Sáb 22.04.2006
futuro

FINAL DE JUEGO

Donde el Comisario Inspector sigue su razonamiento sobre los asesinatos y otros delitos

› Por Leonardo Moledo

–La verdad es que nos estamos internando en un terreno peligroso –dijo el Comisario Inspector– que ya produjo algunas reacciones. En realidad nos preguntábamos por qué el asesinato es el más aborrecible de los delitos, de lo cual no dudamos ni por un momento.

–Y habíamos llegado a la conclusión de que el robo de la vida no era una explicación, o por lo menos no era una explicación completa, ya que la victima no sabe que le han robado la vida, salvo en los momentos previos a su muerte –dijo Kuhn–. Hagamos un paralelo con el robo. Desde ya, el robo es un delito. Ahora bien, supongamos que A le roba a B un objeto que B no sabe que posee y que nunca sabrá que poseía, algo de lo que es propietario sin saberlo. ¿Es un delito?

–Sí –dijo el Comisario Inspector–, aunque no hay víctima. Es un delito porque A tiene un objeto cuya posesión no puede justificar. Es decir; aunque B no sepa que se le ha robado el objeto, A lo tiene ilegítimamente. El delito, aquí por lo menos, es independiente del daño o no que se le ha causado a la víctima. Esto es, el delito no depende de que la víctima lo sepa o no.

–No es ocioso discutir este asunto –dijo Kuhn–, porque tiene que ver con casos que se plantearon en algunos países, como por ejemplo, Nueva Zelanda, en que los gobiernos “humanitariamente” quitaban chicos a las madres maoríes (a veces con el acuerdo de ellas) para entregarlos en adopción. Allí hay un robo de identidad del cual la víctima directa (el chico) puede no enterarse nunca.

–Bueno, como lo que hicieron acá los facinerosos y genocidas de la dictadura, que robaban los chicos a los padres que asesinaban y los entregaban; los chicos en muchos casos no lo saben, pero el delito igual existe, independientemente de que la víctima central se entere.

–Bueno –dijo Kuhn–, me parece que llegamos a alguna conclusión: un delito es delito independientemente de la víctima, e incluso aunque la víctima lo apruebe. Por ejemplo, vale en el caso de las mujeres golpeadas: hay delito aunque la mujer lo acepte.

–Problema particularmente interesante si uno piensa en los países islámicos –dijo el Comisario Inspector–, pero lo interesante es que lo que me parece que estamos concluyendo es que el delito es tal en tanto es un delito contra la sociedad; esto es, que atente contra la sociedad. Si se produce un asesinato, aunque la víctima “no sea” y en tanto “no es” no sabe que la han asesinado y la han privado de la vida; la vida de la víctima, en tanto bien social, ha sido robada a la sociedad en su conjunto, y por lo tanto es un delito abominable.

–Lo cual plantea un montón de interesantes problemas que seguiremos discutiendo –dijo Kuhn.

¿Qué piensan nuestros lectores de estos razonamientos?

Correo de lectores

Asesinato I

Humildemente, creo que el asesinato es, culturalmente, “el peor delito” por ser irreversible, definitivo. Lo que nos aterra, como sociedad, es el temor de sufrirlo, así que se lo castiga con la mayor de las penas, creyendo que eso sirve para disuadir; lo que en realidad funciona con una amplia mayoría de potenciales homicidas. Por supuesto hay excepciones, pero en las Cs. Sociales, una excepción no invalida la validez general de un concepto (robado a E. Mayr). El condenado y el duelista perdedor sufren la agonía por Ud. descripta, pero no por eso se condena al verdugo o al duelista vencedor, porque (induzco yo) reafirma el temor disuasivo expuesto arriba.

Orlando Affini

Asesinato II

Os habéis metido en un tema ajeno a la física, y eso es grave. En la física, podemos afirmar, como lo hiciera alguna vez el León Eduardo, que la fuerza de gravedad no existe, que “sólo te convence de que existe...”, pero en materia de valores humanos, la física no cuenta. Son otros los factores en juego: la religión, la política, la guerra, etc. De allí, que si partimos del concepto civil, laico, pacífico, la vida es el don más valioso que poseemos. Quitárnoslo es el delito más grave. Lo que ustedes han puesto sobre el tapete es la forma de morir, la agonía, la tortura, la conciencia de la propia muerte. Pues bien, éstos son atenuantes, según el caso, para que un juez determine la condena sobre el asesino. Pero sabemos que los jueces fallan.

¿Es esto una contradicción, o es una realidad? ¿Cuándo volveremos a los acertijos tradicionales? ¿Puedo mandar un saludo a Elvio Dodero, el de Neuquén (promoción de Q19 del ‘66)?

Aníbal Torré

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