Sáb 10.05.2003
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NOVEDADES EN CIENCIA

Novedades en ciencia

las memorias de un ave migratoria

nature Los largos viajes mejoran la memoria de los pájaros. Todos los años, con los cambios de estación, las aves migratorias vuelan hasta 10 mil kilómetros sin equivocar su ruta. Y además, no sólo regresan a sus lugares de crianza, sino que también se detienen siempre en los mismos puntos para descansar. Ahora, Claudia Mettke-Hofmann y Eberhard Gwinner, del Centro de Investigación en Ornitología Max Plank, en Alemania, han descubierto que esa rutina las hace más memoriosas que las aves no migratorias. Los investigadores alemanes reunieron a 131 ejemplares de dos especies similares: las currucas mosquiteras (Sylvia borin), que son migratorias, y las currucas cabecinegras (Sylvia malanocephala), que nunca se alejan mucho de sus nidos. Luego, las introdujeron en dos habitaciones conectadas, y, una vez por día, pusieron comida sólo en una de ellas. Así, las entrenaron durante un tiempo, hasta que las retiraron de esos cuartos. Finalmente, después de intervalos de entre cuatro días y un año fuera del lugar, las fueron reincorporando. Pero esta vez, ninguna de las habitaciones tenía comida. Y resulta que, aún después de un año de ausencia, las currucas mosquiteras (las migratorias) pasaban mucho más tiempo en el cuarto donde anteriormente habían encontrado alimento, mientras que las cabecinegras (no migratorias) sólo elegían ese sitio si su ausencia había sido menor a dos semanas. Y si no, les daba lo mismo. En síntesis, Mettke-Hofmann y Gwinner comprobaron que las currucas mosquiteras recordaban mejor y durante más tiempo que sus pares cabecinegras: “ésta es la primera evidencia de que la duración de la memoria podría estar relacionada con los hábitos de migración”.

no hay que hacer leña del arbol caido

Discover A menudo, el Servicio Forestal de Estados Unidos permite que las compañías taladoras recojan y compren los árboles caídos durante las tormentas. Hasta ahora, esta práctica parecía inofensiva, generaba ingresos destinados a la reforestación, y además, quitaba los troncos que podrían alimentar incendios y permitir la proliferación de toda clase de bichos dañinos. Pero un reciente estudio sugiere que esta “tala de salvataje” podría provocar más daños que beneficios. Durante los últimos meses, Cristina Rumbaitis-del Rio, una especialista en botánica de la Universidad de Colorado, ha estado examinando un bosque de pinos y abetos, en las famosas Montañas Rocallosas, que había sido muy castigado por un huracán en 1997. Y allí observó cuidadosamente las áreas donde se habían recogido los árboles caídos durante el temporal, y las comparó con otras zonas donde los árboles seguían tumbados. Según Rumbaitis-del Rio, los parches de bosque donde no se habían recogido los árboles caídos eran mucho más frondosos, y estaban cubiertos de flores salvajes y frutos. Por el contrario, las áreas de “tala de salvataje” se mostraron áridas, y muy propensas a la erosión del suelo y a la pérdida de nutrientes. Por si fuera poco, en estos últimos sectores había un 93 por ciento menos de abetos “bebés” que en los lugares de árboles caídos. “Esta práctica es mucho peor para el ecosistema que el propio daño provocado por el huracán”, dice la científica. Conclusión: al parecer, si un árbol se cae en un bosque, lo mejor sería dejarlo allí.

las tortugas y el comienzo de la escritura

nature No hay libro de historia ni manual escolar con pretensiones de calidad que obvie un hecho (y una fecha) fundacional de la cultura humana: la invención de la escritura. Casi siempre repiten más o menos lo mismo: “La primera escritura fue la cuneiforme, y fue inventada en la Mesopotamia –hoy Irak– hace más de 5 mil años. Con palos afilados dibujaban símbolos con forma de cuña sobre la arcilla húmeda”. Sin embargo, al parecer, esa historia de la escritura habría que reescribirla: un grupo de arqueólogos encontró en China 11 diferentes signos grabados en 14 caparazones de tortuga que, según estiman, tendrían alrededor de 8600 años y, así, constituirían el primer documento escrito conocido hasta el momento.
El equipo conformado por el estadounidense Garman Harbottle del Laboratorio Nacional de Brookhaven de Nueva York y un grupo de arqueólogos de la Universidad de Ciencia y Tecnología de China hallaron los caparazones en Jihau, un sitio ubicado en la provincia de Henan. Pero los restos de tortuga (con las antiguas inscripciones) no estaban solos: en el lugar (descubierto en 1962 y del que hasta ahora sólo se excavó un 5 por ciento) también hay restos de 45 casas, 370 bodegas, 9 hornos de cerámica, viejas flautas hechas a base de huesos (consideradas los instrumentos musicales más antiguos encontrados hasta el momento) y 349 tumbas. Una de ellas tiene una peculiaridad: contiene un esqueleto decapitado con 8 caparazones puestos en el lugar donde debía estar la cabeza, por lo que los investigadores consideran que los restos de tortugas desempeñaban una parte importante en algún tipo de ritual de comunicación con los muertos a través de la escritura.
Las pruebas de radiocarbono revelan que las tumbas pertenecen al período neolítico, más precisamente al lapso que va del 6600 al 6200 a.C. Pero hay más: los arqueólogos también advirtieron que los símbolos (que se parecen a los caracteres de un ojo, una ventana y los numerales 8 y 20) guardan semejanza con algunos signos ideográficos utilizados durante la dinastía Shang (1700-1100 a.C.). Una coincidencia muy extraña, pero quizá significativa, que hace repensar sobre cuán inteligentes eran los individuos del neolítico y sobre sus deseos de plasmar al menos sobre el caparazón de una tortuga sus pensamientos, vivencias y anhelos.

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