RAMOS GENERALES
Lydia Cacho es una mexicana periodista, escritora, activista social y autora de Los demonios del Edén: el poder detrás de la pornografía, un libro publicado este año en el que denunció –tras una ardua investigación que incluyó, por supuesto, entrevistas con víctimas que no se atreven a declarar ante las autoridades– las redes de pornografía y prostitución infantil mexicanas. Había tomado contacto con este mundo años atrás, a partir de su actividad al frente del centro integral para víctimas de violencia Quintana Roo, de Cancún, y a partir de testimonios y pruebas irrefutables fue rastreando un circuito amparado y gestionado por policías, políticos, empresarios y redes de narcotráfico que forzaban a adolescentes, niñas y niños a tener relaciones sexuales frente a cámaras de video. En la tarde del viernes pasado, agentes de la Procuraduría Estatal de Puebla, un Estado a mil kilómetros de Cancún –donde reside–, fueron a buscarla a su casa so pretexto de rebeldía: aducían que ella no había acudido a entrevistas judiciales cuyos citatorios, sin embargo, jamás habían llegado a su casa. Los agentes impidieron la escolta de la Agencia Federal de Investigación que Cacho tiene asignada por las amenazas que se ganó con su denuncia de la red; tampoco le permitieron realizar llamadas telefónicas, llevar su celular o avisar a un abogado. Oficialmente, estaba arrestada, pero su paradero –a pesar de la alerta internacional que incluyó mensajes urgentes de la Red Nacional (mexicana) de Periodistas, la Red Centroamericana de Periodistas y la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género, además del Observatorio para la Protección de los Defensores de Derechos Humanos, que en febrero llamó la atención a las autoridades mexicanas por el caso– permaneció en las sombras hasta el sábado a la tarde, luego de haber sido recluida durante cuatro horas en el Penal de Puebla y haber pagado una fianza al Juzgado Quinto de lo Penal. ¿El motivo? La causa 345/205/V, elevada por difamación e injurias tras la demanda del empresario textil Kamel Nacif Borge, a quien Cacho vincula en su libro con el pederasta Succar Kuri.
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