FINAL DE JUEGO
Donde Kuhn se inserta en los laberintos de la facultad y se comete un asesinato en el Departamento de Matemáticas
› Por Leonardo Moledo
Kuhn atravesó las puertas de la facultad, y avanzó por la nave central; reinaba una inusitada actividad: un alboroto de policías trepaba por las escaleras. Instintivamente, Kuhn los siguió y recorrió retorcidos laberintos, un patio, luego una terraza y más escaleras hasta que llegó a una especie de hall de distribución, de baldosas grises como las teorías, que no son verdes como el árbol de la vida. En el centro, había un busto de yeso de Evita con su correspondiente placa: “abanderada de los humildes”. A su lado, otro busto, esta vez de bronce, del decano, con varias placas, concediéndole títulos honoríficos: “Gran conductor de los científicos”, “Protector de las Ciencias”, “Señor de los Diques”, “Serenísimo benefactor de la facultad”.
–¿No es una exageración? –preguntó Kuhn, honestamente asombrado.
–Esto no es nada –dijo el Químico–. En el decanato tiene una estatua de cuerpo entero, y en los distintos departamentos está representado ya sea como Horus, el halcón, ya sea como Ra, el sol naciente. El Consejo Directivo está tratando de erigirle una estatua de oro macizo, que excede por completo el presupuesto de diez años de la facultad.
Kuhn se había quedado de una pieza, y en eso empezó a levantarse un murmullo levemente asiático, profundamente oriental; por un pasillo se acercaba un grupo de chicos y chicas de ojos rasgados; algunos usaban incluso una coleta, hablando un lenguaje incomprensible.
–Ellos llevaron al decano al decanato, y no se lo pueden perdonar -explicó el químico.
Kuhn no entendía demasiado, pero se dejaba llevar por el interés que despertaban ciertos policías que en un pasillo, correspondiente al Departamento de Matemáticas, examinaban el cadáver de un biólogo. Como si se tratara de una serie norteamericana, dibujaban una silueta en el suelo, tomaban medidas y buscaban cápsulas servidas.
–¿Pero desde dónde le dispararon? –preguntó Kuhn.
–No le dispararon –dijo el policía que comandaba el operativo–, lo asesinaron con un arma cortante, quizás un cuchillo tipo Neardenthal, o algún fósil previamente afilado.
–¿Y entonces por qué buscan cápsulas servidas?
–Pura rutina –dijo el detective.
–Ya veo –dijo Kuhn, que estaba un poco mareado por ese caos–. Me gustaría hablar con el director del departamento de matemáticas.
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Por qué el decano coloca bustos de sí mismo al lado de los de Evita? ¿Y por qué mataron al biólogo justo en el departamento de matemáticas, y no en el de biología, como corresponde? ¿Y por qué Kuhn no planteó ningún enigma esta vez?