Sáb 08.05.2004
futuro

El poder detrás del poder

› Por Pablo Capanna



La tórrida noche de enero no estaba para encerrarse a mirar televisión, de modo que nos refugiamos en la terraza con la radio. Como la música era horrible, terminamos por engancharnos en uno de esos programas donde los oyentes responden a una consigna y el animador se limita a gruñir como un analista o a repartir felicitaciones como una tía.
El tema de esa noche era “la Crisis”, y los oyentes aguardaban turno para hablar de sus divorcios, despidos, fracasos o enfermedades. Pero pronto apareció alguien que dijo ser artista y escritor y se lanzó con entusiasmo a disertar sobre la crisis mundial. El locutor asentía paciente a medida que el otro hablaba de cosas como exclusión, contaminación, violencia, nihilismo y fundamentalismo. Sin hacerse rogar demasiado, el oyente pasó del análisis al diagnóstico para explicar que el calamitoso estado del mundo se debía a las maquinaciones de una siniestra organización conocida de nombre operístico: los Illuminati. Detrás de todas las guerras, pestes, catástrofes y masacres de los últimos tres siglos estaban ellos, y el oyente se ofrecía generosamente para ilustrar a quien quisiera más detalles.
El confundido animador, que aparentemente nunca había oído hablar del tema, optó por agradecerle su aporte al oyente: le dio sus congratulaciones, le mandó calurosos abrazos y pasó a comentar las últimas fluctuaciones de la sensación térmica.
El profeta nocturno no estaba solo, recordé en ese momento. Hay miles de personas, incluyendo algunos líderes políticos de la derecha norteamericana, que creen ciegamente en el siniestro poder de los Illuminati: un poder mundial oculto al cual suele echársele la culpa de todo: tanto del comunismo como de la caída del comunismo, de la muerte de Lady Di, los platos voladores y los mensajes satánicos ocultos en los discos de rock.
Por supuesto, la historia es tan popular que ya apareció un juego con ese nombre, y hasta existe una supuesta Orden Illuminati con sede en España. Aparentemente, todo permitido por la satánica secta, que no se cuida de denuncias.
La teoría de la “criptocracia” mundial es otra forma de seudohistoria, que en este caso le debemos al esoterismo. Como cualquier otra paranoia, parte de una lectura delirante de los hechos, y los estudiosos de las seudociencias la conocen como Teoría Conspirativa Paranoide (TCP).
Cabe pues la pregunta obvia: ¿existen o existieron alguna vez los Illuminati?

LOS ILUMINADOS DE BAVIERA
Los “perfectibilistas” o “iluminados” fueron una sociedad secreta que tuvo una meteórica carrera de apenas diez años en la Baviera del siglo XVIII.
Su fundador, Adam Weishaupt (1748-1830), fue un brillante y precoz intelectual que, a pesar de su ateísmo confeso, a los 27 años llegó a ser decano en la Universidad de Ingolstadt, entonces controlada por los jesuitas.
Radicalizando las ideas de Rousseau en sentido anarquista, el bávaro fundó una ambiciosa sociedad secreta que tenía como fin último instaurar un régimen igualitario a nivel mundial, previa destrucción de todos los poderes establecidos y una radical reforma cultural.
A Weishaupt se le ocurrió tomar como modelo la organización que tenían los jesuitas y la masonería, e hizo exitosos intentos porinfiltrarse en esta última. En su corta pero intensa carrera, la secta se extendió por toda Europa y llegó a hacer pie en las colonias inglesas de Norteamérica. Los Iluminados llegaron a atraer a grandes figuras de la Ilustración como Nicolai, Goethe, Herder y Mozart.
Para que nadie caiga prematuramente en la paranoia, conviene aclarar que no todos los “conspiradores” tenían el mismo grado de compromiso. Así como Goethe no fue un revolucionario sino más bien un personaje cortesano, sabemos que Mozart escribió tanto misas católicas como himnos masónicos y hasta canciones obscenas, más preocupado por la armonía que por la coherencia ideológica.
En menos tiempo de lo que Weishaupt hubiera deseado, los “iluminados” resultaron tan corruptibles como cualquier otro grupo humano, y su fundador tuvo que lidiar con mezquinas disputas por el poder. Al mismo tiempo, tuvo que hacer frente a la oposición de los masones (que lo acusaban de “jesuita”) y, por supuesto, de la Iglesia y el Estado. Pronto, las confesiones de varios Illuminati “arrepentidos” convencieron al elector de Baviera de que la sociedad era peligrosa y no dudó en disolverla por la fuerza. Adam Weishaupt pasó sus últimos años como profesor, escribiendo sobre filosofía kantiana.
En los Estados Unidos, fueron Washington y Jefferson quienes simpatizaron con Weishaupt. Se dice que los símbolos que ostenta el dólar (la pirámide trunca con el Ojo) y el Sello de la Unión, con el lema “Novus ordo seclorum” eran emblemas de los iluminados, aunque se trata de figuras bastante comunes en el simbolismo masónico de esos tiempos.
Algunos han sostenido que los jacobinos, el sector más despótico e intolerante de los revolucionarios franceses, eran descendientes ideológicos de los iluminados. Pero el rastro histórico se pierde aquí.
Los conspirativos, por su parte, piensan que los Illuminati han llegado a dominar al mundo y, a pesar de la inestabilidad que sufrió la sociedad en su corta vida, perduraron por más de dos siglos.

NACE EL MITO
La creencia de que los Iluminados seguían actuando en las sombras para alcanzar el poder mundial apareció después de la Revolución Francesa en dos obras, una debida a la pluma de un sacerdote francés, el abate Barruel, y la otra escrita por un masón inglés llamado John Robison.
Robison era un profesor de matemáticas, defensor de la monarquía, que publicó en 1798 sus Pruebas de una Conspiración contra todas las Religiones y Gobiernos de Europa. El mismo año aparecía la voluminosa Memoria sobre la historia de los Jacobinos de Barruel, que abundaba más en calificativos que en pruebas para denunciar “la conspiración de la Impiedad y la Anarquía”. Barruel acusaba a la secta de los iluminados de auspiciar el satanismo y la abolición de la propiedad privada; pero paradójicamente, muchas de las ideas que condenaba como impías hoy forman parte del ideario democrático.
Barruel y Robison disparaban sus dardos contra masones e iluminados, pero no mencionaban a los banqueros judíos, que pasarían a ser un ingrediente obligado de la conspiración, cuando se le atribuyó a Rotschild el padrinazgo de Weishaupt. Sin embargo, en tiempos de Weishaupt había poquísimos judíos en las logias masónicas, y los primeros Rotschild todavía vivían pobremente en el gueto.
Un siglo más tarde, en los escritos antisemitas de Henry Ford y de las derechas europeas se vinculaba explícitamente a los iluminados con los judíos. Es que entre Barruel-Robison y Ford-Hitler los servicios de inteligencia rusos habían puesto en circulación un siniestro fraude, los Protocolos de los Sabios de Sión, que aún se sigue editando y se consigue en quioscos de Buenos Aires.

LAS LARGAS PATAS DE LA MENTIRA
Alimentada por los libros de Barruel y Robison, enriquecidos con una cuantiosa panfletería anónima, a fines del siglo XVIII cundió una suerte de histeria colectiva que denunciaba a los Illuminati y los masones como el poder en las sombras.
En los Estados Unidos, la teoría conspirativa fue alimentada por el reverendo Morse de Boston, quien acusó a Thomas Paine de pertenecer a la secta. El propio Jefferson salió en defensa de Weishaupt, calificándolo de “filántropo idealista”.
Sin embargo, el aporte decisivo para la histeria fue, curiosamente, la obra de un iluminista anticlerical que se hacía llamar “Leo Taxil” (Gabriel Jogand-Pages, 1854-1907). Ateo militante, Taxil se propuso tenderle una trampa al clero, y lo hizo en una novela por entregas titulada El diablo en el siglo XIX, que escribió con la ayuda de su amigo Karl Hacks (“Bataille”).
En el folletín, Taxil denunciaba una conspiración satánica con sede en Charleston (Virginia) cuyas ramificaciones llegaban a lugares como Calcuta y Montevideo (¡!) y tenía por jefe al general confederado Pike: un personaje real y bastante conocido. Mucho antes que Dick Tracy, Pike se comunicaba con Lucifer mediante una radio-pulsera, viajaba a Sirio como El Alberto y mantenía un laboratorio oculto bajo el peñón de Gibraltar, donde se elaboraban armas bacteriológicas de destrucción masiva, como Saddam.
Para completar el engaño, Taxil simuló haberse convertido al catolicismo y prometió presentar como testigo a una “arrepentida”, cierta miss Diana Vaughn, que había llegado a pasear por los canales marcianos en compañía del demonio Asmodeo.
Taxil desconcertó a sus colegas, que lo acusaron de haberse vendido al Vaticano, pero logró seducir a los sectores reaccionarios de la Iglesia, que le consiguieron una entrevista con León XIII. De tal modo, Taxil se dio el lujo de engañar a quien sería considerado como el Papa más progresista de su siglo.
La pretendida “sátira” de Taxil fue un fruto envenenado, pues el mismo año 1897 en que el francés convocaba a una conferencia de prensa para jactarse de su impostura, aparecían los Protocolos de los Sabios de Sión, el panfleto antisemita que más tarde inspiraría a Hitler. Los Protocolos eran un texto hecho de plagios (una novela italiana, una sátira liberal contra Napoleón III y las divagaciones de un místico ruso) que había fraguado la Ojrana, el servicio de inteligencia del Zar, para justificar los pogroms que ejecutaban sus cosacos.
En la novela de Taxil se relataban orgías y misas negras donde se profanaban hostias que habían sido robadas por los judíos en los templos cristianos. Este resabio de la leyenda medieval era lo que estaban esperando los antisemitas. Pocos años después, el inglés Nesta Webster denunció la existencia de una “Teocracia oculta” que ahora incluía a los bancos judíos junto a iluminados y masones. De este modo, la infeliz “sátira” de Taxil hizo su contribución al Holocausto, aunque su autor murió sin saberlo.

METASTASIS DE LA IMPOSTURA
Todo esto sería historia antigua de no ser porque mucha gente, además del oyente nocturno de la radio, sigue creyendo que los Illuminati gobiernan al mundo entre bambalinas. Se animan a hacer remontar su origen a una secta musulmana medieval (los Asesinos), a los cabalistas, a Euclides y hasta a Pitágoras. Afirman que el 1º de Mayo no es el Día del Trabajo: evoca la fundación de la secta, a la cual le atribuyen la Revolución Francesa, la emancipación americana, las guerras mundiales, los conflictos de Medio Oriente; pero también las semillas transgénicas, la deuda externa, la desregulación, la globalización y las multinacionales. Los conspirativos aseguran que las Naciones Unidas están a su servicio y que los jesuitas son su brazo ejecutor. ¿Bin Laden? Cualquiera nos explicará que es un títere, al igual que Hitler y Stalin. ¿Los platos voladores? Para algunos, han sido creados por la Bell Telephone; para otros son emisarios de los extraterrestres que nos dominan por intermedio de los iluminados. Detrás de todos los conflictos está el eje del Mal de la siniestra secta. Ellos mataron a Kennedy, a Grace Kelly y a Lady Di. Quizás hasta se hayan quedado con las manos de Perón y las piernas de Maradona.
En Estados Unidos, Henry Ford ya había asociado en sus libelos a los Illuminati con la conspiración judía mundial. Es sabido que cuando los judíos lo bombardearon con juicios, Ford optó por echarle la culpa al director del diario, que era un empleado suyo.
En 1962, la organización derechista John Birch Society reeditó el libro de Robison y mencionó explícitamente a los Illuminati como eje de una teoría conspirativa que los asociaba con la banca judía, los comunistas y los masones.
Desaparecido el espectro comunista tras el colapso de la URSS, los nuevos conspirativos les atribuyen el diseño del Nuevo Orden Mundial, un concepto que fue usado por George Bush (padre) en su discurso al Congreso de 1991.
No estamos hablando de chiflados sueltos, sino de gente con poder político y económico que adhiere a teorías conspirativas. En general, se presentan en dos grandes tribus (los ufológicos y los ultraderechistas) aunque como en cualquier otro manicomio abundan los híbridos e inclasificables.
Entre los más demenciales están los ufólogos como David Icke, quien ha vendido muchos libros donde sostiene no sólo que los Illuminati gobiernan al mundo, sino que nos han vendido a los draconianos, unos reptiles inteligentes venidos de otra galaxia; o mejor aún, “de la parte baja de otra dimensión.” ¿Dónde quedará eso?
Pero quizá los más peligrosos sean gente como Myron Fagan, Bill Cooper y Jim Keith, ex miembro de la Cienciología. Tanto Cooper, líder de una milicia armada que murió en un tiroteo, como Ken Adachi, creían que los Illuminati crearon el sida para reducir la población mundial en unos mil millones de personas.
Pat Robertson, fundador de la influyente Coalición Cristiana que aglutina a los fundamentalistas, escribió El Nuevo Orden mundial (1994), donde involucraba en la conspiración no sólo a los banqueros judíos, los masones y el FMI, sino también a musulmanes, homosexuales e inmigrantes. Robertson hasta se daba el lujo de ser a la vez antisemita y pro-Israel, como algunos paranoicos criollos que hemos conocido.
Entre los conspirativos más prestigiosos se encuentra el doctor Fritz Springmeier, que escribió El Esclavo Mentalmente Controlado. No sólo denuncia que los Illuminati están a punto de injertarnos a cada uno un microchip para manejarnos mejor, sino que se ocupa de rastrearlos en la literatura. En una página web de la Red de Patriotas Americanos enseña que Hitler, Frank Baum (el autor de El Mago de Oz), el predicador Billy Graham y hasta Elvis Presley eran cultores de Satán. Dedica mucho espacio a rastrear mensajes satánicos subliminales en El Mago de Oz, Alicia en el País de las Maravillas y El Señor de los Anillos. Por suerte, no llegó a conocer a Harry Potter.
En muchos sitios de conspirativos esotéricos se sigue citando la superchería de Taxil y Lazare como la pura verdad. Y como la mente paranoica no cesa de buscar signos y señales en cualquier parte, aparecen las paradojas. De este modo Barruel (que era jesuita) cae ahora bajo la sospecha, porque se dice que los jesuitas son la inteligencia de los iluminados, y la corona británica, que defendía Robison, es señalada comoexponente del poder oculto. Curiosamente, Bill Gates y el Opus Dei no aparecen en estas listas negras, pero en algunas aparece ¡el propio Pat Robertson! Hay muchos que acusan al matrimonio Clinton (pero no a Monica Lewinsky) de estar al servicio de la organización, pero hay otros que increpan a George W. Bush, el más inesperado de los candidatos.
El paranoico encuentra los signos de persecución en cualquier cosa, desde los ciegos del personaje de Sabato hasta los mensajes ocultos que algunos creen leer en las patentes de los autos, los números de documento o las propagandas de la TV.
Paradójicamente, las comunicaciones multiplican eficazmente aquello que la imprenta hacía de manera casi artesanal: “Paranoicos del mundo, uníos” parece ser el lema de algunos sitios de internet.
Al rodar, el mito recoge todo lo que encuentra a su paso y lo trasmuta en un aquelarre interminable. Es que el mundo no anda nada bien y con la posmodernidad se ha liberado una buena cuota de irracionalidad, de manera que imaginar una mente siniestra que tiene todo planificado de antemano resulta casi tranquilizante, por lo menos para un paranoico.
De este modo, las cosas adquieren un sentido, aunque sea apocalíptico, y creer que uno está entre los que lo conocen da cierta seguridad. Pertenecer tiene sus privilegios, y uno se siente menos solo en su locura.

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