COSAS VEREDES
A pasos de volverse hito en la historia del tenis, Serena Williams continúa padeciendo los prejuicios del escrutinio público. Ella no se deja amedrentar: se concentra en su juego y recomienda repasar la vida y obra de su referente, Althea Gibson.
› Por Guadalupe Treibel
Tras vencer a su hermana Venus en los cuartos de final del Abierto de Estados Unidos esta semana, la arrolladora estadounidense Serena Williams (33) continúa cimentando una ruta a pura magia y contundencia, con destino final: el de monopolizar los cuatro títulos Grand Slam en la misma temporada. Finalmente, de lograr el triunfo en Flushing Meadows, Nueva York, SW gritaría entonces ¡cartón lleno!, sumando el mentado trofeo a los principales que ya ha conseguido este 2015: el Abierto de Australia, el torneo de Roland Garros y, por supuesto, Wimbledon. Ninguna pichincha: la última en hacerse de la coronita de los cuatro “grandes” en un mismo año fue la alemana Steffi Graf en 1988, hace ya 27 años. Y antes que ella, solo unas pocas: Margaret Court en 1970 y Maureen “Little Mo” Connolly en 1953. Un club selecto, sin lugar a dudas, que la espera con los brazos abiertos y el certificado de “Mujeres que han hecho historia” bajo el brazo. En el caso de Williams, en doble sentido: si le pasa por encima a los últimos escollos y gana el US Open el próximo 12 de septiembre en la pista Arthur Ashe, se acreditará un total de 22 títulos Grand Slam, récord que solo detenta la mencionada Graf.
En este contexto, se explica con creces la petit maravilla de que, por primera vez, las entradas para ver la final individual de mujeres se hayan agotado antes que la final masculina en el mentado Abierto de EE.UU.... La expectativa, a la orden del día. Al igual que los chusmeríos: que tiene un sonado romance con el rapero Drake, que merendó con Kim Kardashian, que la escritora J.K. Rowling la admira tanto que la defiende de trolls en la web... Trolls que se mofan de su “cuerpo de hombre”, en parte fogoneados por periodistas como Ben Rothenberg quien, en un reciente artículo del New York Times, insinuó que ninguna tenista desea tener una contextura tan “masculina” (“Sus rivales podrían intentar emular su físico, pero la mayoría prefiere no hacerlo”). Un horror de pluma altamente discriminatorio, aunque no precisamente novedoso: el cuerpo de la tenista siempre ha estado sometido al escrutinio público.
Sin más, el año pasado, Shamil Tarpischev, presidente de la federación de tenis ruso, se refirió a las hermanas como “los hermanos Williams”; en 2013, Rolling Stone publicó que era “como uno de esos camiones que trituran Volkswagens en espectáculos de deporte”; en 2006, el Telegraph anotó que “el tenis requiere una movilidad a la que Serena no puede aspirar mientras arrastra unos pechos que votarían en otro código postal”; en 2001, Sid Rosemberg escribió que SW debía posar para National Geographic... En fin. “Williams rompió con el torneo de Indian Wells hace 15 años por los insultos racistas que recibió su padre en la grada. Desde entonces, está acostumbrada a que la abucheen en los estadios y la ataquen desde las columnas deportivas (...) La prensa de Estados Unidos admite estas semanas que la falta de reconocimiento a la tenista –y a su hermana, Venus– tiene que ver con la persistencia del racismo en la sociedad”, explica un reciente artículo de El País. Mientras, la negra responde a su modo: subiendo fotos a Instagram donde luce una bikini (sutil modo de mandar a freír churros a cualquier pernicioso pelafustán), o refiriéndose a la mujer que la inspiró en más de un sentido: Althea Gibson.
“Mujeres como Althea Gibson abrieron muchas puertas para mí. Yo, simplemente, estoy abriendo la próxima puerta para la siguiente”, destacó en cierta ocasión Selena, que en 1999 y con apenas 17 años se convirtió en la segunda afroamericana en ganar el US Open. La primera, claro, había sido Gibson. Al año siguiente, era Venus la que se convertía en la primera negra desde Althea en ganar Wimbledon. Finalmente, AG fue una pionera absoluta, primera dama de color en ganar un Grand Slam en la historia del mentado deporte, capaz de romper las barreras que en los 40s y 50s impedían a los afroamericanos jugar grandes torneos en Estados Unidos.
Nacida en Carolina del Sur en 1927, su padre se vio obligado a mudar a la familia a Harlem en la época de la Gran Depresión, donde la peque Althea comenzó a distraerse con ping pong, básquet y, por supuesto, tenis, en espacios de recreación públicos o improvisadas canchas callejeras. Fue en la calle donde el músico Buddy Walker la vio jugar y quedó tan impresionado que le compró dos raquetas y la introdujo en torneos locales. Un año más tarde, ya era una fuerza imparable. Al menos, en el circuito afro, en tanto –racismo y segregación racial mediante– los torneos importantes –y 100 por ciento blancos– no le permitían participar.
En ese sentido y con el discurrir de su carrera, fue clave que Alice Marble, una ex campeona reconocida, de las mejores jugadoras de aquel momento (1950), se expresara públicamente sobre la injusticia de que, aún con talento y probadas credenciales, a Althea se la excluyese de participar en Wimbledon o el Abierto de Estados Unidos. Marble exhortó a las autoridades pertinentes a modificar tan tremenda situación. Y así ocurrió. Controversia mediante, Gibson logró entrar en circuito, alcanzando 11 títulos de Grand Slam, volviéndose referente del tenis femenino mundial. No sin ciertos “sinsabores”: desde ser obligada a realizarse análisis cromosomáticos para corroborar que era una mujer, hasta tener que cambiarse en las propias canchas, amén de estarle prohibido el uso de ciertos vestidos... “Conscientemente, nunca pretendí realizar ninguna cruzada. Sólo intenté dar lo mejor de mí”, ofreció la tenista en el ‘85.
Esta semana, la cadena yanqui PBS estrenó el documental Althea como parte de su serie American Masters, en honor a la “Rosa Parks del deporte”. Serena Williams usó redes sociales para instar a que sus seguidores lo vieran. Y se enterasen acerca de la otra barrera racial que derribó la pionera: la del mundillo del golf. Porque, retirada del tenis, AG probó suerte y, entre 1963 y 1977, disputó 171 torneos, siendo la primera mujer negra en jugar el circuito LPGA. También grabó un disco de canciones, Althea Gibson Sings, por el que participó del Show de Ed Sullivan; publicó la autobiografía I Always Wanted to Be Somedy; se probó como actriz en un film con John Wayne. A pesar de la vida de logros, su última década estuvo signada por el olvido y la pobreza. Y así falleció un domingo de 2003, a los 76 años, a causa de una falla respiratoria. Una vez le preguntaron cómo describía su estilo con la raqueta; luciendo una media sonrisa, Gibson respondió: “Agresivo. Dinámico... Vil”. Ciertamente memorable.
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