MURIO FRANCIS CRICK, CO-DESCUBRIDOR DE LA ESTRUCTURA DEL ADN
En la segunda mitad del siglo XX predominó la tecnología
más que la ciencia. La ciencia se gestó antes. Pero hay una batalla
que el siglo XX ganó definitivamente y nadie ni nada se la puede quitar:
la inclusión de la ciencia de los siglos XVIII y XIX en el ámbito
de la cultura (la aparición de “la” ciencia como una forma
de pensamiento, más que como un conjunto de disciplinas). Cada vez fue
más difícil distinguir entre ciencia y sociedad, ciencia y arte,
ciencia y cultura; cada vez fue más fácil encontrar a un científico
en los diarios, en la televisión. Cada vez fue más fácil
encontrar a un científico.
No son demasiados los hombres que contribuyeron a esta tarea y el miércoles
pasado con la muerte de Francis Crick a los 88 años, luego de una larga
lucha contra un cáncer de colon, murió uno de los científicos
que más contribuyó a que las cosas sean así.
Del quark al jaguar
La biología es reconocida hoy como una ciencia, a la par de la física
o la química, pero no siempre fue así. Poner en escena definitivamente
a los seres vivos fue el mayor mérito del desciframiento de la estructura
del ADN en 1953. Francis Crick construyó, con sus propias manos y con
sus propias ideas, el indestructible puente que uniría de una vez por
todas a la biología, con la potencia explicativa, tradicional, indiscutida,
de la física y de la química. Darwin, Mendel, Haldane e incluso
Mayr no hacían otra cosa, para muchos científicos de la época,
más que describir, eso sí, científicamente, lo que observaban
en la naturaleza. Por supuesto que este puente, que unía terrenos aparentemente
tan disímiles como los del átomo y la flor, el electrón
y la golondrina, el quark y el jaguar, no apareció de la nada. Casi diez
años antes, un gigante como Erwin Schröedinger anticipó el
futuro en Viena. Schröedinger no sólo contribuyó y fundó
la mecánica cuántica, sino que sembró las semillas que
recogerían otros físicos para expandir su ciencia y fundar la
biología molecular.
En su libro autobiográfico La doble hélice, James Watson recuerda
el momento en que Francis Crick, en sus años de estudiante, leyó
el revelador ensayo de Schröedinger, Qué es la vida, y decidió
dedicar la suya a descifrar “aquel misterioso cristal, tal como lo definió
su maestro. Watson también leyó, seguramente, el mínimo
texto del padre de la cuántica y, como su colega, simplemente puso manos
a la obra.
Fue puro tesón: Watson y Crick (quienes ya resuenan en la memoria cultural
como French y Beruti, Abbott y Costello o el Gordo y el Flaco) salieron un día
de su encierro y anunciaron a viva voz a sus colegas del bar de Cambridge: “hemos
descifrado el secreto de la vida”. ¿No será mucho? Como
era de esperar, estas palabras fueron pronunciadas por Francis Crick (su compinche
Watson dijo alguna vez: “nunca he visto a Francis comportarse con modestia”).
Tormenta de ideas
¿Pero cuál es el verdadero mérito, luego de cincuenta años,
de esta hazaña? Quizá se lo pueda pensar como el más genuino,
el más innovador y el más exitoso de los trabajos interdisciplinarios.
Romper estructuras (para crearlas), mezclar ideas, crear, crear, crear... James
Watson y Francis Crick demostraron, entre otras cosas, que la ciencia es una
sola, que no tienen sentido las barreras y que un físico puede ser tan
buen biólogo como cualquier lingüista.
Otras barreras fueron rotas más tarde. La amalgama de la ciencia se iba
complejizando. Los límites se diluían y así como la biología
permitió a la física y a la química internarse en otros
terrenos como los del ADN, lo mismo sucedió con otras áreas del
conocimiento. La información, el mensaje, el código, empezaron
a compartir ámbitos. Tanto en la computación, la semiótica
y la genética, los conceptos se entrecruzaron. Las posibilidades se volvieron
infinitas. El ADN no sólo era una estructura helicoidal, compuesta por
cuatro tipos de moléculas llamadas bases nitrogenadas que se aparean
siguiendo reglas estrictas (adenina con timina, citosina con guanina), sino
que también se convirtió en la más antigua y famosa forma
de transmisión de información, con mecanismos asombrosos de corrección,
con intrincadas formas de mutación y replicación. La evolución
volvió a la escena y el ADN la hizo prosperar. El biólogo Francisco
Ayala lo denominó “el descubrimiento más importante del
siglo XX”. Epistemológicamente se ha dicho que es “el descubrimiento
que unificó la ciencia” (física, química, biología,
comportamiento, psicología, conviven de algún modo dentro de la
célula).
La vida se unificó y un nuevo dios surgió en el horizonte. Adorémoslo
hoy, pues mañana dudaremos.
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