LIBROS Y PUBLICACIONES
› Por F. K.
Fernando Vallejo
Ed. Taurus, 216 págs.
Cualquier provocación lleva consigo, además de una cuota adecuada de malicia, cierta carga –adrede o no– de astucia, una especie de movimiento estratégico anticipatorio, un desplazamiento ajedrecista tendiente a encender una reacción en un oponente. Las hay físicas y las hay intelectuales. Quizás estas últimas sean las más frondosas (las más elegantes, seguro), pues en vez de golpes vuelan razonamientos, discursos, ideas. Así y todo, también hay provocaciones pobres, de las que en vez de enriquecer un campo con sus sacudones y sus idas y vueltas, apuntan ciegamente contra un objetivo sin importar las consecuencias. En esta ocasión las balas salieron del escritor y biólogo colombiano Fernando Vallejo y llovieron sobre la física y sus “padres fundadores”, Newton, Maxwell y Einstein, a los que el autor de La virgen de los sicarios trata sin muchos reparos (ni respeto) de “genios de la impostura”, embusteros y mentirosos adiestrados.
Lo que le sobra de ironía y acidez, le falta de gracia e inteligencia a este Manualito de imposturología física, segundo ensayo científico de este escritor (el anterior había sido La tautología darwinista) que hace de la polémica y la jactancia sus banderas, sus dogmas. Es una lástima pues aquello que podría haber sido una obra atravesada por la originalidad, la desfachatez y la valentía de mojarles la oreja a los gigantes de la física se vuelve, a través de errores conceptuales y ataques por el sólo hecho de atacar, en un ejercicio de la confusión.
Por empezar, porque sin mucha autoridad trata de charlatán a Maxwell, de “demente” y “pantanoso” a Newton (y descalifica sus Principia), a las ecuaciones einstenianas de “marihuanadas”, a Einstein de ladrón y al dream team formado por Planck, Bohr, Pauli, de Broglie, Heisenberg, Born, Dirac y Schrödinger de “payasos cuánticos”. Todo esto, además, cargado con golpes sucios como “los físicos son filósofos: charlatanes con ínfulas de científicos, lobos disfrazados de corderos” o del tipo: “Las que llamamos leyes físicas son simples constataciones o bien explicaciones imaginativas. En la ciencia la palabra ley está fuera de lugar. La ley es propia del orden social. Leyes son las que promulga el Congreso”.
Tal vez la clave esté en leerlo como sátira (aunque ni les llega a los talones a los dardos discursivos de Sokal) o, mejor, como muestra de la potencialidad de la pluma que descarrila ante la sequía de la razón.
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