Vie 05.12.2003
las12

RAMOS GENERALES

El camino de Olga

Durante meses Olga Villalba guardó en su casa un rollo de fotos sin revelar. Eran las fotos de La Dársena, ese monte santiagueño donde había aparecido el cuerpo de Patricia, su hija más chica. Aquel día, justo un mes después de la fiesta de reyes, habían llamado a su casa para avisarle que dejara de buscar a Patricia, que había aparecido, que su cuerpo estaba atado, tendido boca arriba, muy cerca de los restos de huesos de alguien que más tarde sería reconocida como Leyla Bshier Nazar. Así de sopetón, Olga apareció en la causa de La Dársena, la historia del doble crimen que desenmascaró a una de las organizaciones más siniestras de la provincia de Santiago del Estero.
Nueve meses después de las muertes, Olga se acercó al juzgado de La Banda con el rollo de fotos recién revelado. No se lo había dado a ninguno de los tres jueces que habían llevado adelante la investigación. Recién ahora los cedía. Se los cedía a María del Carmen Bravo, la jueza que había decidido meter en prisión a uno de los policías denunciados como represores en el Nunca Más, que era el jefe del aparato de inteligencia de Santiago y que además había sido quien ordenó la ejecución de Patricia.
Hasta el día de esa muerte, Olga no conocía al comisario ni las historias de horrores denunciadas por cada una de sus víctimas. Sólo tenía a una hija muerta. No sabía por qué, no sabía quiénes. Sólo sabía que Patricia trabajaba en una verdulería, que era puntual con su trabajo, que esperaba sentada sobre una vereda cuando llegaba temprano y que cada vez que se iba a pasear o a una fiesta se lo decía. El 6 de febrero no volvió. Seis horas después apareció muerta. Olga buscó un abogado por todo Santiago del Estero. Nadie quería patrocinarla en la investigación. Un día le hablaron de un tal Luis Horacio Santucho, fue a verlo. Luis Horacio la escuchó y aceptó la causa. Más tarde explicó los motivos: “Me conmovieron las lágrimas de Olga”, contó.
En esos meses, esa mujer pasó de las lágrimas a llevar adelante las marchas del silencio, los cientos de caminatas que terminaron haciendo explotar el caso y desnudaron la crisis orgánica e institucional de la provincia. Olga empezó caminando en las primeras filas con una pancarta donde sostenía la cara de su hija. Ahora también lleva la pancarta pero mientras alguien empuja su silla de ruedas. Con esa silla, producto de su misma historia de fatiga, motoriza cada uno de los escraches contra el ex comisario. Ahora sabe quién es, quién fue y los piedrazos que le lanza no son sólo por la muerte de su hija.

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