FINAL DE JUEGO
Donde sigue el misterio y Kuhn se topa con un ferviente defensor de la evolución de las especies
Por Leonardo Moledo
–Me gustaría hablar con el director del Departamento de Matemáticas -repitió Kuhn, con una cierta sensación de déjà vu.
Todos quienes lo rodeaban se apresuraron a decirle que era imposible, incluso el propio director del Departamento de Matemáticas, que miraba la escena con interés. Era un hombre anciano que había dedicado toda su vida al estudio de la historia natural, ahora devenida biología. Las canas invadían su pelo; las arrugas surcaban su piel que parecía recorrida por ríos prehistóricos, pero él tenía un modo dulce y comprensivo de decir las cosas.
–Es imposible hablar con el director del Departamento de Matemáticas -dijo.
–¡Pero si le estoy hablando! –arguyó Kuhn.
–Ah, mi querido señor –dijo el anciano naturalista–, yo soy biólogo, y estas sutilezas de la lógica se me escapan. Pero si quiere, podemos pasar a mi oficina.
La oficina tenía el olor de un bosque petrificado, mezclado con los efluvios de fósiles del Jurásico. En una esquina, un retrato del decano, con el Ojo de Horus en la frente, un ojo grande y celeste y una pupila negra y profunda que se abría como un agujero negro, enmarcado en el triángulo místico de los Illuminati.
–Aquí como me ve –dijo el director–, estoy en una situación desesperada. Lo único que me preocupa es la evolución de las especies, la manera en que la víboras se convierten en hipopótamos y las cucarachas en dinosaurios, pero el decano me ha puesto aquí para controlar el departamento de matemáticas, hasta cierto punto rebelde. Yo de matemáticas no sé nada. ¡Y ahora me matan un biólogo!
–Pero ud. podría haber dicho que no, –arguyó Kuhn –no debe dejarse llevar por la ambición.
–Ah, mi querido señor, dijo el anciano naturalista–. Mi única ambición es conocer la evolución de las especies, pero si me hubiera negado, habría ido a parar directamente a las cuevas, antes de que el “no” saliera de mis labios; el simple rictus habría bastado. El decano no perdona jamás.
A Kuhn, un tanto desconcertado por la confesión repentina del anciano, le pareció que el Ojo de Horus parpadeaba. Pero pensó que era una ilusión óptica.
–Entre el decano, que quiere convertirnos en una universidad norteamericana –dijo el naturalista–, la gente que muere contaminada en los laboratorios, los grupos orientales que recorren los pasillos y los científicos que van a parar a las cuevas, dígame ¿qué va a ocurrir con la biología? Porque si los biólogos se dedican a dirigir departamentos de disciplinas de las que no entienden nada, no pueden pensar en la Teoría de la evolución.
–¿Pero por qué mataron al biólogo? –preguntó Kuhn.
–Eso no importa. ¿Por qué un biólogo?, preguntaría yo –dijo el naturalista–. Habiendo tantos científicos posibles. Podrían haber asesinado a un geólogo, a un meteorólogo, o lo que sería ideal, a un físico. Pero no; hay un encarnizamiento con la biología; el resto de las ciencias no le perdona a la biología su liderazgo.
–Sí, dijo Kuhn, desde el ADN. –Ah, claro que sí –dijo el director del Departamento de Matemáticas–, pero Watson y Crick le han hecho mucho daño a la biología. Al crear la ilusión genética, hicieron que los biólogos se olvidaran del evolucionismo y se dedicaran a la genética.
Ahora sí, esto no era una ilusión. Kuhn estaba absolutamente seguro de que, desde el triángulo místico, el decano le guiñaba el Ojo de Horus. Se revolvió incómodo en el asiento.
La secretaria del director entró de repente: era una rubia desmelenada, tirando a los treinta y anunció algo al oído del director.
–Que pase –dijo el naturalista.
La puerta se abrió y, lleno de solemnidad y de spleen, entró el embajador de Inglaterra.
¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Por qué el decano le guiñó el Ojo de Horus a Kuhn? ¿Y qué hace el embajador de Inglaterra en el Departamento de matemáticas? ¿Y por qué Kuhn sigue sin plantear enigmas?