EXPERIENCIAS
El ejercicio plástico-teatral de Liliana Porter en El orden de las cosas teje relaciones azarosas que lastiman pero también curan.
› Por Alejandra Varela
Un mago falso, un truco que es pura torpeza desmesurada no hace más que potenciar la idea de actuación como ese impulso irrefutable y fascinante, capaz de construir una narrativa que despeja por un momento la anécdota que la sostiene. Es como un episodio de cine mudo. Pequeños manchones absurdos que tienen lugar en un museo. El cuadrado blanco de un sótano parecía llamar a Liliana Porter. La mujer que ha construido instalaciones con muñequitos comprados en mercados y free shop para sacudirles el alma, para encontrar en ellos alguna expresividad que se suelte en el contraste excesivo de dimensiones, necesitaba del teatro para hacer el camino inverso de Tadeuz Kantor. No crear la ausencia de vida en escena a partir de un maniquí, como declaraba el artista polaco, sino hacer que la vida salpique con toda su ingenuidad.
Porque hay algo extrañamente inocente en el mundo de Porter que ella se dedica a perfeccionar como si se tratara de una materia filosófica. Si en la serie de Los trabajos forzados hacía de la masacre laboral una disposición casi infantil de objetos en tensión que se leía en clave política, en este segundo desembarco en el teatro, con El orden de las cosas, Porter también hace del contraste, de la relación azarosa entre fragmentos, una dinámica emocional. “Las escenas, teóricamente, se potencian unas a otras.” Explica Porter sentada como una figura pequeña en la inmensidad helada del salón: ”Hay una escena muy dramática y después viene otra que te cura. Yo parto de la base que la realidad en sí es muy dramática, si una decidiera ser muy consciente de todo lo que pasa estaría loca. Una se asombra cuando alguien se muere porque no sabemos muy bien de qué se trata, hay un montón de cuestionamientos que no se han resuelto, cada uno se arma un orden. A mí me gusta cuando se juntan los contrarios, lo dramático y lo gracioso y la posibilidad de hacer simultáneas cosas contrarias. “
Liliana se ríe en cada una de las pasadas como si la escena no le perteneciera y de ese modo celebra el bello proceso de pensar mientras se diseña el hecho teatral. Porque su presentación forma parte del ciclo El borde de si mismo, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, donde la plástica y la dirección teatral deben derramar ensayos para que el público se encuentre con esa etapa que normalmente le estaría vedada y esa alteración de los tiempos, ese mostrar algo que todavía no ha llegado a su culminación pero que no está despojado de espectacularidad ,lleva a que el teatro siga armando una partitura que lo empuja a reflexionar sobre sus procedimientos, a tomarse como tema de trabajo, como motivación dramatúrgica.
Un joven pinta de azul una silla destruída. La mansedumbre de esa tarea como única acción después del vendaval es propia de una mirada que encuentra en los objetos un sentido, un recurso para hacer tolerable la tragedia a partir del candor.
El concepto de ensayo que invoca el ciclo, también tiene que ver con la articulación de situaciones diversas que habitan el lugar común impuesto por lxs artistas y que en el caso de Porter es un montaje, como si el espectador que permanece quietx en su lugar, recorriera el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y se topara con un lenguaje, con esa escritura que Porter encuentra en el devenir de objetos y actores.
“Lo que tiene de lindo el museo es que te da la posibilidad de armar el espacio. Como no hay foro me gusta la idea de que los actores están en escena siempre a la vista y los objetos están ahí y tiene desafíos porque el sonido reverbera porque no es un teatro pero eso te obliga a buscar soluciones y a hacer algo diferente a lo que harías en otro espacio. A mí me viene bárbaro porque me gusta el espacio vacío, el blanco lo uso mucho, es casi como un sinfín cuando voy a sacar una foto. “
El mundo de Porter es un laboratorio en miniatura donde ella se involucra con una naturalidad que desconcierta. Opera en ella una destreza para hacer de la realidad algo abarcable, como si se tratara de un manojo de juguetes que mientras cambian su orientación, mientras soportan la mirada humana, destilan una inquietud que jamás abandona su destello amigable.
El orden de las cosas. Hoy a las 20; mañana y el domingo a las 16 y 18.30 horas.
En Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Avenida San Juan 350.
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