Sábado, 26 de mayo de 2007 | Hoy
LIBROS Y PUBLICACIONES
Por Juan Pablo Bertazza
IMAGENES DE EINSTEIN
Miguel de Asúa y Diego Hurtado de Mendoza
Eudeba, 323 págs.
A pesar de los múltiples homenajes que en el 2005 –decretado Año Internacional de la Física– acompañaron el centenario del Annus Mirabilis, aquel en que el científico más importante del siglo XX publicó tres trabajos fuera de serie en la prestigiosa publicación Analen der phsysik, la figura de Albert Einstein parece no agotarse nunca. Siempre queda algo por descubrir sobre el brillante melenudo alemán, y la principal razón de su inusitada fama puede deberse a una extraña combinación entre el complejo contenido de sus teorías y la familiaridad de las palabras que las componen. Así, por poner solo un ejemplo, el concepto de “espacio curvado”, pese a no ser algo sencillo, despertó una fascinación similar, salvando las distancias, al de “sexualidad”, patentado por el doctor Freud. Evidentemente estos sentidos extraños colocados en palabras familiares remiten a la figura del poeta quien, además de tener una concepción propia del Universo, imprime con la varita mágica de su estilo un nuevo significado a toda palabra que toca. En ese sentido, es claro que Einstein –además de todo– es un poeta; y así lo entendieron los especialistas en Historia de la Ciencia Miguel de Asúa y Diego Hurtado de Mendoza, quienes con su trabajo Imágenes de Einstein. Relatividad y cultura en el mundo y en la Argentina aportan una investigación más novedosa y necesaria de lo que podría creerse antes de topar con el libro. Ya el título Imágenes de Einstein, puede leerse como la peculiaridad de un científico capaz de lucubrar imágenes, al mismo tiempo que pone en foco las múltiples radiaciones que ese centro lumínico va proyectando en torno de su público, lo cual, para decirlo en otras palabras, no es ni más ni menos que la problemática recepción que tuvo su obra.
Luego de arrancar con unos capítulos introductorios que se proponen refrescar las ideas de Einstein (qué mal que les va la palabra refrescar a teorías como la de la relatividad), los autores encaran la relación entre el científico y la prensa estadounidense y alemana, haciendo hincapié en el marcado contraste entre la fama que cosechó en el norte, a raíz sobre todo del potencial tecnológico que le atribuían en ese país a las más abstrusa teoría y el marcado antirrelativismo germano, no exento de rasgos antisemitas. Paradójicamente, el hecho de ser alemán le valió a Einstein un repudio temprano en Francia, por correr los tiempos de la Primera Guerra Mundial, repudio que en parte se encargó de subsanar el filósofo Henri Bergson. De hecho, en uno de los capítulos se analiza el más que complejo vínculo entre las teorías de Einstein y la filosofía, a partir de la ruptura generada con respecto al espacio euclideano que era en Kant, junto al tiempo, una intuición pura; es decir, algo totalmente resguardado y a priori de la experiencia.
Pero si hasta ahora todo resulta tan interesante como conflictivo, aún falta lo mejor. Imágenes de Einstein indaga también en las repercusiones de su visita a la Argentina en 1925, y en la recepción que les dieron a sus teorías tanto la filosofía como la literatura nacionales. En ese aspecto, lo notable es que en nuestro país, a diferencia de todo el resto del mundo visitado por Einstein, la llegada del científico implicó, más que un acontecimiento científico, un verdadero show mediático. Es cruel, pero basta leer al respecto una anotación de Einstein en su diario con motivo de uno de sus encuentros con algunos de nuestros físicos: “Me hicieron preguntas científicas muy tontas, de forma que era difícil permanecer serio”.
Un desencuentro similar se dio en relación con el ámbito literario y filosófico, ya que mientras los escritores de corte popular como Last Reason ostentaban su desconocimiento sobre las rimbombantes teorías del científico, un refinado intelectual como Leopoldo Lugones dictó una conferencia sobre las ideas de Einstein, titulada El tamaño del espacio (sí, las malas lenguas dicen que el título de Borges no es más que una burla a todo esto), en el que el cordobés con la careta de lugarteniente de Einstein en la Argentina (hay que decir que fue uno de los reemplazables de su arribo) en el fondo no hacía sino atacar al cristianismo desde un espiritualismo ocultista en cierta forma emparentado con la línea ideológica de Las fuerzas extrañas. Miguel de Asúa y Diego Hurtado de Mendoza hacen a las delicias del lector con la inclusión de caricaturas que grafican la torpe recepción argentina a Einstein. A tal punto que su visita ilustre, más que estimular del desarrollo científico de nuestro país, fue absorbida por la cultura del espectáculo y el espíritu mercantilista, que no dudó en manipular hasta las náuseas sus teorías, para que por ejemplo una sastrería pudiera ofrecer alegremente sus productos: “Einstein tenía razón: todo es relativo. A pesar de ser tan grande Albion House, Cangallo esq. Maipú, no tiene lugar para guardar los trajes de un año para otro. Por lo tanto, cueste lo que cueste, deben salir todos sin excepción”.
En definitiva, pese al carácter casi granhermanesco de parte de su objeto de estudio, Imágenes de Einstein no pierde nunca de vista un rigoroso estilo crítico y muy objetivo para revelar nuevos aspectos de un hombre que, poco antes de morir, verbalizó su propio autorretrato: “Después de que se obtiene un cierto nivel de habilidad técnica, la ciencia y el arte tienden a coalescer en la estética, la plasticidad y la forma. Los más grandes científicos son también artistas”.
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