Sáb 31.07.2004
futuro

MURIO FRANCIS CRICK, CO-DESCUBRIDOR DE LA ESTRUCTURA DEL ADN

El físico que se rió de la vida

Por Luciano Levin

En la segunda mitad del siglo XX predominó la tecnología más que la ciencia. La ciencia se gestó antes. Pero hay una batalla que el siglo XX ganó definitivamente y nadie ni nada se la puede quitar: la inclusión de la ciencia de los siglos XVIII y XIX en el ámbito de la cultura (la aparición de “la” ciencia como una forma de pensamiento, más que como un conjunto de disciplinas). Cada vez fue más difícil distinguir entre ciencia y sociedad, ciencia y arte, ciencia y cultura; cada vez fue más fácil encontrar a un científico en los diarios, en la televisión. Cada vez fue más fácil encontrar a un científico.
No son demasiados los hombres que contribuyeron a esta tarea y el miércoles pasado con la muerte de Francis Crick a los 88 años, luego de una larga lucha contra un cáncer de colon, murió uno de los científicos que más contribuyó a que las cosas sean así.

Del quark al jaguar
La biología es reconocida hoy como una ciencia, a la par de la física o la química, pero no siempre fue así. Poner en escena definitivamente a los seres vivos fue el mayor mérito del desciframiento de la estructura del ADN en 1953. Francis Crick construyó, con sus propias manos y con sus propias ideas, el indestructible puente que uniría de una vez por todas a la biología, con la potencia explicativa, tradicional, indiscutida, de la física y de la química. Darwin, Mendel, Haldane e incluso Mayr no hacían otra cosa, para muchos científicos de la época, más que describir, eso sí, científicamente, lo que observaban en la naturaleza. Por supuesto que este puente, que unía terrenos aparentemente tan disímiles como los del átomo y la flor, el electrón y la golondrina, el quark y el jaguar, no apareció de la nada. Casi diez años antes, un gigante como Erwin Schröedinger anticipó el futuro en Viena. Schröedinger no sólo contribuyó y fundó la mecánica cuántica, sino que sembró las semillas que recogerían otros físicos para expandir su ciencia y fundar la biología molecular.
En su libro autobiográfico La doble hélice, James Watson recuerda el momento en que Francis Crick, en sus años de estudiante, leyó el revelador ensayo de Schröedinger, Qué es la vida, y decidió dedicar la suya a descifrar “aquel misterioso cristal, tal como lo definió su maestro. Watson también leyó, seguramente, el mínimo texto del padre de la cuántica y, como su colega, simplemente puso manos a la obra.
Fue puro tesón: Watson y Crick (quienes ya resuenan en la memoria cultural como French y Beruti, Abbott y Costello o el Gordo y el Flaco) salieron un día de su encierro y anunciaron a viva voz a sus colegas del bar de Cambridge: “hemos descifrado el secreto de la vida”. ¿No será mucho? Como era de esperar, estas palabras fueron pronunciadas por Francis Crick (su compinche Watson dijo alguna vez: “nunca he visto a Francis comportarse con modestia”).

Tormenta de ideas
¿Pero cuál es el verdadero mérito, luego de cincuenta años, de esta hazaña? Quizá se lo pueda pensar como el más genuino, el más innovador y el más exitoso de los trabajos interdisciplinarios. Romper estructuras (para crearlas), mezclar ideas, crear, crear, crear... James Watson y Francis Crick demostraron, entre otras cosas, que la ciencia es una sola, que no tienen sentido las barreras y que un físico puede ser tan buen biólogo como cualquier lingüista.
Otras barreras fueron rotas más tarde. La amalgama de la ciencia se iba complejizando. Los límites se diluían y así como la biología permitió a la física y a la química internarse en otros terrenos como los del ADN, lo mismo sucedió con otras áreas del conocimiento. La información, el mensaje, el código, empezaron a compartir ámbitos. Tanto en la computación, la semiótica y la genética, los conceptos se entrecruzaron. Las posibilidades se volvieron infinitas. El ADN no sólo era una estructura helicoidal, compuesta por cuatro tipos de moléculas llamadas bases nitrogenadas que se aparean siguiendo reglas estrictas (adenina con timina, citosina con guanina), sino que también se convirtió en la más antigua y famosa forma de transmisión de información, con mecanismos asombrosos de corrección, con intrincadas formas de mutación y replicación. La evolución volvió a la escena y el ADN la hizo prosperar. El biólogo Francisco Ayala lo denominó “el descubrimiento más importante del siglo XX”. Epistemológicamente se ha dicho que es “el descubrimiento que unificó la ciencia” (física, química, biología, comportamiento, psicología, conviven de algún modo dentro de la célula).
La vida se unificó y un nuevo dios surgió en el horizonte. Adorémoslo hoy, pues mañana dudaremos.

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