Virginia Creimer es médica forense. Investiga las huellas de la violencia institucional en los cuerpos de las personas detenidas. Especialista jerarquizada en Medicina Legal y Clínica Quirúrgica, recorre el país para develar aquello que quiere ser ocultado: cómo torturan las fuerzas de seguridad. El sábado pasado salió durante un rato y al volver, encontró un cuchillo con sangre clavado en la puerta de su casa, en La Plata. “Si el objetivo era aterrorizarme, lo lograron, si el objetivo era detenerme, no, no lo lograron”, dijo esta profesional de 46 años, que en 2004 certificó las torturas con golpes y picanas a Cristian López Toledo, en la Unidad 9 de La Plata, que intervino en la causa de Luciano Arruga y realizó pericias determinantes en numerosos casos.

Cada vez, le toca desmontar la versión oficial de las policías. Lo mismo hizo la semana pasada, en el juicio oral por el secuestro y asesinato de Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereira Rossi, el 14 de mayo de 1983. Creimer hizo una relectura de las pericias realizadas entonces por las fuerzas de seguridad y desmontó la teoría del enfrentamiento que sostienen las defensas de los doce represores imputados, entre ellos el ex presidente Reynaldo Bignone y el ex comisario Luis Patti. Los militantes montoneros fueron secuestrados en el bar Mágnum de Rosario y asesinados en Lima, provincia de Buenos Aires.

Creimer declaró con toda su solvencia profesional. Su currículum refulge. Entre otros títulos, es docente por concurso en la cátedra de Deontología Médica y Medicina legal de la Universidad Nacional de La Plata, integra la Dirección de Apoyo Técnico a las Investigaciones Fiscales y es directora Técnica de la Red de Ciencias Forenses de la República Argentina.

Sufrió varias amenazas. El año pasado, le destrozaron el auto y hasta descuartizaron a su perro. “Esta vez fueron a las entrañas, encontrar el cuchillo clavado en la puerta de mi casa es como si me lo hubieran clavado a mí”, dijo. Su hija dormía adentro.

“Treinta años de militancia, tres hijos de hierro, un marido incondicional”, escribió el mismo sábado. Ese día, su hija le dedicó un poema: “Mamá va a pelear por todxs./ Y nosotrxs vamos a pelear por ella./ Por Cambiaso y Pereyra Rossi./ Por Arruga./ Por Garrido./ Por Ferrón, Bina y Forza./ Por Mara Matheu./ Por Cristian López Toledo./ Por las madres y abuelas de la Plaza./ Por las madres y los padres de hierro./

Por cada pibe y piba, en cada cárcel del país./ Por cada hombre y mujer que suicida la policía./ Por cada niño y niña víctima de abuso sexual./ Así nos callen, así nos suelten la mano”, dice el texto que le dio fuerzas a la perito para denunciar públicamente lo ocurrido.

Virginia Creimer vivió más de una situación violenta. Una vez, en el penal de Magdalena, cuando quiso salir después de revisar a los internos, un guardiacárcel le dijo: “Ay, doctora, hemos perdido la llave”. “En esos momentos, por más que por dentro tiemble el corazón, una tiene que parecer más dura de lo que es, porque si se deja pasar por arriba, las condiciones son de no retorno”, describe. Con arrogancia, respondió: “Búsquela, porque si no las consecuencias que va a tener con sus superiores, no le van a gustar”.

Para ella es también una cuestión de linaje: es la orgullosa nieta de Matilde Kirilovsky de Creimer o Matilde Alba Swan, primera abogada mujer de la Universidad de La Plata, que también fue poeta. “Mi abuela dedicó toda su vida a proteger a los niños y niñas, en esa época todavía se los llamaba menores, y a los locos que estaban privados de su libertad en distintas instituciones mentales. Mi madre no escapó a eso: fue subsecretaria del patronato del menor de la Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires. En mi familia, ser mujer y ser militante no pasa por un partido político sino por una forma de vida”, dice Creimer sobre aquello que la impulsa a seguir mostrando las verdades que gritan los cuerpos torturados.