NOVEDADES EN CIENCIA
NewScientist
A la hora de comer, el ser humano medio, sea alto, bajo, hombre o mujer, privilegia tres aspectos de sus alimentos: sabor, aroma y temperatura. No es el caso de las voraces termitas para las cuales lo fundamental a la hora de sentarse a comer es el ruido generado cuando mastican todo lo que encuentran a su paso, dato con el que deciden qué pedazos tragar y cuáles no. Así lo acaba de revelar un equipo de entomólogos australianos, para quienes el descubrimiento –en apariencia poco importante– puede llegar a ser la clave para lograr una definitiva erradicación de estos insectos invasores de casas y edificios.
“Ellas detectan las vibraciones producidas –en el orden de los 7.2 kilohertz– mientras mastican la madera”, explicó Theodore Evans, del Commonwealth Scientific and Industrial Research Organisation en Canberra, Australia. “Según parece, estos insectos ciegos también usan información que proviene de sus mandíbulas, antenas y patas para identificar la dureza y composición química de la madera.”
Los científicos estudiaron concisamente el comportamiento de las termitas de madera seca, Cryptotermes domesticus, que invaden frecuentemente casas y edificios con bases de madera, y en cierta manera acabaron con la fama que rodea a estos insectos: “Las termitas no comen todo se les ponga enfrente; en realidad –advirtió el equipo– discriminan cada pedazo de madera que entra en sus bocas.”
El artilugio, sin embargo, no es sólo empleado con la comida. Al parecer, estas termitas acuden a las vibraciones acústicas para detectar la presencia de otras especies de termitas en el mismo pedazo de madera y evitar así competir con ellas.
Según los científicos australianos, con esta información será más fácil desarrollar instrumentos con los cuales ahuyentar a las termitas sin fumigar y sin tener el desagradable placer de pisarlas.
Nature
Fue un accidente, o mejor, lo que se dice un accidente con suerte: sin querer queriendo, científicos norteamericanos crearon por primera vez en la historia una micro aurora boreal artificial a 100 kilómetros de altura en Alaska, Estados Unidos. Nadie creía que podía hacerse, pero lo hicieron igual, a través de impulsos de radio generados por las antenas del sistema Haarp (High Frequency Active Auroral Research Program), un potente sistema militar del Pentágono dedicado al estudio de la ionosfera, es decir, la capa más alta de la atmósfera.
La mancha luminosa duró apenas unos minutos en el cielo y pudo ser vista a plena vista sin necesidad de telescopios u otros instrumentos técnicos. Y lo más curioso es que surgió por un error de cálculo: por lo general, la inmensa red de antenas instaladas cerca de la ciudad de Gakona en Alaska, y construida a principios de los años noventa, no es utilizada cuando se están produciendo auroras boreales naturales sobre la zona. Pero esta vez los investigadores norteamericanos lo hicieron, encendieron las antenas, las orientaron hacia una región algo más baja (100 kilómetros de altura), y lanzaron impulsos de radio (ondas electromagnéticas de alta frecuencia) hacia esa zona. Y voilà: allí estaba una aurora boreal artificial vivita y coleando, verde y brillante, que caprichosamente aparecía y desaparecía en el cielo. Los científicos norteamericanos no podían creer lo que vieron primero a través de sus telescopios; salieron de sus oficinas y la observaron a ojo pelado.
Las auroras boreales naturales se forman en la capa más alta de la atmósfera, a una altura de entre 70 y 150 kilómetros desde la superficie, cuando grandes cantidades de rayos ultravioletas y de rayos X, así como corrientes de protones y electrones, penetran en la magnetosfera terrestre y chocan con las moléculas de gas de la atmósfera, produciendo una serie de curiosas luces en el cielo o, para el que las ve, los más espectaculares fuegos artificiales, regalo de la naturaleza.
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