FINAL DE JUEGO
› Por Leonardo Moledo
–La taza de Armstrong es un buen ejemplo –dijo el Comisario Inspector, como si hubiera hablado recién.
–Expliquemos de qué se trata –dijo Kuhn–. La historia es que antes de viajar a la Luna, Armstrong, en una reunión, rompió una taza de café. Luego, reparó el daño, enviando a la dueña de casa una taza idéntica, que ella guardó con las demás, y cuando Armstrong se hizo mundialmente famoso, no podía determinar cuál de las tazas era.
–Eso es –dijo el Comisario Inspector–. En el fondo, esta controversia es la eterna discusión entre Parménides y Heráclito, que ellos siempre están sosteniendo sobre nuestras cabezas, como los dioses homéricos en la Ilíada sobre las cabezas de los guerreros. ¿Hay persistencia de los objetos? Y si la hay, qué es lo que persiste. Porque está claro que no hay ningún tipo de persistencia material: una taza en un instante no es el mismo objeto material que un instante después; algunos átomos se han desintegrado, otras partes se han desgastado, en fin. Pero si es la misma taza, ¿qué es lo que permanece? ¿Qué significa que un cuadro es original, después de trescientos años? Probablemente nada que no esté en nuestra imaginación.
–Ah –dijo el embajador inglés– no hay nada en la imaginación que no haya estado antes en los sentidos. Así son las cosas según el empirismo inglés.
El Comisario Inspector lo ignoró:
–En las escuelas filosóficas suele haber un cartel a la entrada: que no entre en esta escuela quien no haya pasado antes por la escuela de policía –y agregó amargamente–: una escuela que lleva el nombre de un siniestro asesino. Nosotros, los policías, hace años que tratamos de cambiarlo por el de Simón Radowitzki, sin mucho éxito.
–Bueno, nosotros conseguimos cambiar el nombre de nuestro país por el de United Kingdom –dijo el embajador de Inglaterra–. Y para eso, sólo hizo falta unir los tres reinos.
–Lo que pasa –dijo el Comisario Inspector– es que la diplomacia es exactamente lo contrario de la policía. La policía trata de resolver el delito; la diplomacia trata, en cambio, de borrar el delito, y si es posible, las leyes que lo determinan. Por eso, la policía regula la metafísica, y la diplomacia se ocupa de miserables cosas empíricas, como son los tratados internacionales. Por eso la diplomacia fabrica fósiles, pero es la policía la que los autentica.
–La diplomacia es el arte de lo microscópico –dijo el embajador de Inglaterra–, pequeños tratados, pequeños gestos, larga duración. Cuando los tratados son entre países, se garantiza la estabilidad mundial, cuando son entre moléculas, se garantiza la estabilidad de la materia, que es lo mismo que garantizar la estabilidad de Inglaterra y la perduración del Imperio. Porque... ¿qué es una estrella sino un acuerdo entre la gravedad y la radiación que la sostiene? ¿Qué el delicado equilibrio que sostiene al universo, sino eso, precisamente, un equilibrio diplomáticamente sostenido? Y ¿qué son los neutrinos sino un acuerdo entre científicos, como lo fue en su momento el flogisto de Stahl?
–¡Exacto! –dijo Kuhn, jubilosamente, ante el disgusto del Comisario Inspector–. Este es el momento de preguntarles a nuestros lectores si están de acuerdo con esos argumentos.
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Están de acuerdo con la teoría del equilibrio del embajador de Inglaterra?
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