–La verdad –dijo el Comisario Inspector–, quiero agradecer muchísimo a todos los lectores que me escribieron a propósito de la nota sobre Menina. Es impresionante cómo ayuda sentirse acompañado. Además del dolor, es impresionante la cantidad de preguntas que uno se hace. ¿Adónde se fue? ¿Dónde está ahora?
–¿Cómo alguien que es puede dejar de ser? –dijo Kuhn–. Lo sé muy bien. Son, como diría Beckett, las viejas preguntas. Las de siempre.
Hubo un poco de silencio. Evidentemente, el Comisario Inspector no sabía cómo seguir, y Kuhn –tal vez contra su voluntad, pero arrastrado por el fluir de la novela– lo ayudó.
–Hay un eclipse total de luna este jueves –dijo.
Y era el flujo de la vida que, muy a su pesar, retomaba, empujaba, seguía, restablecía el hilo invisible de la literatura.
–Salió muy astronómico este número –dijo el Comisario Inspector–, y quiero plantear a nuestros lectores un enigma relacionado con una avenida galáctica. Y es así: la velocidad de la luz, como todos sabemos, es de 300 mil kilómetros por segundo.
–Y, según la Teoría de la Relatividad, es el límite absoluto de las velocidades –dijo Kuhn.
–Todos sabemos que la velocidad con que avanza una onda verde en una avenida depende de la coordinación de los semáforos –dijo el Comisario Inspector–. La velocidad de una onda verde en una avenida de Buenos Aires, por ejemplo, es de 60 km por hora. Pero hete aquí que un Jefe Supremo de Semáforos hace lo siguiente: pone semáforos a 600 mil kilómetros uno de otro –obviamente se trata de una avenida galáctica–, y los coordina de la siguiente manera: el primero se prende a las, digamos, diez y un segundo; el segundo, a las 10 y dos segundos; el tercero, a las diez y tres segundos, y así siguiendo. Esto es, la onda verde avanza a 600 mil kilómetros por segundo.
–¿Cómo puede ser?– preguntó Kuhn.
–Ese es el enigma –dijo el Comisario Inspector–. ¿Cómo puede ser?

¿Qué piensan nuestros lectores? ¿El Jefe Supremo de Semáforos logró violar la Teoría de la Relatividad y fabricar algo que viaja más rápido que la luz?