LA IMAGEN DE LA SEMANA
En el siglo XV a.C., cientos de años antes de que Julio César y Marco Antonio se rindieran a los encantos de Cleopatra, una mujer tuvo al mundo bajo sus pies. Se llamaba Hatshepsut (que significa “la más noble de las damas”) y fue la primera reina (y faraona) de la historia. Su vida corrió al ritmo de los altibajos. Unica hija viva del soberano Tutmosis I, fue obligada a casarse con su hermanastro Tutmosis II, luego coronado rey; y después presenció cómo su esposo nombró heredero a su pequeño hijo, Tutmosis III, que tuvo con otra concubina. Muerto el rey, Hatshepsut se volvió regenta; vio la oportunidad y no la desaprovechó: acaparó poder, se autotituló faraona y promovió 20 años de prosperidad. Sin embargo, después de su muerte en 1458 a.C., Tutmosis III, ya adulto, hizo mutilar a martillazos las esculturas y monumentos de la faraona para hundirla en el olvido. Y casi lo consiguió: su momia nunca fue hallada por el famoso arqueólogo Howard Carter quien sí dio con el sarcófago (vacío) de Hatshepsut y otra momia a la que denominó “KV60”, la cual tenía a su lado una caja con el nombre de la faraona. Distintos análisis hechos con escáneres concluyeron que uno de los dientes de esta caja coincidía exactamente con el espacio de un molar faltante en la boca de la momia KV60. Un dato suficiente, sostiene Zahi Hawass (una de las máximas autoridades en egiptología), para decir que Hatshepsut ha sido finalmente identificada y que su descubrimiento “es uno de los hallazgos más importantes en la historia de Egipto desde que se encontró la momia de Tutankamón en el Valle de los Reyes”.
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