LIBROS Y PUBLICACIONES
Leonardo Moledo y Javier Vidal Capital Intelectual
› Por Ezequiel Acuña
A finales del siglo XVII, más exactamente en 1672, abría sus puertas el primer café parisiense. El famoso café Procope tuvo entre sus parroquianos figuras como Rousseau y Voltaire, y cuenta la leyenda que fue en una de las mesas de aquel establecimiento que Diderot y D’Alembert planearon la creación de la Enciclopedia. De ahí en adelante los cafés tuvieron una estrecha relación con el mundo de la intelectualidad, la razón y el pensamiento. Los cafés, esos lugares donde todo se resuelve o por lo menos se conversa.
Y así es que a principios de este milenio, el Planetario de la Ciudad de Buenos Aires organizó el Café Científico, donde mucha gente se reunió para escuchar y conversar con especialistas de diversas áreas sobre la actualidad de la ciencia, los alcances de una teoría o la historia de la investigación científica. Publicados por aquel entonces en este mismo suplemento Futuro, el flamante y alegre libro El último café de los científicos recopila los tres últimos ciclos de encuentros (en 2003, 2004 y 2005).
Los primeros dos cafés que abren el libro resultan sumamente significativos, aunque en principio estén ahí por una mera cuestión cronológica. “Homeopatía y medicinas alternativas: ¿un servicio a la salud?” y “El número de oro: la divina proporción”, así sus nombres, ponen de manifiesto una voluntad y lo que es o debería ser básico para la divulgación científica. Es decir, que hablar de ciencia no necesariamente es hablar de novedad, y que muchas veces una buena discusión pasa por aquello que hace tiempo está delante de nosotros pero mitificado, uno de los puntos de apoyo para la triste suposición de que el lenguaje científico es incompatible con el lenguaje cotidiano. En todo caso, este libro es una gran lección de comunicación que no teme adentrarse en temas como la nanotecnología, la geología astronómica, los viajes en el tiempo y el universo de Gödel, con una profundidad y precisión exquisitas, pero con una premisa que resulta básica y que está inscripta en la brillante idea de estos encuentros: poner a hablar a científicos especializados como si sencillamente estuvieran tomando un café.
No es necesario aclarar que esta tercera y última entrega de los Cafés Científicos da nacimiento a un libro tan lleno de respuestas como de preguntas, como corresponde a cualquier evento científico. Desde la simulación de la realidad por computadora hasta la ciencia aplicada al control de los alimentos que consumimos todos los días, El último café de los científicos recorre una amplia gama de territorios y recoge sus interrogantes fundamentales, aquella razón de estrategia que posibilita el desarrollo de una disciplina.
A medida que vamos leyendo y adentrándonos en las exposiciones de los investigadores argentinos –una colección ciertamente interesante– que se prestaron a conversar sobre sus disciplinas frente a una taza de café, algo parece unir fuertemente los distintos encuentros más allá del área de investigación.
Cuando se habla sobre los dinosaurios que habitaron la Argentina, o la búsqueda de vida en otros planetas, o el desarrollo de la robótica –esa vida artificial–, o la identidad de los virus, se hace evidente que la investigación científica, de todas las áreas y especializaciones, está motivada por preguntas fundamentales que aún hoy se plantean: qué es la vida. Hay en el libro una exposición sobre los temblores y terremotos en la Argentina, otra sobre homicidios y biología del comportamiento, y otras sobre crecimiento demográfico y extinción de especies, la meteorología y la precisión de los pronósticos del tiempo, y cometas que atravesaron los cielos y la historia de la Tierra. Uno podría decir, con muy poca originalidad, que éstas responden a temores básicos del hombre, pero lo importante es que en definitiva muestran la vitalidad de la ciencia en la construcción de formas de vivir y la búsqueda de respuestas a la pregunta sobre cómo vivimos juntos y en este lugar llamado Tierra, incluso desde un ámbito que puede resultar tan lejano como la paleosismología. Y tal vez ahí resida uno de los grandes aciertos de la decisión de compilar estas conversaciones públicas sobre ciencia, que nos incentiva a formularnos otra pregunta: qué sería de la ciencia sin la sociedad.
La respuesta es evidente, quizá porque la pregunta es absurda, pero así como tantas otras se puede rastrear en este gran libro de divulgación científica que, no es necesario aclararlo, se lee mejor con una taza de café en la mano.
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