FINAL DE JUEGO
› Por Leonardo Moledo
–Bueno –dijo el Comisario Inspector–, hay muchas cartas, así que dejaremos hablar a los lectores. Yo sólo voy a hacer una pequeña acotación. Los lectores insisten, por distintas razones, en que la Justicia zarista y la stalinista no se pueden comparar. Y yo me pregunto: ¿por qué no se pueden comparar? ¿No se puede comparar, por ejemplo, la Justicia militar, que absolvió a los asesinos del Proceso con la Justicia civil que los condenó? ¿No se puede comparar la Justicia moderna, que prohíbe la tortura, con la Justicia medieval, que la tomaba como un sistema natural de interrogatorio? ¿No existen sistemas judiciales, o fueros más benignos que otros? Y ojo, que yo no digo que la Justicia stalinista y la zarista fueron dos sistemas horrorosos, yo digo que la Justicia zarista era mucho, pero mucho más respetuosa de los derechos de los acusados y de las garantías individuales que la stalinista.
¿Qué opinan nuestros lectores? ¿Se pueden comparar?
LO IMPOSIBLE DE RESPONDER
La pregunta de Futuro sobre si el sistema stalinista es más opresivo que el zarista me ha merecido dos breves reflexiones. En primer lugar, esta cuestión se inscribe sobre el fondo de otro tema de la existencia de la objetividad como fundante de la realidad, descubrimiento occidental que además permite “una” conclusión lógica y razonable sobre cómo funciona el mundo. Si coincidimos en que el fascismo no es un riesgo interesante para correr –sea zurda o diestra su lateralidad–, mi primera reflexión como lectora es que considero riesgosa y nada interesante la “unicidad” que segrega lo múltiple de las concepciones filosóficas de Oriente, de las teorías científicas que no se reducen al positivismo empírico, o de los aportes de las lógicas inconsistentes y paradojales que coexisten con las conclusiones inequívocas de la lógica clásica. Se trata de una unicidad poco interesante, además, no por ser antipopular, sino por su ignorancia: tanto de la singularidad con que cada sujeto construye la realidad, como de lo que hay detrás de toda realidad cuando se atraviesa su dimensión inevitablemente ilusoria.
Por otro lado, la pregunta está hecha desde un planteo binario y disyuntivo excluyente (¿qué es peor: Stalin o los zares?). Y resonó en mí como “¿a quién quieres más, a tu papá o a tu mamá?”. Jacques Lacan, psicoanalista, decía que con este tipo de interrogaciones hechas a los niños queda demostrado que los verdaderamente infantiles son siempre los adultos. Sin embargo, rescato que esta pregunta me permite evocar (claro que con un forzamiento de buena voluntad) el valor lógico de lo indecidible, herramienta aún no suficientemente explorada para poder pensar hoy el mundo de lo humano. ¿Acaso alguien que diga no acordar con la intolerancia fascista puede responder a la pregunta de Futuro sobre qué es más opresivo: si los sistemas que torturan a los disidentes o los que condenan a la indigencia a las mayorías? ¿Cómo decidir una respuesta si son dos vías igualmente “objetivizantes”, en tanto en ambas se reduce al ser humano a un objeto, a una cosa? ¿A qué otros planteos quizá más interesantes nos puede llevar una pregunta imposible de responder?
Alejandra Eidelberg
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