Por Enrique Garabetyan
Ojo por ojo
es, sin dudas, una las justificaciones más repetidas de la historia.
Sin embargo, no siempre se recuerda su segunda parte: el diente por diente.
Esta ley fue escrita en piedra unos 1750 años antes de Cristo, en el
famoso Código de Hammurabi que prescribía en la sección
referida a las recompensas y castigos de los practicantes de la medicina
lo siguiente: Si alguien arranca el diente de un igual, se le arrancará
su propio diente. Pero si arranca el diente de un inferior se lo multará
con un tercio de mina de plata.
Es cierto que dicho código es un antecedente legal más que una
referencia odontológica. Pero todo indica que esa región la
antigua Mesopotamia fue el lugar donde nacieron las preocupaciones y las
primeras explicaciones sobre la salud bucal. De hecho, el primer texto donde
se hipotetiza la causa del deterioro dental y el dolor de muelas es una tablilla
sumeria que atribuye la enfermedad dental a la presencia del gusano de
los dientes. Explicación que desde entonces se volverá una
constante repetida hasta bien entrado el Renacimiento.
Volviendo a la historia antigua, en las tablillas recuperadas de la biblioteca
de Asurbanipal (hacia el 650 a.C.), pueden leerse crónicas que dan cuenta
de cómo los médicos observaban los dientes de sus pacientes para
diagnosticar la presencia de enfermedades. Y también el Antiguo Testamento
contiene referencias sobre la importancia de la salud dental, ya que los dientes
sanos eran un símbolo de fuerza. Y su pérdida se relacionaba con
la debilidad y la enfermedad.
Sin embargo, la primera constancia de un dentista profesional proviene
de Egipto. Hesy-Re ejerció sus habilidades hacia el 2600 a.C., durante
la III dinastía. Y en su tumba se encontró la siguiente inscripción:
el mayor entre los médicos y entre los que tuvieron que trabajar
con los dientes.
El padre de la medicina (occidental), por supuesto, no podía dejar de
tratar el tema. Hacia el 400 a.C., Hipócrates describió el proceso
de la dentición, las afecciones específicas de las encías
y los dientes y algunos posibles tratamientos. También explicó
cómo extraer muelas recurriendo a los fórceps, pero, sabiamente,
recomendaba recurrir a este método in extremis. Y hasta se atrevió
a atribuir al exceso de comidas dulces la causa de las caries y el deterioro
dental, hecho que recibió la bendición bioquímica recién
a mediados del siglo XX. Un último presente griego es el uso de la palabra
afta para nombrar las inofensivas, pero molestas, úlceras
bucales.
El siguiente paso lo dieron los etruscos. Cualquier historiador sabe que de
esta civilización no hay demasiadas certezas. Lo que sí hay es
una curiosidad: se han conservado extraídos de tumbas los
primeros puentes de la historia odontológica. La tecnología era
la mejor posible para la época: se fabricaban uniendo anillos de oro
que encajaban ajustadamente sobre las piezas sanas. Estos anillos podían
acomodar dientes postizos para reemplazar a los faltantes.
Bocas limpias, almas
contentas
Aunque en el rubro odontológico los aportes del Islam no fueron
tan destacados como en otros ítem, sí hay detalles llamativos.
Mahoma fue un verdadero, aunque indirecto, impulsor de la higiene bucal, ya
que las abluciones rituales previas a las plegarias incluían enjuagarse
la boca. Se dice también que el profeta recomendaba usar el siwak, una
rama del árbol Salvadora Persica. Uniendo tallos y remojándolos
para separar las fibras, se obtenía un económico (y eficaz) cepillo
de dientes, con pasta incluida, ya que la corteza del Salvadora contiene bicarbonato
sódico, ácido tánico y otras moléculas astringentes
con efectos benéficos para las encías.
Para completar este acápite, también es posible rastrear en los
textos de Abu Ali al Husayn ibn Sina (Avicena) la recomendación de mantener
los dientes limpios. Para eso sugería usar como pasta dentífrica
mezclas de sustancias tales como espuma de mar, corazón de cuerno quemado,
sal y polvo de conchas de caracol. Avicena repetía que la causa del dolor
de muelas era el gusano dental que se escondía en recónditos lugares
de las encías y para tratarlo recomendaba una buena fumigación
hecha sobre la base del humo obtenido al quemar semillas de puerro, cebollas,
beleño y grasa de cabra.
Una de barberos
El oscurantismo científico de la Edad Media no podía dejar
incólume a la odontología. Se entendía que el cuerpo humano
(incluidos sus dientes) era asunto de Dios y no del hombre, ni aunque éste
fuera un devoto monje. Los gusanos dentales seguían siendo una encarnación
del mal y la explicación plausible del dolor de muelas, mientras que
se volvía muy popular Santa Apolonia (patrona de los dentistas)
desde el año 249. La santa era adorada con devoción y cantidad
de iglesias mostraban aún lo siguen haciendo vitrales con
su efigie llevando en la mano dientes o fórceps.
Mientras tanto, recorrían un lento camino de especialización médica
los barberos-cirujanos. Esta extraña mezcla, alumbrada a la sombra de
edictos papales que prohibieron a los sacerdotes realizar procedimientos sangrientos,
generó la creación de la cofradía de los barberos-cirujanos.
Estos solían recorrer las ferias de las ciudades y atender en el mercado,
mientras que un par de ayudantes sostenían (¿retenían?)
por los brazos al no siempre valiente paciente y otro colaborador tocaba el
tambor, como forma de atraer público y, de paso, tapar los ayes de dolor.
Fue recién a caballo de los siglos XVI y XVII cuando la odontología
se escindió poco a poco como especialización independiente, manteniendo
cierta base científica.
En 1719 instaló en París su consultorio don Pierre Fauchard, considerado
por muchos el verdadero padre de la odontología moderna. A diferencia
de lo que ocurría en su gremio y en muchos otros, Fauchard
se animó a recopilar y divulgar todo el conocimiento científico
(incluyendo los trucos) acumulados por la odontología. En 1723 publicó
Le Chirurgien Dentiste: ou traitê des dents, que levantó agrias
polémicas entre sus colegas por popularizar este saber.
Mientras la profesión iba encontrando sus caminos, merece una mención
un hecho trascendente: dos dentistas estadounidenses, Horace Wells y William
Morton, fueron responsables de convertir una moda social el uso de óxido
nitroso y del éter en un práctico anestésico. Así,
a partir de 1844 no sólo la odontología sino la práctica
médica general cambió de manera revolucionaria al poder manejarse
con efectividad el dolor. En ese camino, Sigmund Freud demostró el valor
de la cocaína como anestésico local y un cirujano, William Halsted,
desarrolló la idea de inyectar en los nervios una dosis de dicha sustancia.
Sonrisas compradas
Si bien desde antiguo se trató de trasplantar dientes tallados en
marfil, o extraídos de animales, de cadáveres y hasta de donantes
vivos, puede decirse que recién a fines del 1700 se inventaron los trasplantes
actuales. Fue un farmacéutico francés, Alexis Duchâteau,
a quien se le ocurrió recurrir a la porcelana como materia prima. Un
dentista que colaboró en este trabajo (Dubois de Chémant) siguió
los desarrollos y hasta logró recibir una patente en 1789 (de manos de
Luis XVI) tras haber presentado sus trabajos ante la Academia de Ciencias Francesa
y las autoridades de la Universidad de París.
En los años posteriores aparecieron varios implementos que hoy caracterizan
al dentista y numerosos avances técnicos que (en general) surgieron de
la iniciativa de avispados profesionales de los Estados Unidos. Por ejemplo,
el sillón reclinable, que apareció en 1832, y la vulcanita, base
de las dentaduras postizas que durante años manejaron los hermanos Goodyear.
También las coronas modernas, que aparecieron hacia 1880, y el famoso
torno hoy aggiornado en turbina que debutaría en una versión
práctica e impulsado a pedal (como las máquinas de coser) en 1858.
Habría que esperar hasta 1872 para sentir el primer torno eléctrico,
algo no demasiado necesario, ya que no eran muchas las ciudades con redes eléctricas.
Y los rayos X, otro clásico del consultorio, se utilizaron también
hacia fines del siglo XIX. Este hallazgo de Roentgen fue sin dudas uno de los
descubrimientos que más rápidamente pasaron de la ciencia básica
a la práctica médica aplicada, ya que días después
de conocerse los periódicos daban cuenta de el atractivo uso práctico
en el diagnóstico que tienen estos misteriosos rayos. El resto
del siglo XX es ya historia conocida para los pacientes: la higiene y la prevención
pasaron a tener un papel protagónico y los indicadores de salud bucal
mejoraron sensiblemente gracias a políticas públicas efectivas
pero no exentas de controversias, como el uso del flúor. Y desde ya,
los nuevos invitados al festín odontológico: los implantes.
Y ¿qué les depara el futuro a nuestras bocas? También en
este rubro se apuesta a las populares células madre. De hecho, recientemente
se han obtenido dientes de ratón a partir de cultivos de este tipos de
células que luego fueron implantados en la boca del animal. Otros avances
provienen de la ciencia de los materiales, ya que se están probando diversas
moléculas capaces de pegar, rellenar e inducir la regeneración
de tejidos dentarios dañados. En definitiva, un futuro sonriente, que
parece hecho a pedir de boca.
APUNTES ARGENTINOS De los abundantes
museos de la ciudad de Buenos Aires, uno de los menos conocidos es el
de los dientes. Se lo puede visitar gratuitamente, con sólo acercarse
al primer piso de la Facultad de Odontología de la UBA (M. T. de
Alvear 2142, tel. 4964-1271). Recorrerlo es un placer para la vista, aunque
es imposible no estremecerse ante algunos instrumentos y prácticas
usuales que con indudable estoicismo soportaban nuestros abuelos. |
DIENTES CON FAMA Una de las reliquias
más veneradas del mundo se encuentra en la ciudad de Kandy (Sri
Lanka) y está guardada en el templo-museo Dalada Maligawa. Es uno
de los mayores tesoros budistas y se lo conoce como el Diente Sagrado
de Buda. Según cuenta la leyenda, esta pieza fue encontrada
por un monje entre los restos de la pira funeraria de Siddhartha Gautama,
fundador del budismo. Una vez al año, en pomposas ceremonias, se
exhibe una réplica del diente que en medio de una procesión
de elefantes recorre durante varios días las calles de la
ciudad. |
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