se dio el lujo de engañar a quien sería considerado como el Papa
más progresista de su siglo.
La pretendida “sátira” de Taxil fue un fruto envenenado,
pues el mismo año 1897 en que el francés convocaba a una conferencia
de prensa para jactarse de su impostura, aparecían los Protocolos de
los Sabios de Sión, el panfleto antisemita que más tarde inspiraría
a Hitler. Los Protocolos eran un texto hecho de plagios (una novela italiana,
una sátira liberal contra Napoleón III y las divagaciones de un
místico ruso) que había fraguado la Ojrana, el servicio de inteligencia
del Zar, para justificar los pogroms que ejecutaban sus cosacos.
En la novela de Taxil se relataban orgías y misas negras donde se profanaban
hostias que habían sido robadas por los judíos en los templos
cristianos. Este resabio de la leyenda medieval era lo que estaban esperando
los antisemitas. Pocos años después, el inglés Nesta Webster
denunció la existencia de una “Teocracia oculta” que ahora
incluía a los bancos judíos junto a iluminados y masones. De este
modo, la infeliz “sátira” de Taxil hizo su contribución
al Holocausto, aunque su autor murió sin saberlo.
METASTASIS DE LA IMPOSTURA
Todo esto sería historia antigua de no ser porque mucha gente, además
del oyente nocturno de la radio, sigue creyendo que los Illuminati gobiernan
al mundo entre bambalinas. Se animan a hacer remontar su origen a una secta
musulmana medieval (los Asesinos), a los cabalistas, a Euclides y hasta a Pitágoras.
Afirman que el 1º de Mayo no es el Día del Trabajo: evoca la fundación
de la secta, a la cual le atribuyen la Revolución Francesa, la emancipación
americana, las guerras mundiales, los conflictos de Medio Oriente; pero también
las semillas transgénicas, la deuda externa, la desregulación,
la globalización y las multinacionales. Los conspirativos aseguran que
las Naciones Unidas están a su servicio y que los jesuitas son su brazo
ejecutor. ¿Bin Laden? Cualquiera nos explicará que es un títere,
al igual que Hitler y Stalin. ¿Los platos voladores? Para algunos, han
sido creados por la Bell Telephone; para otros son emisarios de los extraterrestres
que nos dominan por intermedio de los iluminados. Detrás de todos los
conflictos está el eje del Mal de la siniestra secta. Ellos mataron a
Kennedy, a Grace Kelly y a Lady Di. Quizás hasta se hayan quedado con
las manos de Perón y las piernas de Maradona.
En Estados Unidos, Henry Ford ya había asociado en sus libelos a los
Illuminati con la conspiración judía mundial. Es sabido que cuando
los judíos lo bombardearon con juicios, Ford optó por echarle
la culpa al director del diario, que era un empleado suyo.
En 1962, la organización derechista John Birch Society reeditó
el libro de Robison y mencionó explícitamente a los Illuminati
como eje de una teoría conspirativa que los asociaba con la banca judía,
los comunistas y los masones.
Desaparecido el espectro comunista tras el colapso de la URSS, los nuevos conspirativos
les atribuyen el diseño del Nuevo Orden Mundial, un concepto que fue
usado por George Bush (padre) en su discurso al Congreso de 1991.
No estamos hablando de chiflados sueltos, sino de gente con poder político
y económico que adhiere a teorías conspirativas. En general, se
presentan en dos grandes tribus (los ufológicos y los ultraderechistas)
aunque como en cualquier otro manicomio abundan los híbridos e inclasificables.
Entre los más demenciales están los ufólogos como David
Icke, quien ha vendido muchos libros donde sostiene no sólo que los Illuminati
gobiernan al mundo, sino que nos han vendido a los draconianos, unos reptiles
inteligentes venidos de otra galaxia; o mejor aún, “de la parte
baja de otra dimensión.” ¿Dónde quedará eso?
Pero quizá los más peligrosos sean gente como Myron Fagan, Bill
Cooper y Jim Keith, ex miembro de la Cienciología. Tanto Cooper, líder
de una milicia armada que murió en un tiroteo, como Ken Adachi, creían
que los Illuminati crearon el sida para reducir la población mundial
en unos mil millones de personas.
Pat Robertson, fundador de la influyente Coalición Cristiana que aglutina
a los fundamentalistas, escribió El Nuevo Orden mundial (1994), donde
involucraba en la conspiración no sólo a los banqueros judíos,
los masones y el FMI, sino también a musulmanes, homosexuales e inmigrantes.
Robertson hasta se daba el lujo de ser a la vez antisemita y pro-Israel, como
algunos paranoicos criollos que hemos conocido.
Entre los conspirativos más prestigiosos se encuentra el doctor Fritz
Springmeier, que escribió El Esclavo Mentalmente Controlado. No sólo
denuncia que los Illuminati están a punto de injertarnos a cada uno un
microchip para manejarnos mejor, sino que se ocupa de rastrearlos en la literatura.
En una página web de la Red de Patriotas Americanos enseña que
Hitler, Frank Baum (el autor de El Mago de Oz), el predicador Billy Graham y
hasta Elvis Presley eran cultores de Satán. Dedica mucho espacio a rastrear
mensajes satánicos subliminales en El Mago de Oz, Alicia en el País
de las Maravillas y El Señor de los Anillos. Por suerte, no llegó
a conocer a Harry Potter.
En muchos sitios de conspirativos esotéricos se sigue citando la superchería
de Taxil y Lazare como la pura verdad. Y como la mente paranoica no cesa de
buscar signos y señales en cualquier parte, aparecen las paradojas. De
este modo Barruel (que era jesuita) cae ahora bajo la sospecha, porque se dice
que los jesuitas son la inteligencia de los iluminados, y la corona británica,
que defendía Robison, es señalada comoexponente del poder oculto.
Curiosamente, Bill Gates y el Opus Dei no aparecen en estas listas negras, pero
en algunas aparece ¡el propio Pat Robertson! Hay muchos que acusan al
matrimonio Clinton (pero no a Monica Lewinsky) de estar al servicio de la organización,
pero hay otros que increpan a George W. Bush, el más inesperado de los
candidatos.
El paranoico encuentra los signos de persecución en cualquier cosa, desde
los ciegos del personaje de Sabato hasta los mensajes ocultos que algunos creen
leer en las patentes de los autos, los números de documento o las propagandas
de la TV.
Paradójicamente, las comunicaciones multiplican eficazmente aquello que
la imprenta hacía de manera casi artesanal: “Paranoicos del mundo,
uníos” parece ser el lema de algunos sitios de internet.
Al rodar, el mito recoge todo lo que encuentra a su paso y lo trasmuta en un
aquelarre interminable. Es que el mundo no anda nada bien y con la posmodernidad
se ha liberado una buena cuota de irracionalidad, de manera que imaginar una
mente siniestra que tiene todo planificado de antemano resulta casi tranquilizante,
por lo menos para un paranoico.
De este modo, las cosas adquieren un sentido, aunque sea apocalíptico,
y creer que uno está entre los que lo conocen da cierta seguridad. Pertenecer
tiene sus privilegios, y uno se siente menos solo en su locura.
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