NOVEDADES EN CIENCIA
NewScientist
En la Tierra las serpientes podrán gozar –injustificadamente– de muy mala fama (símbolo de maldad para el cristianismo y en la mitología griega siempre recordada cuando se evoca a Hidra, la serpiente de muchas cabezas asesinada por Hércules), pero no está escrito en ninguna parte que deba ocurrir lo mismo en otros planetas. Así lo creen, al menos, los ingenieros de la NASA que, llevándole maliciosamente la contra a la corporación eclesiástica, eligieron a este poco amigable reptil sin patas como modelo de los próximos visitantes al planeta rojo. Y para pesar de curas, obispos, feligreses y demás seguidores ciegos de vetustas supersticiones, ya tienen un prototipo listo: se llama “snakebot” (o robot serpiente) y puede arrastrarse por encima o alrededor de obstáculos y dentro de grietas en la superficie de un planeta.
Su elección fue obvia: los científicos norteamericanos necesitaban diseñar algún tipo de ser artificial que llegado el caso fuera capaz de perforar sin mucha complicación un terreno, infiltrarse en su interior y allí buscar agua líquida o, de haberlos, fósiles. Y no tardaron mucho para que serpientes, arañas, hormigas y hasta escorpiones se colaran entre sus pensamientos. “La serpiente nos proveerá de flexibilidad y fuerza en el espacio”, dice Gary Haith, del Centro de Investigaciones Ames en el Silicon Valley de California.
A diferencia de los rovers Spirit y Opportunity, el snakebot –una serpiente mecánica adaptable, de 60 cm de largo con cables y cerebro computarizado– no tiene ruedas con las que pueda quedar atascada. En vez de eso, su movimiento es ofídico: se contonea, se enrolla y se desplaza lateralmente. Y ya tiene fecha de despegue: entre 2009 y 2011, cuando Marte reciba con los brazos abiertos, antes que monos y humanos, a las primeras serpientes-robot-astronautas de la historia; para alegría de la Iglesia.
SCIENTIFIC AMERICAN
Ni el androide-nene (David: Haly Joel Osment) ni el androide-taxiboy (Gigolo Joe: Jude Law): el robot que se robó la película Inteligencia Artificial (A.I., 2001) fue un oso de peluche. Y no uno cualquiera: en el film de Steven Spielberg basada en el cuento “Los superjuguetes duran todo el verano” (1969) de Brian Aldiss, Teddy habla y casi razona mejor que los humanos de carne y hueso, dos (complicadas) acciones que lo convirtieron de inmediato en el objeto del deseo de niños (y padres) que furiosamente atestaron por entonces las jugueterías y casas de reventa sólo para llevarse de sopetón la noticia de que aquel superjuguete no existía por fuera del film y su halo de fantasía.
De existir, sería un negocio redondo. Bien lo saben los de Microsoft, que apenas vieron la película (y pensaron en la plata que generaría un muñeco supermoderno) pusieron a mover sus neuronas. Así nació el “Teddy Project”, tendiente a dar forma al juguete del siglo XXI. Ya advirtieron que no será como el de la película, pero le rozará los talones: reconocerá rostros, podrá balbucear más de cinco mil frases y sus ojos funcionarán como dos pequeñas webcams que transmitirán –vía una conexión inalámbrica de internet– todo lo que se les ponga enfrente, para calmar a sus paranoicos padres mientras trabajan.
Y no está sólo. El proyecto Teddy es uno de al menos 150 programas de investigación abocados a la construcción y análisis de gadgets capaces de trabajar independiente e informar a la distancia el resultado de sus acciones (como el “SmartPhlow”, un programa que no sólo monitorea los patrones del tráfico sino que arriesga predicciones sobre cuándo va a ocurrir el próximo congestionamiento). Son, aunque la compañía de Bill Gates no publicite sus inventos de ese modo, las niñeras del mañana, sin necesidad de sueldo ni jubilación.
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