NOVEDADES EN CIENCIA
COSECHA NACIONAL
La Argentina debe ser uno de los pocos países en el que sus habitantes
fanfarronean tan abiertamente respecto de sus bondades geográficas, urbanísticas
y, por qué no, culinarias: que tenemos no sólo la avenida más
ancha del mundo (Av. 9 de julio) sino también la más larga (Av.
Rivadavia), los cuatro climas, las más bellas mujeres, el mejor futbolista
del mundo, y muchas otras maravillas que –vaya la casualidad– se
recuerdan justamente cuando uno entabla conversación con algún
extranjero de visita por estos pagos. Y, al parecer, la lista de ocurrencias
está lejos de clausurarse. De ahora en más, lo más (políticamente)
correcto sería no olvidarse de que la Argentina también tiene el
dudoso privilegio de albergar entre sus 35 millones de habitantes a uno de los
más pujantes –y odiados– invasores del mundo. Así es:
por estas fechas, las hormigas argentinas (Linepithema humile) se ganan titulares
y minutos en pantalla por su voraz avance en tierras australianas, europeas y
californianas.
El año pasado, por ejemplo, se descubrió una megacolonia de estos
insectos en la Riviera italiana y en las costas del noroeste español.
Se cree que su tenaz persistencia y sostenido peligro para la biodiversidad y
las hormigas nativas de la región en cuestión, se debe a algún
cambio en su estructura genética que les permitió multiplicarse
en armonía (o sea, sin que se ataquen las unas a las otras). Melbourne
es una de las últimas ciudades en sufrir en carne propia la presencia
de estas criaturas de no más de 2 mm de largo: un equipo de biólogos
de la Universidad de Monash acaba de descubrir una gigantesca colonia de estas
hormigas que se extiende desde el noroeste hasta el sur de la ciudad, a lo largo
de 100 kilómetros.
Mientras que la invasión a Estados Unidos se habría desatado a
comienzos de 1920 con envíos de café desde Buenos Aires a Nueva
Orleans, la hormiga argentina pisó Europa probablemente luego de un largo
viaje a bordo de barcos que transportaban, entre otras cosas, plantas. Y desde
entonces, por donde se la vea, no hace otra cosa más que sembrar el terror.
HORMONAS, ROMANTICOS Y MAFIOSOS
Desde su invención (con estrictos fines documentales) a fines del siglo
XIX, el cine sacudió con fuerza revolucionaria la imaginación
y percepción humanas, sin pausas ni respiros. Una pantalla en blanco,
butacas y un proyector que da paso a millones de inquietos fotones es lo único
que se necesita para hacer rodar esta práctica cultural que, pese al
esmero de videocaseteras y, ahora, dvds, no ha podido ser emulada y encerrada
en la cómoda y alienada intimidad de lo privado. La simplicidad intrínseca
de esta tecnología del movimiento sorprende; su misterioso efecto emocional
deslumbra. Es que, aunque al espectador mucho no le importe cómo lo
afecta fisiológicamente, uno de estos espectáculos hace ajetrear
las hormonas y secuestra la atención.
Lo último que se sabe es que, aparentemente, no es lo mismo ver una
película romántica que una de mafias, tiros y asesinatos, químicamente
hablando. Así lo deslizó Oliver C. Schultheiss, profesor de psicología
de la Universidad de Michigan (Estados Unidos), que tras un interesante estudio
registró cambios notorios en los niveles hormonales de los voluntarios.
Schultheiss y sus colegas evaluaron los niveles de hormonas de tres grupos
de hombres y mujeres antes y después de ver escenas románticas
de la película The Bridges of Madison County (protagonizada por Meryl
Streep y Clint Eastwood) y escenas –un poco más– violentas
del film The Godfather, Part II, en las que un joven Vito Corleone (Robert
De Niro) conseguía poder e influencia despanzurrando a un rival.Los
resultados fueron sorprendentes: entre los hombres, los niveles de testosterona
aumentaron un 30 por ciento después de ver escenas de violencia, mientras
que la película romántica logró elevar –tanto en
hombres como en mujeres– una hormona que reduce la ansiedad y está relacionada
con la relajación y la reproducción (progesterona). Indudablemente,
el combo “película y cena” seguirá siendo una fija
para las citas. Acá y en la China.
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