INGENIERIA PLANETARIA: PROYECTO TERRAFORMACION
La completa seguridad de que alguna vez –dentro de diez, cien o mil años-
el ser humano madurará, tomará las valijas y abandonará
de una vez por todas su conflictivo hogar con la bandera de la exploración
de lo inexplorado en mano podría jugarle una mala pasada a la humanidad
presente. Es razonable: después de todo, si se tiene la ciega certeza
de que algo va a pasar sí o sí en un futuro ya escrito, los esfuerzos
por dar los primeros pasos se pueden dilatar hasta esfumarse en el olvido. Por
eso las hipótesis, teorías y proyectos, por más descabellados
que parezcan, son siempre bienvenidos en la mesa de los pronto-a-ser adelantados
espaciales, mientras muevan algo y pongan a quienes correspondan a trabajar.
Es que, como se sabe, de una pila de malas ideas puede nacer (o reciclarse)
una buena; la idea.
Así, luego de varios “no”, “de ninguna manera”
y “es una locura”, al llamado Proyecto Terraformación, una
de las más descomunales empresas de ingeniería biológica
que el ser humano haya imaginado, le llegó la hora y desde hace alrededor
de veinte años se lo lee más seguido precedido de varios “tal
vez”. Suena fácil: transformar artificialmente a nuestro querido
planeta-vecino Marte, desde la más seca esterilidad, en una confortable
réplica de la Tierra con su propia biosfera (conjunto que forman los
seres vivos con el medio en que se desarrollan), rebosantes llanuras verdes,
selvas, lagos, océanos, atmósfera y ríos. Pero para eso
habrá que tener mucha paciencia y esperar no menos de 150 años
(lo máximo son 100 mil años) para que la primera florcita empiece
a asomar.
MARTE ROJO
Como dice Elton John en su clásica canción Rocket Man, Marte es
un infierno helado (en promedio, el termómetro marca los 62ºC bajo
cero en la superficie). La desolación campea en un desierto polvoriento
cubierto por una muy fina atmósfera (compuesta por 95,3% de dióxido
de carbono; 2,7% de nitrógeno; 1,6 de argón y 0,2 de oxígeno
en contraste con la atmósfera terrestre de 78,1% de nitrógeno;
20,9 de oxígeno; 0,9 de argón y 0,1% de dióxido de carbono).
Pero pese a la tristeza que brota de cada roca fotografiada por la dupla Spirit-Opportunity,
el planeta rojo es uno de los más similares al planeta azul: su día
dura 24 horas y 37 minutos y está lo suficientemente cerca del Sol como
para tener estaciones (si bien son el doble de largas que las terrestres dado
que un año marciano dura 23 meses –por ende, en Marte uno tendría
casi la mitad de “años” que uno tiene en la Tierra–).
Y como las coincidencias siempre pesan más que las diferencias, no uno
sino decenas de escritores de ciencia ficción transfirieron al planeta
rojo sus deseos de contar con una segunda casa. En su cuento Orbita de Colisión
(1942), Jack Williamson finalmente le dio nombre a este proceso: terraformación
(en el relato, el sistema solar era repartido entre los países del mundo:
Venus para China, Japón e Indonesia; Marte para Alemania; las lunas de
Júpiter para Rusia; y la vieja Tierra y los grandes astros del cinturón
de asteroides pasan a ser territorio exclusivamente inglés). Pero hasta
que Carl Sagan la hizo suya en 1961 para especular con la posibilidad de terraformar
Venus, la palabra dormía en el limbo de la ciencia ficción.
MARTE VERDE
La fuerza de la vida es por todos conocida. Pero para que tome curso es necesario,
por empezar, una temperatura media entre los 0ºC y 30ºC, una atmósfera
respirable, presión suficiente y agua abundante. Así es que el
paso nº 1 del cambio total consistiría en calentar (y engrosar)
la atmósfera marciana lo cual mejoraría su función de escudo
contra radiaciones y meteoros. Para ello sería necesario liberar grandes
cantidades de dióxido de carbono, que supuestamente existen en reservas
bajo la superficie marciana y en forma de hielo en los polos, además
de inyectar –para acelerar el proceso– metano, óxido nitroso,
amoníaco y perfluorocarbonos. De modo que la atmósfera marciana
retendría cada vez más calor provisto por el Sol y haría
que las rocas desprendieran dióxido de carbono, nitrógeno y vapor
de agua en un ciclo de retroalimentación permanente. De los -60ºC
se pasaría a -40ºC y de ahí -25ºC, momento en el que
se dispersarían formas vegetales capaces de reproducirse en el frío
extremo. En su fotosíntesis, estas plantitas utilizarían el dióxido
de carbono para liberarlo luego en forma de oxígeno y con el tiempo se
crearía una primigenia capa de ozono bajo la cual podrían subsistir
cierto tipo de bacterias (llamadas extremophiles) que en la Tierra viven en
condiciones extremas. Para generar una atmósfera gruesa de dióxido
de carbono, tendrían que pasar 100 años y para lograr un planeta
rico en agua, algo así como 600 años.
Un ecosistema autosustentable estaría ya a la vuelta de la esquina. Al
cabo de 300 años de haber comenzado el proyecto, la temperatura marciana
sería de 8ºC, con una presión de unos 240 milibares y agua
corriendo por el 10% de su superficie. Los seres humanos no podrían aún
correr al aire libre a nariz pelada pero un pequeño tanque de oxígeno
no molestaría a muchos.
Será el momento de las naves que desembarcarán con hijos, padres,
nietos, hermanos y suegras acompañados por vacas, peces, aves y cuanto
bicho quiera empezar todo de nuevo. Y entonces, todos seremos marcianos.
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