NOVEDADES EN CIENCIA
Por más de un pelo
NewScientist
El pelo para el ser humano es todo un tema: hay quienes lo usan largo, corto,
teñido... y en las más diversas formas. Al fin de cuentas tiene
su importancia: en distintos momentos de la historia humana fue considerado
indicador de status social, profesión, religión o virilidad. Lo
cierto es que muchas veces la manera en la que se lo luce depende de modas pasajeras,
aunque también, aunque parezca mentira, incide en ello lo que cada uno
lleva escrito en los genes.
Como se sabe, los folículos pilosos reciben su particular nombre según
la parte del cuerpo en la que se encuentren: cabello, vello, en fin, simplemente
pelo. Cada persona tiene, en promedio, cerca de cinco millones de ellos en todo
el cuerpo, de los cuales unos 150 mil se encuentran en el cuero cabelludo. Sin
embargo, en comparación con los otros primates (monos, chimpancés,
orangutanes, gorilas) y el resto de las tres mil especies de mamíferos
del planeta, no es mucho. ¿Por qué sucede esto? Dos científicos
británicos lanzaron una hipótesis: aparentemente, a lo largo de
la evolución, la pérdida del pelo en el hombre se habría
producido para evitar las picaduras de insectos y parásitos, así
como para incrementar su atractivo sexual.
Hasta ahora lo que se creía era que al hombre se le empezó a caer
el pelo para controlar su temperatura corporal en climas cálidos de la
sabana africana, desde donde se habría diseminado por el mundo. Sin embargo,
para los autores del nuevo estudio –Mark Pagel, Universidad de Reading,
y Walter Bodmer, Universidad de Oxford, ambas en Inglaterra– esa teoría
falla en situaciones de extremo frío (a la noche) o excesivo calor.
En cambio, según Pagel y su hipótesis, el desarrollo de la cultura
fue otro de los factores que conllevaron al escaso pelambre humano, ya que los
homo sapiens fueron capaces de responder de manera eficiente a los cambios térmicos
del ambiente, controlando el fuego, construyendo refugios y fabricando ropa.
También, según los científicos, la selección sexual
aceleró la caída del vello en la medida en que hombres más
lampiños resultaban más atractivos para sus parejas. Los investigadores
consideran que la teoría se podría testear si se comprueba que
seres humanos que habitaron en áreas con grandes poblaciones de parásitos
desarrollaron menos pelos que aquellos que vivieron en zonas con escasa cantidad
de bichos y confirmar una teoría, que aunque algunos puedan considerar
descabellada, no parece tener pelos en la lengua.
Los vientos de saturno
Scientific
American Parece
que las cosas están cambiando en el gran planeta de los anillos, al menos
en cuanto al clima. Un reciente estudio realizado por astrónomos españoles
indica que los furiosos vientos de Saturno ya no son tan fuertes como hace veinte
años. Y esto estaría asociado a un cambio estacional. La atmósfera
del segundo planeta más grande del sistema solar está formada
por espesas capas de gases (principalmente hidrógeno) y gigantescas nubes
que forman bandas horizontales (paralelas al Ecuador). Allí también
se producen tremendos remolinos y huracanes, y tal como descubrieron las legendarias
sondas Voyager a principios de los años 80, vientos ecuatoriales de hasta
1700 km/hora. Pero parece que esos vientos ya no son tan intensos. Al comparar
imágenes e información obtenidas por las Voyager, con otras tomadas
entre 1996 y 2002, el astrónomo Agustín Sánchez-Lavega
y sus colegas de la Universidad del País Vasco, en España, descubrieron
que, durante los últimos años, los vientos ecuatoriales de Saturno
alcanzan velocidades de sólo 1000 km/hora. Es decir, que son un 42 por
ciento más lentos que hace 20 años. En cambio, las velocidades
de los vientos cerca de las zonas polares de Saturno prácticamente no
han variado.
Según estos científicos, la merma de los vientos ecuatoriales
sería el resultado del cambio de estaciones en el planeta: la cambiante
orientación de Saturno con respecto al Sol (debida a la inclinación
de su eje) hace que reciba más o menos luz y calor en ciertas zonas,
y a esto hay que sumarle el enfriamiento regional provocado por la sombra proyectada
por los anillos.
El vuelo de las libélulas
nature
A la hora de disputar un territorio, las libélulas saben engañar
a sus adversarios: un reciente estudio publicado en la revista Nature revela
que estos insectos voladores ajustan a la perfección su trayectoria de
modo tal que, a los ojos de otras libélulas, parecen no moverse en absoluto.
Mediante un par de videocámaras de alta velocidad, un grupo de investigadores
australianos, encabezados por Javaan Chahl (Universidad Nacional de Australia,
en Canberra), filmó a varias libélulas (Hemianax papuensis) en
pleno vuelo. Y así descubrieron que las libélulas macho suelen
desafiarse en el aire para defender determinadas zonas. Y que parte de la estrategia
consiste en disimular su propio movimiento, ajustando su vuelo mediante maniobras
muy rápidas y precisas (subidas, bajadas, giros y frenadas) que dan como
resultado una aparente inmovilidad desde el punto de vista de la otra libélula
en conflicto.
“Este camuflaje de movimiento –dice Chahl– involucra un conjunto
de maniobras de alta complejidad, similares a las que utilizan los pilotos de
guerra para engañar al enemigo.” Ahora, el siguiente paso de estos
científicos australianos será averiguar cómo lo hacen:
“Creemos que ellas siguen reglas simples, pero tal vez su secreto sea mucho
más complejo”, concluye Chahl.
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