LIBROS Y PUBLICACIONES
› Por Federico Kukso
Después de la doble hélice
James Watson
Tusquets, 408 páginas
Pocas son las personas que antes de llegar al cumpleaños número 25 tienen la precocidad y la genialidad suficiente como para sacudir el planeta con sus ideas y sus obras: a los cuatro años, Mozart ya le regalaba al mundo sus magistrales composiciones; a los 15, Rimbaud escribía versos originales y a los 25 Einstein publicaba la Teoría de la Relatividad Especial. Justamente a esa edad, en 1953, un zoólogo norteamericano flacucho y bastante dentudo llamado James Dewey Watson hacía, junto a su compinche inglés Francis Crick, uno de los descubrimientos más tronantes de la biología: la estructura del ácido desoxirribonucleico, el ADN. Una doble hélice, simple, esquiva y bella, les cambió la vida de un plumazo. “Hemos descubierto el secreto de la vida”, anunciaban exultantes al entrar en la tarde del sábado 28 de febrero al pub The Eagle de Cambridge, Gran Bretaña. Sólo ellos entendieron entonces el significado de tal bomba científica. Los hechos –la publicación del famoso paper en Nature, la fama repentina y sostenida– se convirtieron de la noche a la mañana en leyenda, con las deformaciones propias de aquellas historias que no se cansan de circular socialmente.
Ahí es donde hacen su entrada las autobiografías y los raccontos elaborados por los propios descubridores. La primera de las “historias oficiales” vino de la mano de Crick en 1967 y el libro se llamó Of molecules and men. Un año después apareció La doble hélice de la mano de Watson, tal vez el más completo y el más claro de los dos. Ahora se suma un nuevo título a la lista: Genes, chicas y laboratorios: después de la doble hélice, en el que el díscolo y menos interesante de la pareja científica, el norteamericano, se confiesa como nunca lo hizo antes y se muestra no tan perfecto como lo pintan las biografías ajenas sino más humano: codicioso, mujeriego, crítico, displicente, competitivo, ebrio de fama.
“El interés por encontrar el Santo Grial de la biología despertó lo mejor y lo peor de nosotros”, confiesa Watson. A medio camino entre el relato sentimental y una crónica del día a día de la investigación (el recorte va desde abril de 1953 a septiembre de 1956, con un epílogo de marzo de 1968), el autor reconstruye un mapa de época, o lo que es lo mismo, la confluencia de las circunstancias –azarosas e intencionalmente provocadas– que concluyeron en el gran descubrimiento.
Aunque a veces cae en el pantano de la densidad y la lentitud (con descripciones triviales como el cansancio y desinterés de Watson a la hora de dar charlas y conferencias), el libro es de aquellos que valen más como testimonio y narración ultradetallada de un hecho nodal en la historia de la curiosidad y la inquietud humana frente a los caprichos estructurales de la naturaleza.
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