Sábado, 30 de julio de 2005 | Hoy
NOVEDADES EN CIENCIA
[nature]
Ni el Emily ni el Dennis ni ninguno de los huracanes que de tanto en tanto arrollan lo que encuentran al paso en el Caribe y alrededores pueden hacerle sombra a su ferocidad, y sin embargo los supervientos se han convertido en uno de más preciados objetos por conocer de la ciencia, y en particular de la astronomía. Claro, no son de aire, y están bien lejos, en galaxias a miles de millones de años luz de distancia, y es esta lejanía la que provoca curiosidad. Como en esta oportunidad a un grupo de investigadores de la Universidad de Durham (Inglaterra), que asegura haber descubierto los vestigios de la explosión de una galaxia ocurrida a 11.500 millones de años luz de la Tierra gracias a la observación de los supervientos allí originados.
En verdad, si se los piensa desde un punto de vista funcional, los supervientos dejan de ser tan distantes; también se encargan de transportar –por así decirlo–, aunque su carga son gases lanzados al espacio por estallidos en conjunto de estrellas al momento de formarse las galaxias, y su velocidad se calcula en varios cientos de kilómetros por segundo. Aquí reside la importancia del estudio, en la confección de una teoría de la formación galáctica. Se cree, incluso, que los supervientos funcionan a modo de límite de la creación estelar y que son los que transportan el polvo estelar desde los estallidos en que se origina hasta otros lugares en los que forma nuevas galaxias.
Los gases que se observaron son restos de una galaxia denominada LAB-2, cuya extensión –por lo menos, 300 mil años luz de diámetro– triplica la del disco de la Vía Láctea, ya considerada “grande” por los astrónomos. El sufijo súper ya no valdría entonces sólo para el viento; la historia más bien debería comenzar así: “Desde una supergalaxia superlejana, los supervientos...”.
Cervezas milenarias
[National Geographic]
Arroz, miel, uvas, flores de crisantemo, agua y un toquecito de gas; todo en un sola mezcla que hay que batir hasta lograr una espuma prudente. Y de ahí, ni más ni menos que el elixir: la cerveza más antigua conocida hasta hoy en el mundo, ahora preparada en una cervecería de Estados Unidos bajo el estricto control de un arqueólogo especializado en bebidas alcohólicas ancestrales, que no bien halló la receta no dudó en datarla: China, 9 mil años atrás.
El cervecero Sam Calagione y Patrick McGovern, arqueólogo de la Universidad de Pensilvania, unieron fuerzas para recrear paso a paso la bebida que al parecer acompañaba ceremonias religiosas y funerarias de la ciudad de Jiahu, en el norte de China, en la Edad de Piedra. No es la primera vez que se juntan: hace pocos años, McGovern conoció a Calagione mientras buscaba a alguien que ejecutara una receta no tan antigua como la china, pero milenaria al fin; según McGovern, de 2700 años de antigüedad y encontrada en Turquía, entre los restos de una tumba monárquica, quizá del Rey Midas. McGovern puso el saber científico y Calagione, el marketing: el
Elixir dorado del Toque de Midas, tal el suculento nombre de la cerveza, fue un éxito de ventas; sólo en su cervecería, claro, porque la receta era más que exclusiva.
No ha demorado Calagione tampoco para rotular este mismísimo invento chino. “Chateau Jiahu”, y puso manos a la obra. McGovern volvió a China sólo para buscar el molde en que los chinos añejaban su tradicional vino de arroz, a fin de recrear del mejor modo posible las condiciones de fermentación de la mezcla.
Parece que es dulce, parecida a las cervezas negras belgas. Lo que se dice estilo. El debut de la bebida en los paladares exigentes, entonces, no podía haber sido menor: la degustaron los invitados a una cena de gala en el exclusivísimo Hotel Waldorf Astoria, en la exclusivísima ciudad de Nueva York.
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