FINAL DE JUEGO
› Por Leonardo Moledo
–Roberto Fedorovsky nos dio el número de libros de la Biblioteca de Babel –dijo el Comisario Inspector– aclarando que no cabrían en el universo.
–Desde ya que no cabrían –dijo Kuhn–, ni siquiera aunque tuvieran el tamaño de un átomo.
–Y ahora una pregunta más difícil –dijo el Comisario Inspector–, ¿cuántas páginas tiene el Libro de arena, del mismo Borges?
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Cuántas páginas tendrá?
¿Cuántos libros hay en la Biblioteca de Babel? Tantos que no cabrían en el universo, aunque fueran del tamaño de libros de bolsillo. Cada libro tiene 410 páginas, cada página 40 renglones, cada renglón 80 posiciones: 410 * 40 * 80 = 1.312.000 posiciones por libro. Tenemos como signos: 22 letras, punto, coma, espacio. En total 25 signos distintos. La cantidad de libros estará dada por las variaciones con repetición, VRn,m de n elementos tomados de m en m, que es = nm; en nuestro caso n=25 y m=1.312.000 Log de (251.312.000) = (log 25) * 1.312.000 = log (1,39794000867 * 1.312.000) = log 1834097,29137771334 251.312.000 = antilog 1834097,29137771334; resultando una cifra de 1.834.098 dígitos que comienza con 1956039 y que es el número de libros que hay en la Biblioteca. Entre ellos habrá un libro en blanco, 1.312.000 con un solo punto, uno con 1.312.000 puntos. La cantidad de átomos que existen en el universo es un número de 77 dígitos; una nimiedad comparando con el 1.800.000 dígitos del número de libros de la Biblioteca
Roberto Fedorovsky
La carta anterior de la doctora Ciruzzi me dejó perplejo y la del sábado, asombrado. Por de pronto, el problema del verdugo no estaba planteado en el marco del derecho positivo argentino, en el cual no tenemos verdugos ni pena de muerte ni posibilidad de implantarla. Se trataba de un problema de teoría general que, si tiene algún sentido práctico, sólo alcanza a aquellos sistemas que incluyen la pena capital entre sus sanciones. Por caso, algunos estados norteamericanos. De allí que resulte irrelevante el contenido de la Constitución nacional tanto como los argumentos vinculados a la recuperabilidad del condenado o a su reinserción, que pueden servir para oponerse a la pena de muerte pero no para despejar el enigma del verdugo. Creo que sostener, como lo hace la Dra.Ciruzzi, que comete delito quien baja la palanca de la cámara de gas o de la silla eléctrica —en un país que prevea la penal capital, repito— es sorprendente. El verdugo es un funcionario del sistema, tanto como el Juez que dispone la aplicación de la pena de muerte.
¿O, acaso, algún verdugo ha sido procesado por homicidio alguna vez?
Eric Stokmahn
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