Sáb 09.04.2005
futuro

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Los dinosaurios de la Argentina
Fernando Novas. 48 págs.

› Por Federico Kukso




Además de cuna de corruptos dinosaurios políticos que empalagados por el caudillismo se niegan a desaparecer de una vez y para siempre, la Argentina tiene el anacrónico privilegio de haber sido hogar –hace más de 65 millones de años– de un llamativo y diverso conjunto de dinosaurios (de los reales y verdaderamente feroces): se sabe así que por lo que ahora es La Rioja –vaya casualidad– deambularon los antepasados más distantes de estos “lagartos terribles”; que en Neuquén –también– rugieron y anidaron los dinosaurios que dieron origen a las aves y que los “dinosaurios argentinos” (si es que tal nombre les cabe políticamente) fueron los más gigantescos del grupo (como es el caso del Gigantosaurus, el Argentinosaurus y el Megaraptor).



Como se ve, pues, en lo paleontológico, el repertorio nacional es tan amplio como nacionalmente ignorado, al punto de que sus admiradores confesos (y aquellos que prefieren mantener su irrefrenable fanatismo en privado) hace tiempo que reclamaban a gritos una compilación somera o una guía de fácil lectura –aunque no infantil– que sintetizara de una vez por todas la biografía de estos monstruos de antaño made in Argentina. Se entiende, entonces, por qué el último libro del paleontólogo argentino Fernando Novas (investigador del Conicet y jefe del Laboratorio de Anatomía Comparada del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia) deslumbra desde la mismísima primera página: al fin y al cabo, los dinosaurios a los que alude (ayudado por las gráciles ilustraciones de Jorge González y Gabriel Lío) como el Eoraptor (“ladrón del amanecer”), el Saturnalia (“reptil de Carnaval”) o el Tehuelchesaurus (“dinosaurio Tehuelche”) para el imaginario común podrían llegar a pasar como emblemas de lo autóctono (como el dulce de leche, la birome, el colectivo y el mate, aunque en su caso bañados de melancolía y tristeza) en vez de recordar lo que realmente fueron: demenciales moles de poder y dominación que cubrían el mundo y que, pese a ello, no pudieron sustraerse a una fuerza aún mayor, la fuerza del tiempo y la extinción.

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