Hay un perrito en mi cuadra
que no me deja dormir
Lo meteré en una olla
Me comeré su cuadril
Copla popular china del período Manchú
Una colección que se llama “Ciencia que ladra...” debía tarde o temprano, y por un principio elemental de autoconsistencia, ocuparse de los perros y su relación con la ciencia. Es el caso del libro que a su vez nos ocupa. Y así pues, Martín De Ambrosio aborda con buena pluma la extraña y simbiótica relación entre el perro y el hombre. Extraña: por un lado “el mejor amigo” y a la vez objeto de desprecio, animal impuro para algunas religiones, protagonista de insultos e integrante de comidas; simbiótica: la asociación, por cierto, parece ser muy antigua y remontarse a decenas de miles de años y parece haber rendido frutos a unos y a otros, en muchos terrenos. Después de haber abordado el tema de la evolución canina, y el perro en la cultura y la mitología, el autor, extrovertido y expansivo, se encamina hacia el perro y sus aplicaciones... mmm... sus hazañas científicas.
Y así desfilan las primeras y audaces transfusiones de sangre (¡nada menos que en el siglo XVII!), y en el siglo XIX, las relaciones perras de Pasteur y del hoy injustamente olvidado Carrel, el papel de los perros en la medicina del siglo XX (curiosamente, nada se dice de Ehrlich), como antecesores de los trasplantes, como gestores del premio Nobel de Bernardo Houssay, como sujeto de las experiencias pavlovianas, o ya más lejos, en sentido literal, la aventura de Laika. No es tan riguroso, sin embargo, el análisis de las polémicas alrededor de la vivisección.
Finalmente, aunque no se puede sino compartir la decisión del editor de no acatar la norma que rige la colección (los autores deben ser científicos en actividad que trabajen en el tema que abordan), y desde ya el experimento dio un muy buen resultado, ya que no se perdió rigor y se mejoró la pluma, es difícil no advertir el grave error editorial que significa, en este volumen, no dar absolutamente ninguna información sobre el autor, reduciéndolo, casi, a una entelequia inexistente.
Afortunadamente, Martín De Ambrosio se encarga de desmentir rotundamente esta peligrosa inexistencia en un prólogo divertido, donde empieza por admitir que no le gustan los perros, y luego en el epílogo donde confiesa que la escritura del libro lo llevó, si no al amor, por lo menos a la tolerancia. Y desde ya, quien pasa del odio a la tolerancia, piensa, y si piensa, existe.
Así pues, con autor existente, dicharachero, entretenido, ágil y todo lo riguroso que hace falta ser en cuestiones como éstas, se recomienda. Léanlo, que no se van a defraudar.