RESCATES
Bi Kidude 1910-2013
› Por Marisa Avigliano
El collar es rosa, mostacillas de plástico rosa, usa una túnica blanca y dorada y un turbante, hijab hecho nudo orondo, le cubre la cabeza. Aparece entre los músicos, saluda al público con calma y se acerca al micrófono. Su boca se estira, se abre, Bi ya está cantando. Seguramente está descalza. Los zapatos debilitan, decía cuando le preguntaban si ya había cumplido los cien años. Tengo 113 repetía burlona. La respuesta nunca era una certeza de fechas, no sabía qué día había nacido ni en qué año, sólo recordaba que su papá era vendedor de cocos y que eran “tiempos de la rupia” (la moneda India que Africa usó hasta la primera guerra mundial). Bi Kidude sigue cantando en la película sobe el Afrikafestival Hertme 2009 para delirio de quienes ya la conocen, para los músicos de hip hop que buscan su voz en los amplificadores y para quienes recién descubren a la leyenda de la música del este de Africa. Cuentan que Fatuma Bint Baraka (ése era su nombre) apenas tenía cuerpo cuando nació –un montón de trapos cubrían a una bebé invisible que casi muere aplastada por un tío que se sienta sobre ella– y que todos la llamaban Kidude (cosa pequeña), que tenía diez años cuando cambió horas coránicas por cigarrillos compartidos con varones amigos y poco más de trece cuando escapó descalza de un primer marido impuesto –después también se escapó de un segundo–. La mujer inquieta –con un combinado de Bob Dylan y Nina Simone en la garganta– fue una de las primeras mujeres que cantaron en público en tierra africana (camino antes andado por la cantante de taarab, Siti bint Saad). Ahora el taarab (música con huellas indias, suajilis y árabes) vibraba en el tambor que Kidude se metía entre las piernas mientras dejaba caer el velo que la cubría para cantar a cara limpia, a cara libre. La reina africana de Tanzania murió el 17 de abril de 2013 en su casa en la isla de Zanzíbar. Había recorrido Japón y algunos países de Europa con el tambor y la cultura de su isla, y siempre volvía a casa llena de dinero que repartía entre quienes iban a verla para pedirle sus hierbas balsámicas. Con la misma naturalidad con la que bailaba en el escenario los billetes se despegaban de sus manos. Muy pronto la cantante de las giras occidentales volvía a ser tan pobre como cuando había nacido. Curaba males, curaba el asma, advertía a las mujeres del maltrato de los hombres ridiculizando sus comportamientos sexuales y fueron tan ilustres como ella los diseños que con henna dibujaba en brazos y piernas de novias convencidas. Música de violines, cítaras y laúdes para la voz mitológica de una mujer que se atrevía a cantar en rituales unyagos (durante las bodas)canciones provocativas. Dicen también que su repertorio era escueto, que repetía versos, confundía estrofas e improvisaba ceremonias de iniciación. Cantó durante más de cincuenta años en los que logró,como si con sus manos huesudas arrastrara toda la fuerza de la naturaleza, ensamblar taarab y pop británico. Su entierro fue cuestión de estado y reunió a figurones célebres impasibles que despedían al premio Womex 2005 con miles de devotos desconocidos que llegaban a la puerta de su casa y lloraban su muerte. Un cambalache regado por una tormenta monzónica que cubría de barro los zapatos de lujo y del que Bi se hubiera reído cantando y haciendo música al ritmo de sus pies descalzos.
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