Sáb 10.07.2004
futuro

DIALOGO CON LA BIOQUIMICA LIA PIETRASANTA

Moléculas a la vista

Por Diego Guerrieri y Federico Kukso

En los laberínticos pasillos del Pabellón I de Ciudad Universitaria hay un laboratorio (casi) desconocido por los estudiantes e investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Es el Centro de Microscopías Avanzadas. Allí, la doctora en bioquímica Lía Pietrasanta y su equipo lidian todos los días con los caprichos de lo extremadamente pequeño al mismo tiempo que gozan de un privilegio único entre los mortales: ver a través de sus potentísimos microscopios los átomos y moléculas en su más privada intimidad. Futuro dialogó con la doctora Pietrasanta, que reveló los últimos secretos del prometedor campo de las nanociencias.

¿Qué investigan en este laboratorio?
–En el Centro (www.cma.fcen.uba.ar) usamos técnicas de microscopía avanzada, con las que se puede lograr una magnificación de 500 mil aumentos. Para ello, contamos con dos equipos de microscopios de fuerza atómica que permiten visualizar moléculas individuales así como estudiar la relación entre la estructura y la función de moléculas como proteínas y moléculas de ADN. Además podemos manipular las moléculas individualmente y obtener información de las fuerzas que las mantienen unidas. Es un campo nuevo: hace 20 años, este tipo de microscopía no existía.

¿Qué atractivo tiene la microscopía avanzada?
–La visualización de una molécula, de un complejo o de un proceso siempre es fascinante. Normalmente, un investigador que trabaja en bioquímica estudia reacciones en base a una población de moléculas dentro de tubos de ensayo. Pero aquí yo veo a las moléculas. Es más, puedo seleccionar una y observarla en detalle. Puedo ver cómo se comporta cuando cambio las condiciones del medio o cuando agrego otra segunda molécula para que interactúe. Los microscopios de fuerza atómica nos permiten estirar, enrollar y desenrollar una molécula y medir las fuerzas que están en juego.

¿Cómo nació el Centro de Microscopía Avanzada?
–Cuatro años atrás, la Facultad no contaba con un centro donde uno pudiera hacer microscopía electrónica o microscopía de fluorescencia. Hace tiempo habíamos recibido la donación de un microscopio electrónico de transmisión, que quedó olvidado en el subsuelo de la facultad. Entonces, el doctor Ernesto Calvo, secretario de Investigación en esa época, y otros profesores de la facultad tuvieron la idea de crear un centro que albergara diferentes equipos los cuales fueran accesibles a toda la comunidad. En el año 2000 el proyecto fue aprobado y el departamento de Física cedió el espacio. En mayo de 2002 el Centro recibió la donación por parte de los doctores Carlos Bustamante (Universidad de Berkeley) y Thomas Jovin (Max Plank Institute) de dos microscopios de fuerza atómica, y luego tres microscopios de la compañía Zeiss. Así fue como en noviembre de 2002 finalmente estrenamos el Centro de Microscopías Avanzadas, único en su tipo en el país.

¿Deben estar muy ocupados, no?
–Sí. Actualmente estamos estudiando el mecanismo de “transporte retrógrado del factor de crecimiento de neuronas”, es decir, cómo una señal química va del axón al núcleo de una neurona. Y combinamos microscopía de fluorescencia con microscopía de fuerza atómica. Nuestro objetivo es seguir todo el proceso en tiempo real, como si fuese una película.

¿Qué grado de resolución se alcanza con estos microscopios?
–Si la muestra es un cristal, por ejemplo, con el microscopio de fuerza atómica podemos ver los átomos. Y si son muestras biológicas se alcanza una resolución de décimas de nanómetros (un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro).

¿Y cómo funcionan estos microscopios?
–No emplean ni ondas ni lentes para la formación de la imagen sino que lo que se usa es una especie de sonda muy puntiaguda que barre la superficie de la muestra y mide las fuerzas de interacción.

O sea, la sonda es algo así como una púa...
–Claro, funciona como un tocadiscos. Hay otros investigadores a los que les gusta la analogía de un ciego con su bastón que va palpando el terreno para ubicarse.

¿Y eso genera una imagen?
–Sí, una imagen tridimensional. Es muy impresionante.

¿Qué perspectivas futuras tiene este tipo de investigación?
–Cada día más se tiende a combinar la microscopía de fluorescencia (que permite ver moléculas individuales dentro de una célula viva) y la microscopía de barrido (que saca un retrato de la superficie de células y moléculas).

¿Tienen contacto con otros investigadores?
–Sí, por supuesto. El objetivo del centro a largo plazo es entrenar a los estudiantes y científicos para que soliciten un turno, vengan y puedan trabajar con los equipos. Ya hay grupos que están usando los microscopios para todo tipo de investigaciones: estudio de las interacciones entre ADN y proteínas, estudio del genoma del virus del dengue, análisis de la dureza de materiales; también hay muchos investigadores del departamento de química inorgánica que vienen a ver las nanopartículas que sintetizan. Lo malo de esta tecnología es que no es nada barata y la tenemos que cuidar. Para que se den una idea, cada sensor de fuerza (la “púa del tocadiscos”) que mide alrededor de 5 a 10 nanómetros vale cuarenta dólares. Por ahora tenemos subsidios que permitieron la puesta en marcha del centro.

¿Cómo se las ingenia para explicarle a una persona fuera del ámbito científico lo que usted hace en este Centro?
–A veces es difícil transmitir la idea de que podemos ver así nomás una sola molécula. Es cuestión de ingeniársela y contar lo que uno hace. Para explicar el funcionamiento de la microscopía lo que hago es poner el ejemplo de un glóbulo rojo, que todo el mundo lo imagina como un plato. ¿Entonces qué veo?, digo. Un glóbulo rojo al lado de otro. Después de esa célula trato de ir a cosas más pequeñitas, organelas, hasta llegar a una molécula, el famoso ADN. Y, ¿cómo se ve? Y bueno, se ve así, se ve como una soga. Muy, pero muy pequeña.

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