Vie 02.10.2015
las12

ARTE

Dibujame tu vida

Los diarios íntimos de las dibujantes Sol Otero y Paola Gaviría recorren lo cotidiano entre el humor y algunas confesiones que desnudan sus dibujos y reflejan los entornos más próximos magnificados, como si se tratara de una gran montaña rusa. De estas y otras estrategias para salirle al cruce a la vida se tratan La pelusa de los días, primer libro de Otero que acaba de publicar en Barcelona Ediciones La Cúpula, y Diario de Power Paola, de Gaviría, una apuesta exitosa de Editorial Jellyfish.

› Por Marina Yuszczuk

Hay muchas formas de pensar la vida. Se la puede concebir como una serie de eventos más o menos afortunados, esos que van pautando el paso de los años entre muertes y nacimientos, cambios de pareja, grandes ciclos que empiezan y terminan, y quedan registrados en las fotos para las que todxs posan. También, como una suma de pequeñas minucias cotidianas que nadie va a recordar en el futuro pero conforman la materia prima de los días (me corté el pelo, discutí con el carnicero, encontré una cucaracha en la cama), esa que a veces nos aburre (“¡No pasa nada!”) y otras nos llenan de placer. O como una materia todavía más volátil, la de la vida mental, esa que, estemos despiertxs o dormidxs, va escribiendo una historia más difícil de explicar y de captar pero que para muchxs conforma la única vida verdadera.

Desde que la modernidad trajo el invento de los diarios íntimos fue posible, aunque unx no fuera el protagonista de ninguna novela, registrar lo cotidiano dándole el estatuto de una serie de episodios en la novela de la vida. Claro que se trataba, en el fondo, de un modo de autoconocimiento, una inmersión mediante la escritura en ese “yo” que pasó a ser –y lo sigue siendo todavía- la gran estrella. Los diarios de escritores, más o menos famosos, no tardaron en multiplicarse y ya en el siglo XX se sumaron los de historietistas dedicados a plasmar, en una tira o hasta a veces en una sola imagen, esa mínima porción de vida a la que podría dejarse escapar tranquilamente, como una pelusa, o recogerla para darle sentido entre tanto sinsentido cotidiano. Entre los más recientes están La pelusa de los días, de Sole Otero, y El Diario de Power Paola, de Paola Gaviría, libros que eligen registrar lo mínimo junto con los grandes eventos entre el humor y la elocuencia de los dibujos mudos.

Pelusas a granel

Sole Otero nació en Buenos Aires en 1985 y creció con los libros de Mafalda y Astérix. Ya de grande se recibió en Diseño Textil por la Universidad de Buenos Aires y actualmente hace distintos trabajos como ilustradora freelance que incluyen libros infantiles como A fada sonhadora, de Nana Toledo, o Ni se te ocurra, de Liza Porcelli Piuzzi. La pelusa de los días es su primer libro y acaba de ser editado en Barcelona por Ediciones La Cúpula. En la tapa, Pelusa, el personaje que da nombre al libro y al concepto, el mismo que Sole Otero anima con economía y expresividad a montones, se acuesta sobre una montaña del mismo elemento que es casi un personaje más, y se la ve feliz. El dato puede ser desagradable pero se dice que la pelusa está compuesta mayormente por restos de piel humana, pelos de personas y animales, restos de fibras de la ropa: en fin, nada más literal para imaginar esos fragmentos que vamos soltando cada día sin notarlo y en los que podría leerse algo sobre lo que somos, lo que nos ponemos, con quiénes vivimos. Es esa misma materialidad la que da nombre a Pelusa, protagonista de Sole Otero que se encarga desde la primera tira de aclarar: “La autora y yo no somos la misma persona”.

Montada en este personaje diminuto que se le parece en varios puntos pero no se termina de identificar con ella misma, Otero generó una especie de diario semi-ficcional, amasado con sus propias experiencias y las de amigos y conocidos: algo así como el diario de una observadora del entorno más próximo, de esa cotidianeidad que ciertos tipos de trabajos permiten atender con especial cuidado. En ese mundo compuesto de fragmentos, instantes, episodios en la vida de una chica de treinta que trabaja como freelancer, comparte un dos ambientes con un novio y un gato, tiene una madre real y otra mini-madre que no termina de sacarse de la cabeza como toda hija, la unidad mínima es cualquier evento que puesto bajo la lupa merezca algún tipo de registro o comentario, sobre todo porque –y la autora parece saberlo- esos episodios tienden un hilo finísimo hacia las experiencias de los otros. Así desfilan por las páginas de La pelusa de los días los viajes en transporte público por la ciudad, la convivencia extraña con los objetos y ciertos huéspedes inesperados que aparecen para espantar en cualquier casa, las formas de dormir, comer, abrigarse y en general, organizar la vida, porque aunque uno sea “su propio jefe”, los modelos internalizados en la escuela o en trabajos previos, la cultura del trabajo que no se termina de dar por vencida, trabajan cierto grado de culpa en el corazón del que no se quiere levantar temprano.

Otero encara con humor las particularidades de esta fauna urbana que está en conflicto permanente con las generaciones anteriores, consigo misma (neurosis mediante) y con la extraña condición de estar terminando un trabajo en la computadora mientras de reojo se atisba una montaña de platos por lavar, pero también tiene un ojo puesto en lo específico de ser una chica en una ciudad donde de pronto un extraño puede mostrar más de lo que una desea ver, o se practica el curioso deporte de mirarse la cola en el espejo para acusar recibo del paso de los años. Cuando los días –que son la mayoría- transcurren entre la domesticidad del trabajo en casa, o la monotonía de una oficina, o las horas larguísimas del estudio, tener una relación un poco excéntrica con lo normal magnificado, como le pasa a la diminuta Pelusa, puede ser una de las formas más sagaces de supervivencia.

Vaivenes de amor

El Diario de Power Paola, nombre artístico de Paola Gaviría, nacida en Ecuador en 1977, fue una apuesta de la Editorial Jellyfish que llegó después de Virus tropical, la novela gráfica con la que Paola debutó relatando su vida desde la panza de la madre hasta la adolescencia. Más amplio y experimental de lo que su nombre puede indicar el Diario, que en otros puntos cumple a rajatabla con el género, se abre con varias páginas de dibujos sin texto en las que los que van a ser sus protagonistas –la ilustradora y su pareja- aparecen retratados entre los vaivenes de una relación amorosa: fundidos en un mismo rostro, o desnudos con una planta creciendo en el medio de los dos, el modo elegido para retratar a la pareja no es el típico “Nos conocimos en…” sino esas formas íntimas de imaginarse juntos. Después sí, se los verá visitando Buenos Aires para reunirse con Liniers, firmar libros en una feria y juntarse a dibujar con amigos. Esta sección es en rigor el diario de una artista y se organiza entre los eventos culturales o comiqueros que reclaman a la autora, relativizados con humor (“¿Cómo te fue?” le pregunta Liniers al volver de la feria. “Un éxito rotundo: firmé dos libros”), las entrevistas y presentaciones de libros, los choripanes en la Costanera y lo mejor, el trabajo.

Pero el Diario parece buscarse a sí mismo y después, concluido este viaje, un cartel que abarca toda la página afirma rotundo: “LA VIDA ESTÁ EN OTRA PARTE”. No parece que Power Paola tenga alguna certeza con respecto a dónde estaría la vida entonces, pero por eso mismo se entrega a eso misterioso que los dibujos pueden decir sin palabras, eso que emite vibraciones directo al centro de la mente. Lo que sigue es una secuencia llamada “La serpiente”, en la que una mujer desnuda, como una Eva despistada, se deja rodear por una serpiente con la que empiezan un movimiento de inclusión mutua: una adentro de la otra, entre el sexo y la muerte, esas imágenes preceden y se mezclan con una visita al padre moribundo en el hospital. No hacen falta demasiadas palabras para hacer entender la experiencia de esos días, pero un retorno del formato diario constata: “Llevo 18 días acá. Mi papá está en una montaña rusa, a veces pienso que va a vivir unos meses más y otros días pienso que mañana no va a amanecer”. Tampoco hace falta mucho –las páginas anteriores lo hicieron visible- para darse cuenta de que la autora también está en una montaña rusa, una que tiene forma de serpiente y en la que la vida, la muerte y el renacimiento se juegan no sólo para el padre.

Como su protagonista (que confiesa en un dibujo desde el interior de una espiral, “Otra vez me perdí”), el diario se pierde y se vuelve a encontrar, muta en collages donde los eventos, frases dichas u oídas y citas de canciones participan en un montaje con los eventos más triviales del día, como limpiar la casa. O replica algo así como las ondulaciones de la serpiente que ilustra la tapa y contratapa, esa que sostiene sobre la lengua una muñequita que bien podría ser la autora o cualquier sujeto que esté entregado al movimiento de los días, para finalmente transformar la idea de diario. “¿Dónde está la vida?” puede ser la pregunta que vertebra esas evoluciones, y como variante, la pregunta por la forma de existencia más deseable: “¿Dónde está el paraíso?”. Algún tipo de respuesta parece asomar cuando casi al final del libro, después de un viaje a Brasil para participar en una residencia de dibujantes, la autora vuelve a su casa, que es también su hogar, “con la sensación de haber estado en el paraíso pero prefiero estar acá”.

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