Sáb 12.06.2004
futuro

INGENIERIA PLANETARIA: PROYECTO TERRAFORMACION

El ABC de la colonización marciana

Por Federico Kukso

La completa seguridad de que alguna vez –dentro de diez, cien o mil años- el ser humano madurará, tomará las valijas y abandonará de una vez por todas su conflictivo hogar con la bandera de la exploración de lo inexplorado en mano podría jugarle una mala pasada a la humanidad presente. Es razonable: después de todo, si se tiene la ciega certeza de que algo va a pasar sí o sí en un futuro ya escrito, los esfuerzos por dar los primeros pasos se pueden dilatar hasta esfumarse en el olvido. Por eso las hipótesis, teorías y proyectos, por más descabellados que parezcan, son siempre bienvenidos en la mesa de los pronto-a-ser adelantados espaciales, mientras muevan algo y pongan a quienes correspondan a trabajar. Es que, como se sabe, de una pila de malas ideas puede nacer (o reciclarse) una buena; la idea.
Así, luego de varios “no”, “de ninguna manera” y “es una locura”, al llamado Proyecto Terraformación, una de las más descomunales empresas de ingeniería biológica que el ser humano haya imaginado, le llegó la hora y desde hace alrededor de veinte años se lo lee más seguido precedido de varios “tal vez”. Suena fácil: transformar artificialmente a nuestro querido planeta-vecino Marte, desde la más seca esterilidad, en una confortable réplica de la Tierra con su propia biosfera (conjunto que forman los seres vivos con el medio en que se desarrollan), rebosantes llanuras verdes, selvas, lagos, océanos, atmósfera y ríos. Pero para eso habrá que tener mucha paciencia y esperar no menos de 150 años (lo máximo son 100 mil años) para que la primera florcita empiece a asomar.

MARTE ROJO
Como dice Elton John en su clásica canción Rocket Man, Marte es un infierno helado (en promedio, el termómetro marca los 62ºC bajo cero en la superficie). La desolación campea en un desierto polvoriento cubierto por una muy fina atmósfera (compuesta por 95,3% de dióxido de carbono; 2,7% de nitrógeno; 1,6 de argón y 0,2 de oxígeno en contraste con la atmósfera terrestre de 78,1% de nitrógeno; 20,9 de oxígeno; 0,9 de argón y 0,1% de dióxido de carbono). Pero pese a la tristeza que brota de cada roca fotografiada por la dupla Spirit-Opportunity, el planeta rojo es uno de los más similares al planeta azul: su día dura 24 horas y 37 minutos y está lo suficientemente cerca del Sol como para tener estaciones (si bien son el doble de largas que las terrestres dado que un año marciano dura 23 meses –por ende, en Marte uno tendría casi la mitad de “años” que uno tiene en la Tierra–). Y como las coincidencias siempre pesan más que las diferencias, no uno sino decenas de escritores de ciencia ficción transfirieron al planeta rojo sus deseos de contar con una segunda casa. En su cuento Orbita de Colisión (1942), Jack Williamson finalmente le dio nombre a este proceso: terraformación (en el relato, el sistema solar era repartido entre los países del mundo: Venus para China, Japón e Indonesia; Marte para Alemania; las lunas de Júpiter para Rusia; y la vieja Tierra y los grandes astros del cinturón de asteroides pasan a ser territorio exclusivamente inglés). Pero hasta que Carl Sagan la hizo suya en 1961 para especular con la posibilidad de terraformar Venus, la palabra dormía en el limbo de la ciencia ficción.

MARTE VERDE
La fuerza de la vida es por todos conocida. Pero para que tome curso es necesario, por empezar, una temperatura media entre los 0ºC y 30ºC, una atmósfera respirable, presión suficiente y agua abundante. Así es que el paso nº 1 del cambio total consistiría en calentar (y engrosar) la atmósfera marciana lo cual mejoraría su función de escudo contra radiaciones y meteoros. Para ello sería necesario liberar grandes cantidades de dióxido de carbono, que supuestamente existen en reservas bajo la superficie marciana y en forma de hielo en los polos, además de inyectar –para acelerar el proceso– metano, óxido nitroso, amoníaco y perfluorocarbonos. De modo que la atmósfera marciana retendría cada vez más calor provisto por el Sol y haría que las rocas desprendieran dióxido de carbono, nitrógeno y vapor de agua en un ciclo de retroalimentación permanente. De los -60ºC se pasaría a -40ºC y de ahí -25ºC, momento en el que se dispersarían formas vegetales capaces de reproducirse en el frío extremo. En su fotosíntesis, estas plantitas utilizarían el dióxido de carbono para liberarlo luego en forma de oxígeno y con el tiempo se crearía una primigenia capa de ozono bajo la cual podrían subsistir cierto tipo de bacterias (llamadas extremophiles) que en la Tierra viven en condiciones extremas. Para generar una atmósfera gruesa de dióxido de carbono, tendrían que pasar 100 años y para lograr un planeta rico en agua, algo así como 600 años.
Un ecosistema autosustentable estaría ya a la vuelta de la esquina. Al cabo de 300 años de haber comenzado el proyecto, la temperatura marciana sería de 8ºC, con una presión de unos 240 milibares y agua corriendo por el 10% de su superficie. Los seres humanos no podrían aún correr al aire libre a nariz pelada pero un pequeño tanque de oxígeno no molestaría a muchos.
Será el momento de las naves que desembarcarán con hijos, padres, nietos, hermanos y suegras acompañados por vacas, peces, aves y cuanto bicho quiera empezar todo de nuevo. Y entonces, todos seremos marcianos.

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