La base está
Por Esteban Magnani
Desde Tucumán
Suele darse por sentado que el desarrollo científico es algo que depende de gente de riguroso guardapolvo blanco y que ocurre en laboratorios que cuentan con una tecnología digna de películas de ciencia ficción. Lo que se soslaya en esa imagen es que los científicos no surgen, valga la paradoja, por generación espontánea; de alguna manera tiene que germinar la idea de que ser científico es tanto o más interesante que ser futbolista, pirata o disk jockey.
En una Argentina acostumbrada al corto plazo, la existencia de la XXVIIIª Feria Nacional de Ciencias y Tecnología Juvenil que organiza el Ministerio de Educación a través de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Secyt), y que inauguraron el secretario de Ciencia y Técnica, Tulio del Bono, y el ministro de Educación, Daniel Filmus, resulta una agradable sorpresa. La historia de esta edición comenzó hace meses en cada provincia, cuando las ferias locales seleccionaron los mejores proyectos científicos para concursar a nivel nacional en cualquiera de las siguientes categorías: Ciencias Sociales, Naturales, Exactas e Ingeniería y Tecnología. La cita se concretó entre el 18 y el 22 de octubre en una feria en Tucumán, a donde llegaron más de 150 chicos de entre 11 y 18 años para mostrar sus trabajos. Allí respondieron pacientemente las preguntas de los alumnos de las escuelas locales y de los evaluadores. Pareció una suerte de torre de Babel nacional con tonadas que tejían el diálogo en torno de un interés común: la curiosidad por el mundo que nos rodea y el deseo de aprovecharlo lo mejor posible sin causarle daño.
Pinta tu aldea
Probablemente lo más interesante de estos proyectos científicos sea la mirada que priorizó la mayoría de los proyectos: aplicar el método científico a problemáticas locales y con soluciones realistas que requieren poca o ninguna inversión.
Por ejemplo, Mayra, alumna de la escuela Albert Einstein de Mar del Plata, cuenta que su equipo de investigación estudió la posibilidad de aprovechar bacterias capaces de degradar hidrocarburos para limpiar las aguas contaminadas del puerto de su ciudad. “El proyecto ya lleva tres años en la escuela y lo siguen distintos alumnos. La idea es ver si se lo puede llevar adelante sin desequilibrar todo el ecosistema. Serviría para que el puerto no esté tan feo y para preservar a los lobos marinos de la zona”, explica con paciencia y la voz gastada por las preguntas de los visitantes. En lo personal reconoce que para ella el proyecto de ciencias fue una posibilidad de sentirse útil y también de viajar. Al igual que otros participantes piensa con entusiasmo en una carrera científica, probablemente física.
Sergio, un correntino de 15 años, cuenta que sus compañeros y él, lejos de sumarse a la desidia general por el estado de las plazas, decidieron analizar la materia fecal de los perros de su ciudad para medir las consecuencias reales de tanta suciedad. “Dejan muchas enfermedades, parásitos, en las zonas de juegos de las plazas, donde se llena de chiquitos que después se llevan las manos a la boca”. Sergio es consciente de lo complicado que resulta cambiar hábitos establecidos y propone avanzar paso a paso (“en Corrientes no hay caniles, pero se podría empezar por enrejar la parte de los juegos. Es lo mínimo, como para empezar”) y sequeja un poco de la burocracia. A su lado están las fotos que tomaron de algunas personas con infecciones provocadas por los desechos caninos.
En la mesa de una escuela cordobesa, un grupo de chicos que no llegan a los 14 años explica cómo desarrollaron la “Tasicola”, un pegamento a base de una maleza local conocida como “tasi” (Morrenia Odorata, aclara un cartel) que no utiliza elementos tóxicos. El proyecto tiene en cuenta las necesidades particulares de cualquier proyecto argentino: entre los numerosos afiches explicativos, hay uno que hace un análisis comparativo de los costos por cada 100 gramos de Tasicola respecto de otras marcas tradicionales y, por supuesto, gana por mucho en ahorro.
La feria, que se realizó en el Grand Hotel de Tucumán, parece un hormiguero; cientos de chicos de las escuelas locales visitan los puestos y piden explicaciones que seguramente deberán utilizar para un trabajo encargado por su propia maestra o profesora. El clima en el último día es algo ansioso: es que los primeros premios incluyen un viaje a los Estados Unidos para participar en la Feria Internacional INTEL ISEF 2005. Los 117 evaluadores también parecen extenuados de hacer números. Los únicos que están relajados son los chicos de Colombia, Perú, Brasil o Chile que ya se sienten ganadores por haber sido invitados aunque no participen en la competencia oficial. Poco antes del cierre de la competencia, todos los que no son expositores deben salir de la sala para que cada chico pueda evaluar los trabajos de sus vecinos.
Hay futuro
El último día, con los micros esperando en la puerta del hotel, se da el largo listado de los ganadores que deja premios a todos. Por supuesto, el premio mayor se reserva para el final y es saludado con gritos de felicidad y alivio: en el cuarto puesto quedan unos chicos de Entre Ríos y en el tercero, otros de Santa Fe; ambos se aseguran el viaje a Estados Unidos. El primer puesto queda compartido entre dos escuelas: los alumnos de la Escuela Normal A. V. Andrade, de Gualeguaychú, Entre Ríos, ganaron con un estudio entre jóvenes de 16 a 18 años para determinar las consecuencias del abuso del alcohol. Los otros primeros resultan ser del Colegio Polimodal Nº 1 de Piedrabuena, Santa Cruz, quienes lograron extraer la esencia aromática de un tipo de mata llamado Nardophyllum que da olor agradable y abunda en la zona.
Luego sólo queda tiempo para subir a los micros y volver a casa después de lo que para muchos, sobre todo los más chicos, fue el primer gran viaje, una prueba de fuego que recordarán por largo tiempo. El balance de la feria de Tucumán es más que satisfactorio, una resistencia al “no hay futuro” cotidiano que translucen los titulares diarios.