Sáb 21.08.2004
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NOVEDADES EN CIENCIA

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COSECHA NACIONAL
La Argentina debe ser uno de los pocos países en el que sus habitantes fanfarronean tan abiertamente respecto de sus bondades geográficas, urbanísticas y, por qué no, culinarias: que tenemos no sólo la avenida más ancha del mundo (Av. 9 de julio) sino también la más larga (Av. Rivadavia), los cuatro climas, las más bellas mujeres, el mejor futbolista del mundo, y muchas otras maravillas que –vaya la casualidad– se recuerdan justamente cuando uno entabla conversación con algún extranjero de visita por estos pagos. Y, al parecer, la lista de ocurrencias está lejos de clausurarse. De ahora en más, lo más (políticamente) correcto sería no olvidarse de que la Argentina también tiene el dudoso privilegio de albergar entre sus 35 millones de habitantes a uno de los más pujantes –y odiados– invasores del mundo. Así es: por estas fechas, las hormigas argentinas (Linepithema humile) se ganan titulares y minutos en pantalla por su voraz avance en tierras australianas, europeas y californianas.
El año pasado, por ejemplo, se descubrió una megacolonia de estos insectos en la Riviera italiana y en las costas del noroeste español. Se cree que su tenaz persistencia y sostenido peligro para la biodiversidad y las hormigas nativas de la región en cuestión, se debe a algún cambio en su estructura genética que les permitió multiplicarse en armonía (o sea, sin que se ataquen las unas a las otras). Melbourne es una de las últimas ciudades en sufrir en carne propia la presencia de estas criaturas de no más de 2 mm de largo: un equipo de biólogos de la Universidad de Monash acaba de descubrir una gigantesca colonia de estas hormigas que se extiende desde el noroeste hasta el sur de la ciudad, a lo largo de 100 kilómetros.
Mientras que la invasión a Estados Unidos se habría desatado a comienzos de 1920 con envíos de café desde Buenos Aires a Nueva Orleans, la hormiga argentina pisó Europa probablemente luego de un largo viaje a bordo de barcos que transportaban, entre otras cosas, plantas. Y desde entonces, por donde se la vea, no hace otra cosa más que sembrar el terror.

HORMONAS, ROMANTICOS Y MAFIOSOS
Desde su invención (con estrictos fines documentales) a fines del siglo XIX, el cine sacudió con fuerza revolucionaria la imaginación y percepción humanas, sin pausas ni respiros. Una pantalla en blanco, butacas y un proyector que da paso a millones de inquietos fotones es lo único que se necesita para hacer rodar esta práctica cultural que, pese al esmero de videocaseteras y, ahora, dvds, no ha podido ser emulada y encerrada en la cómoda y alienada intimidad de lo privado. La simplicidad intrínseca de esta tecnología del movimiento sorprende; su misterioso efecto emocional deslumbra. Es que, aunque al espectador mucho no le importe cómo lo afecta fisiológicamente, uno de estos espectáculos hace ajetrear las hormonas y secuestra la atención.
Lo último que se sabe es que, aparentemente, no es lo mismo ver una película romántica que una de mafias, tiros y asesinatos, químicamente hablando. Así lo deslizó Oliver C. Schultheiss, profesor de psicología de la Universidad de Michigan (Estados Unidos), que tras un interesante estudio registró cambios notorios en los niveles hormonales de los voluntarios. Schultheiss y sus colegas evaluaron los niveles de hormonas de tres grupos de hombres y mujeres antes y después de ver escenas románticas de la película The Bridges of Madison County (protagonizada por Meryl Streep y Clint Eastwood) y escenas –un poco más– violentas del film The Godfather, Part II, en las que un joven Vito Corleone (Robert De Niro) conseguía poder e influencia despanzurrando a un rival.Los resultados fueron sorprendentes: entre los hombres, los niveles de testosterona aumentaron un 30 por ciento después de ver escenas de violencia, mientras que la película romántica logró elevar –tanto en hombres como en mujeres– una hormona que reduce la ansiedad y está relacionada con la relajación y la reproducción (progesterona). Indudablemente, el combo “película y cena” seguirá siendo una fija para las citas. Acá y en la China.

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