Hay otra manera de asimilar las dimensiones del universo, al menos, del universo cercano. Y esta vez no utilizaremos medidas de espacio sino de tiempo: nos subiremos a un avión imaginario, y saldremos de la Tierra para recorrer, a 1000 kilómetros por hora, las distancias interplanetarias e interestelares. A primera vista, parece una buena velocidad, pero astronómicamente hablando es una miseria: de hecho, sólo para llegar a la Luna, tardaríamos 16 días. Y eso es lo más cercano que tenemos. Un viaje a Marte nos llevaría algo más de 6 años; hasta el Sol, 17, y a Júpiter, 70 años (toda una vida en el avión). No habría persona capaz de llegar viva hasta Saturno volando en este avión, porque el trayecto de más de mil millones de kilómetros nos tomaría 130 años. Y ni hablar de una excursión hasta Plutón: 660 años.
Pero nada es nada de todo lo anterior cuando el avión quisiera emprender un viaje interestelar. Esos míseros 1000 km/hora sólo servirían para llegar hasta Alfa del Centauro en 4 millones de años, el mismo tiempo que nos separa de los primeros homínidos africanos. El arribo al famoso cúmulo estelar de Las Pléyades demoraría casi 400 millones de años. Y habría que viajar en avión 6000 millones de años (quince veces más) hasta la Nebulosa del Cangrejo, esa gigantesca nube de gases en rápida expansión, producto de una explosión de supernova observada, aquí en la Tierra, en 1054. Y eso es más tiempo que la edad del Sistema Solar (unos 5 mil millones de años). Por último, si quisiéramos llegar al centro de la Vía Láctea, ubicado a 30 mil años luz de nosotros, necesitaríamos unos 30 mil millones de años... ¡dos veces la edad del universo! Y cosmológicamente hablando, sería ir hasta aquí nomás.
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