Sáb 21.08.2004
futuro

FINAL DE JUEGO

Donde a Kuhn lo asombra tanta adulación y se plantea un enigma de fondos y funcionarios

› Por Leonardo Moledo

Kuhn seguía sin convencerse de que el himno al decano fuera verdaderamente una pieza de alta poesía, por más que fuera repetida a coro por todos aquellos que adulaban a tan noble señor. Pero el Comisario Inspector seguía preocupado por el problema del poder.
–¿Por qué a esta gente le gusta la adulación –se preguntaba en voz alta– y particularmente la adulación banal? ¿Por qué disfruta con esos versos, o cuando el consejo directivo dice sí señor a todo lo que propone? Quizá porque se saben revestidos de ilegitimidad, o porque se sienten inseguros, o porque saben que lo único que tienen, lo único real en ellos es su cargo. Luis XIV estaba seguro de ser el Rey, el elegido de Dios, pero el decano sabe que necesita que los demás crean que es el elegido, con perdón de Thomas Mann.
–O que hagan como que lo creen –apuntó Kuhn–. En realidad, a este tipo de gente no le importa mucho lo que es, sino lo que parece. Cuidan su imagen porque su imagen, sin sus cuidados, no vale nada. Por eso el Ojo de Horus y la mancha de dulce de leche en el bigote.
–Luis XIV obligaba a sus cortesanos a presenciar sus deposiciones y aspirar sus olores –dijo el Comisario Inspector– porque quería humillarlos, y quitarles todo el poder que emanaba de sus títulos. Pero nunca hubiera colgado en Versalles el retrato del decano. Creo que en el fondo, el poder sólo es real cuando es absoluto. Luis XIV podía mandar a la bastilla a quien quisiera y nadie se habría a atrevido a cuestionarlo. Pero este decano, en el fondo es nada y lo sabe perfectamente. Le ocurre a cualquier personalista, autoritario o ególatra que no tiene el poder absoluto. Si existe un grupo que lo cuestiona realmente, esto es, inteligentemente, está listo, a menos que lo pueda eliminar. Los militares, por ejemplo, no pudieron hacer nada contra las Madres de Plaza de Mayo. O las mataban a todas –cosa que, tratándose de una banda de asesinos habrán pensado, y de hecho hicieron con algunas– o las Madres iban a terminar con ellos, como de alguna manera, y felizmente, hicieron. Al fin y al cabo, los militares quedarán en la memoria, justamente, como la hez de la humanidad, y las Madres y las Abuelas como esos iconos que despiertan nuestro amor, y sobre todo, nuestro agradecimiento.
–La pregunta –dijo Kuhn– es para qué alguien quiere el poder. Porque no se trata de hacer cosas, desde ya. Para hacer cosas, no hace falta construirse una tumba monstruosa o tratar de brillar con una lágrima de dulce de leche. En última instancia, el poder, en especial si es absoluto, es aburrido. Cuando la distancia entre el deseo y el acto es cero, y los deseos se realizan inmediatamente, todo pierde interés.
–Es por eso que la adulación suena un poco ridícula –dijo el Comisario Inspector–. El decano le dice al juglar “adúlame durante cinco minutos”, y el juglar lo hace, como un zapatero a zapatos. ¿Para qué lo necesita? Y ahí está tal vez la respuesta. Para sentir que es lo que no es. Pero ahora, vamos al enigma, y el sábado que viene seguimos hablando del poder. El decano se encuentra con dos funcionarios e inmediatamente se derrite, ya que, ante cualquier funcionario, el decano es rastrero. Pero resulta que, en la repartija de fondos, el funcionario 1 ha recibido tres veces más partidas que el funcionario 2. F2 dice que F1 ha recibido más partidas de fondos de lo que es justo. F1 le traspasa tres partidas. Pero F2 sequeja de que ahora, de todas maneras, F1 tiene el doble de partidas que él. ¿Cuántas partidas más deberá traspasarle F1 a F2 para que ambos tengan el mismo número?

¿Qué piensan nuestros lectores? ¿Cuántas partidas tendrá que darle? ¿Y por qué a alguien le gusta tanto la adulación?

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