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El sentido común diría que en el punto más hondo del océano, a 11 kilómetros de profundidad, donde la presión es mil veces mayor que en la superficie, la vida sería simplemente un lujo, un soberbio capricho de la naturaleza. Pero el sentido común es mentiroso y engatusa al más inocente: vaya como refutación de esta falsa idea el último descubrimiento realizado por el sumergible japonés Kaiko, que tomó una muestra única de pequeñas criaturas unicelulares, muchas de ellas desconocidas hasta ahora, en una depresión marina de 11,3 km por debajo del nivel del mar conocida como Las Marianas, que se encuentran en el Océano Pacífico, justo al este de las Filipinas.
Los 432 organismos rescatados no son otra cosa más que foraminíferas, una forma de plancton de las que se conocen unas cuatro mil especies. Comúnmente, habitan a 300 metros de profundidad, por lo que el hallazgo es bastante intrigante. “Análisis del ADN indican que representan una forma primitiva de organismos que datan de tiempos precámbricos –que terminaron hace 542 millones de años–, de los que se han desarrollado organismos más complejos”, explicó Hiroshi Kitazato, director de la Agencia Japonesa de Ciencias Marinas en in Yokosuka.
A diferencia de las foraminíferas comunes y corrientes (después de la bacteria, la forma de vida más abundante que existe en el océano) que tienen caparazón, las recientemente encontradas son blandas debido a la ausencia de suficiente carbonato de calcio en el ambiente para solidificarlas. Un pequeño lujo que debieron ceder para vivir tan cómodas y aisladas en la soledad del piso oceánico.
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No todos los días los lingüistas tienen la suerte de diseccionar un nuevo lenguaje desde su raíz, desde su mismo origen. Por eso, el estudio de un nuevo sistema de señas inventado por un grupo de 3500 beduinos del desierto de Negev, en el sur de Israel, se ha vuelto todo un suceso.
Y tiene por qué: en sólo una generación, una población de beduinos con una alta tasa de sordos creó desde cero un idioma de signos con una sintaxis completa. El lenguaje en cuestión se llama Al-Sayyid y lo fundó hace apenas 70 años un solo hombre llegado de Egipto, que se casó con una mujer local y tuvo cinco hijos. El invento pasó de generación en generación y hoy hacen uso de él unas 150 personas con problemas de audición.
Lo que sorprende es su originalidad: no se parece a ningún lenguaje de la zona, ni hablado ni gestual. Es más, en una sola generación, ha desarrollado una compleja sintaxis parecida a la de cualquier idioma plenamente evolucionado del mundo. En la frase, por ejemplo, al sujeto siempre lo debe seguir el objeto y recién luego el verbo.
Un equipo de lingüistas dirigido por la doctora Wendy Sandler de la Universidad de Haifa (Israel) ya había determinado que los sistemas de signos utilizados por los sordos tienen la misma estructura compleja que los lenguajes hablados y ven en el Al-Sayyid una oportunidad única para investigar las propiedades innatas y aprendidas de los lenguajes, así como la manera en la que estas creaciones humanas moldean el “cableado neural”. Hasta el famoso y mediático Steven Pinker, especialista en ciencias cognitivas de la Universidad de Harvard, opinó sobre el asunto. “El lenguaje de signos de los beduinos es un hallazgo incuestionablemente importante”, dijo. Y agregó: “sugiere que la mente humana tiene motivos y medios para crear un sistema de expresión gramatical sin la necesidad de muchas generaciones para refinarlo en un continuo complejo de prueba y error, y de acumulación de costumbres”. Las hipótesis sobre cómo nació están al orden del día. Algunos especialistas sugieren que el lenguaje evolucionó primero como un sistema de gestos, como las expresiones que se realizan al hablar por teléfono. Lo que una vez más demuestra que la pulsión por comunicarse siempre es más fuerte.
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