NOVEDADES EN CIENCIA
Science
Duró sólo unas pocas millonésimas de segundo, pero no por breve dejó de convertirse en un hallazgo en la historia de la electricidad. Un grupo de investigadores de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear de los Estados Unidos logró generar un pulso eléctrico de 19 millones de amperes o, menos certero pero más gráfico, cuatro veces la corriente eléctrica que circula en todo el mundo. La descarga, de una precisión inusitada, alcanzó su blanco –un pequeño recipiente de aluminio del tamaño de una lata de atún– a 40 mil kilómetros por hora, es decir, lo que necesita un objeto para escapar al campo gravitacional que ejerce la Tierra, y lo redujo a prácticamente nada.
Ocurrió en el desierto de Nevada, donde el gobierno de los Estados Unidos, desde el fin de los ensayos nucleares que allí se realizaban –en 1992–, ha decidido montar centros de prueba para reacciones físicas y químicas de este tipo. Por caso, el test de la electricidad tuvo lugar en la llamada Instalación Atlas. David y Goliath: una latita de aluminio y una mole de 650 toneladas equipada con tecnología de punta y capaz de generar con su caudal eléctrico una presión similar a la que se supone que existe en el centro de la Tierra. Aquí, sin embargo, triunfó el más fuerte.
El proyecto Atlas comenzó a gestarse entonces en 1993. Se construyó en el laboratorio de Los Alamos, para luego ser mudado a Nevada. Más allá de su potencia energética y de la velocidad de su operación, también asustan sus costos: 48 millones de dólares para construirlo, 20,4 para moverlo, 6 para ponerlo en funcionamiento año a año y un millón por cada experimento. Lo que se dice caro, pero el mejor.
NewScientist
Flesh, meat. Los angloparlantes deberían ir inventando otro modo de decir “carne” si, como asegura un equipo internacional de investigadores de la Universidad de Maryland (Estados Unidos), disponen de la tecnología necesaria para desarrollar carne en laboratorio, o al menos carne procesada en forma de lo que hoy serían salchichas o hamburguesas. Uno tentativo aunque poco ingenioso: labmeat.
Uno de los coautores del proyecto, Jason Matheny, no ahorró contundencia para delimitar los avances de la ingeniería celular. “Con una sola célula, teóricamente, se podría producir la carne necesaria para satisfacer la demanda anual del mundo entero”, dijo. Sin embargo, no todo está dado aquí y ahora. Aún resta el paso principal: la industrialización. La célula animal debería ser alterada y deformada para poder lograr la consistencia de la verdadera carne que cualquiera imagina en este preciso momento: un asado, un bife de chorizo o un más austero churrasco. Uno de los métodos que se evalúan consiste en expandir las células reproducidas en probeta sobre largas y delgadas membranas hasta que alcancen el punto justo de madurez; entonces se las retiraría para luego compactarlas. “Si la célula no es estirada en el laboratorio –dijo Matheny– sólo podremos disfrutar de un puré de carne.”
¿Y los beneficios de tanto trabajo? Al parecer, además de evitar el uso de tierras para la producción ganadera, la carne de laboratorio también será sana, y no por eso –como casi siempre ocurre– menos sabrosa. Podría reemplazarse, de hecho, el ácido Omega 6, uno de los principales causantes del colesterol alto, por su variable 3, un lípido beneficioso para la salud. Puré de carne, sí, pero del bueno.
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