PERFIL
› Por Federico Kukso
Detrás de su tupida barba papanoelesca, el filósofo norteamericano Daniel Dennett esconde su verdadera cara. Y no es la del hombre bonachón, ingenuo y naïf, el “abuelito feliz” que, como confiesa en su página web, “pasa la mayor parte del verano en su granja en Maine, donde colecta moras y hace cidra, cuando no está navegando”. Dennett es, en realidad, una máquina de pensamiento total. De él dijo el mismísimo Marvin Minsky: “Dan Dennett es nuestro mejor filósofo del momento. Es el próximo Bertrand Russell. A diferencia de los filósofos tradicionales, Dan es un estudioso de las neurociencias, lingüística, inteligencia artificial, ciencias de la computación y psicología. Está redefiniendo el rol del filósofo. Por supuesto, Dan no comprende mi teoría de la ‘sociedad de la mente’, pero nadie es perfecto”.
Enemigo literario de Stephen Jay Gould y fan acérrimo de Richard “gen egoísta” Dawkins, Dennett tal vez sea mejor recordado por La peligrosa idea de Darwin (1995) donde disecciona quirúrgicamente el ethos –si es que así puede llamarse– de la teoría de la evolución que, a su entender, rebasa ampliamente el campo de acción de la biología: como ocurrió con el heliocentrismo en los siglos XVI y XVII, la mecánica newtoniana y el psicoanálisis, que descolocaron al ser humano del centro del universo y del puesto de conductor de sus propios actos, la teoría de la evolución por selección natural provocó, provoca y provocará sacudones filosóficos casi epilépticos de la misma índole, aunque mucha gente no lo sepa. Aún.
Y hay más: Dennett, el único pensador que tomó en serio el concepto de “meme” o unidad darwiniana de cultura vertido en El gen egoísta, fue una figura fundamental en lo que se conocieron como las “guerras darwinianas”, esto es, aquel debate ideológico que enfrentó a dos grupos de sociobiólogos en la interpretación de los textos canónicos de Darwin: Dennett, Dawkins y Wilson, por un lado, y Stephen Jay Gould y Richard Lewontin, por el otro. Entre ensayo y ensayo, se dijeron de todo. Lo más tibio lo deslizó Gould cuando se refirió a Dennett y a su troupe como “fundamentalistas darwinianos”.
Y, si bien la teoría de la evolución es una especie de leitmotiv en su extensa obra, Dennett se las ingenia siempre para extender sus preocupaciones filosóficas a nuevos dominios. Así lo hizo con respecto a la inteligencia artificial y ahora lo hace con una aproximación neurocientíficas a la conciencia humana. “Creo que estamos haciendo excelentes progresos. Como en el caso de la biología evolutiva, las nuevas tecnologías nos están inundando con muchos datos. Ahí están las técnicas que permiten visualizar el cerebro de forma no invasiva, y también las técnicas de modelización que permiten explorar los fallos y los aciertos de modelos mucho más complejos que los que se podían estudiar antes”, explica sin arrojar críticas a nadie. No sea que, terminadas las “guerras de la evolución”, comiencen “las guerras de la mente”.
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