DIALOGO CON LA BIOQUIMICA LIA PIETRASANTA
En los laberínticos pasillos del Pabellón I de Ciudad Universitaria
hay un laboratorio (casi) desconocido por los estudiantes e investigadores de
la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Es el Centro de Microscopías
Avanzadas. Allí, la doctora en bioquímica Lía Pietrasanta
y su equipo lidian todos los días con los caprichos de lo extremadamente
pequeño al mismo tiempo que gozan de un privilegio único entre
los mortales: ver a través de sus potentísimos microscopios los
átomos y moléculas en su más privada intimidad. Futuro
dialogó con la doctora Pietrasanta, que reveló los últimos
secretos del prometedor campo de las nanociencias.
–¿Qué investigan en este laboratorio?
–En el Centro (www.cma.fcen.uba.ar) usamos técnicas de microscopía
avanzada, con las que se puede lograr una magnificación de 500 mil aumentos.
Para ello, contamos con dos equipos de microscopios de fuerza atómica
que permiten visualizar moléculas individuales así como estudiar
la relación entre la estructura y la función de moléculas
como proteínas y moléculas de ADN. Además podemos manipular
las moléculas individualmente y obtener información de las fuerzas
que las mantienen unidas. Es un campo nuevo: hace 20 años, este tipo
de microscopía no existía.
–¿Qué atractivo tiene la microscopía avanzada?
–La visualización de una molécula, de un complejo o de un
proceso siempre es fascinante. Normalmente, un investigador que trabaja en bioquímica
estudia reacciones en base a una población de moléculas dentro
de tubos de ensayo. Pero aquí yo veo a las moléculas. Es más,
puedo seleccionar una y observarla en detalle. Puedo ver cómo se comporta
cuando cambio las condiciones del medio o cuando agrego otra segunda molécula
para que interactúe. Los microscopios de fuerza atómica nos permiten
estirar, enrollar y desenrollar una molécula y medir las fuerzas que
están en juego.
–¿Cómo nació el Centro de Microscopía
Avanzada?
–Cuatro años atrás, la Facultad no contaba con un centro
donde uno pudiera hacer microscopía electrónica o microscopía
de fluorescencia. Hace tiempo habíamos recibido la donación de
un microscopio electrónico de transmisión, que quedó olvidado
en el subsuelo de la facultad. Entonces, el doctor Ernesto Calvo, secretario
de Investigación en esa época, y otros profesores de la facultad
tuvieron la idea de crear un centro que albergara diferentes equipos los cuales
fueran accesibles a toda la comunidad. En el año 2000 el proyecto fue
aprobado y el departamento de Física cedió el espacio. En mayo
de 2002 el Centro recibió la donación por parte de los doctores
Carlos Bustamante (Universidad de Berkeley) y Thomas Jovin (Max Plank Institute)
de dos microscopios de fuerza atómica, y luego tres microscopios de la
compañía Zeiss. Así fue como en noviembre de 2002 finalmente
estrenamos el Centro de Microscopías Avanzadas, único en su tipo
en el país.
–¿Deben estar muy ocupados, no?
–Sí. Actualmente estamos estudiando el mecanismo de “transporte
retrógrado del factor de crecimiento de neuronas”, es decir, cómo
una señal química va del axón al núcleo de una neurona.
Y combinamos microscopía de fluorescencia con microscopía de fuerza
atómica. Nuestro objetivo es seguir todo el proceso en tiempo real, como
si fuese una película.
–¿Qué grado de resolución se alcanza con
estos microscopios?
–Si la muestra es un cristal, por ejemplo, con el microscopio de fuerza
atómica podemos ver los átomos. Y si son muestras biológicas
se alcanza una resolución de décimas de nanómetros (un
nanómetro es la millonésima parte de un milímetro).
–¿Y cómo funcionan estos microscopios?
–No emplean ni ondas ni lentes para la formación de la imagen sino
que lo que se usa es una especie de sonda muy puntiaguda que barre la superficie
de la muestra y mide las fuerzas de interacción.
–O sea, la sonda es algo así como una púa...
–Claro, funciona como un tocadiscos. Hay otros investigadores a los que
les gusta la analogía de un ciego con su bastón que va palpando
el terreno para ubicarse.
–¿Y eso genera una imagen?
–Sí, una imagen tridimensional. Es muy impresionante.
–¿Qué perspectivas futuras tiene este tipo de investigación?
–Cada día más se tiende a combinar la microscopía
de fluorescencia (que permite ver moléculas individuales dentro de una
célula viva) y la microscopía de barrido (que saca un retrato
de la superficie de células y moléculas).
–¿Tienen contacto con otros investigadores?
–Sí, por supuesto. El objetivo del centro a largo plazo es entrenar
a los estudiantes y científicos para que soliciten un turno, vengan y
puedan trabajar con los equipos. Ya hay grupos que están usando los microscopios
para todo tipo de investigaciones: estudio de las interacciones entre ADN y
proteínas, estudio del genoma del virus del dengue, análisis de
la dureza de materiales; también hay muchos investigadores del departamento
de química inorgánica que vienen a ver las nanopartículas
que sintetizan. Lo malo de esta tecnología es que no es nada barata y
la tenemos que cuidar. Para que se den una idea, cada sensor de fuerza (la “púa
del tocadiscos”) que mide alrededor de 5 a 10 nanómetros vale cuarenta
dólares. Por ahora tenemos subsidios que permitieron la puesta en marcha
del centro.
–¿Cómo se las ingenia para explicarle a una persona
fuera del ámbito científico lo que usted hace en este Centro?
–A veces es difícil transmitir la idea de que podemos ver así
nomás una sola molécula. Es cuestión de ingeniársela
y contar lo que uno hace. Para explicar el funcionamiento de la microscopía
lo que hago es poner el ejemplo de un glóbulo rojo, que todo el mundo
lo imagina como un plato. ¿Entonces qué veo?, digo. Un glóbulo
rojo al lado de otro. Después de esa célula trato de ir a cosas
más pequeñitas, organelas, hasta llegar a una molécula,
el famoso ADN. Y, ¿cómo se ve? Y bueno, se ve así, se ve
como una soga. Muy, pero muy pequeña.
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