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Asteroides: la amenaza que pasó inadvertida
El viernes 8 de marzo, una enorme roca espacial pasó bastante cerca de la Tierra. Y nadie se dio cuenta. La mole, del tamaño de un edificio de 20 o 30 pisos, y con un peso cercano a 1 millón de toneladas, viajaba a miles de kilómetros por hora. De más está decir, entonces, que un impacto contra nuestro planeta, especialmente en un área poblada, hubiera sido verdaderamente catastrófico.
El protagonista de esta pequeña e inquietante historia astronómica se llama 2002 EM7, y tal como informa la revista inglesa New Scientist, fue descubierto el 12 de marzo por un telescopio robot norteamericano, perteneciente al Lincoln Laboratory. Pocos días más tarde, el astrónomo Timothy Spahr (Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics) analizó su trayectoria y calculó sus parámetros orbitales: este asteroide tarda 323 días en dar una vuelta al Sol, recorriendo una órbita bastante excéntrica que en su punto más alejado lo lleva a 188 millones de kilómetros de nuestra estrella (a mitad de camino entre la Tierra y Marte), y en su punto más cercano, a sólo 87 millones de kilómetros (ubicándose entre Venus y Mercurio). A partir de estos cálculos, y de la posición que 2002 EM7 ocupaba en el momento en que fue descubierto, Spahr y otros astrónomos llegaron a una conclusión sorprendente: unos pocos días antes, el 8 de marzo, el asteroide, de entre 50 y 100 metros de diámetro, había pasado a sólo 450 mil kilómetros de la Tierra. Es decir, un poco más de la distancia entre nuestro planeta y la Luna. Poco, muy poco, en términos astronómicos. Pero, curiosamente, ese día nadie pudo detectarlo, porque 2002 EM7 estaba visualmente alineado con el Sol, y el enceguecedor brillo de nuestra estrella hizo imposible su detección.
Según Brian Marsden, un famoso astrónomo norteamericano que está al frente del Centro de Planetas Menores (léase asteroides), el caso es sumamente significativo: de hecho, fue uno de los 10 acercamientos más próximos entre la Tierra y un asteroide que se haya registrado en las últimas décadas. Y hay más: algunos cálculos preliminares indican que, durante este siglo, 2002 EM7 protagonizará varios encuentros cercanos más. Y durante ese período, dice Marsden, “la chance de impacto será de una en 6 millones”. Improbable, pero no imposible.
Este nuevo, peligroso e inadvertido episodio vuelve a darle la razón a los astrónomos que, en distintas partes del mundo, están reclamando más atención sobre el tema. La amenaza de un posible impacto no es broma, y requiere urgentes planes de búsqueda, rastreo y defensa contra los asteroides y cometas que, cada tanto, cruzan la órbita de nuestro planeta. Más vale prevenir que curar. Y si no, habría que preguntarle a los dinosaurios, que hace 65 millones de años fueron borrados del mapa en medio de una catástrofe global, desencadenada por el impacto de un asteroide, precisamente.