RESCATES
Greta Schröder 1892 – 1967/1980¿?
› Por Marisa Avigliano
“Él viene a mí cada noche /No quedan palabras para decir/ Con sus manos en mi cuello /Cierro los ojos y me dejo llevar /No sé quién es él /En mis sueños él existe/Su pasión es un beso/ Y no puedo resistir /Te espero aquí/No mueras antes que yo/ Te espero aquí/ No mueras antes que yo” canta Rammstein mientras las imágenes en blanco y negro de Nosferatu –la sinfonía del horror que dirigió Friedrich Wilhelm Murnau en 1922– se reeditan con los dedos y los ojos de Malkovich y la respiración Dafoe. La historia de Transilvania prueba pantalla y una vez más el blanco y negro convida inmortalidad prematura. En las copas hay sangre y en el relicario, la cara de una mujer. Esa mujer es Ellen Hutter, dama de cuello con perfume a Bram Stoker y amor inmolado del conde Orlock. Ellen es Greta Schröder, la actriz del imperio alemán que el vampirismo celebra –se llamaba Margarethe cuando nació en la Düsseldorf atravesada por el Rin– y heroína perpetua de la sangre que la boca anhela. Los años veinte filmaron su cara medrosa protegida entre rulos cerrados (era una columna inalámbrica de bigudíes, tres de cada lado, a veces cuatro), como emblema de una femineidad jadeante. Debutó en 1913 en Die insel der Seligen (La isla de la Santísima) la última película muda de Max Reinhardt, entre ninfas, faunos y demonios del agua, y después fue la jovencita de la rosa en The Golem (1920), la historia de un rabino y su obra de barro en la Praga del siglo XVI, dirigida por Paul Wegener, segundo marido de Greta y con quien vivió hasta que él murió en 1948. Antes se había casado con el bailarín y coreógrafo húngaro Ernst Matray.
Pero fue su personaje de Ellen Hutter, la mujer de Thomas Hutter en una de las mejores películas que el terror nos ha dado, el que la dibujó eterna. Un carruaje fúnebre y un barco mortuorio escoltan los pasos del martirio devenido en sexualidad y deseo. Decorados expresionistas, ojeras zanja, labios tan intensamente rojos como el blanco y negro puede evocar y los ojos helados de Greta auguran temblores difíciles de olvidar.
En 1923 fue Antonia Bianchi (convertida en Antonia Paganini) en la película que Heinz Goldberg filmó sobre la vida del violinista genovés. Después la vampira alemana dejó de ser la insignia pálida del castillo y tuvo algunas pocas apariciones más en películas perdidas (seis o siete). En 1954 llegó la última. Final de tiempo para cubrir horas de maquillaje y pruebas de vestuario. Final de tiempo para camisones cristalinos y primeros planos enamorados. En el turno de la noche, como en una guardia sin nombre la vistieron de extra y fue una enfermera en Circus girl, de Veit Harlan.
“Si la sangre ha corrido el peligro ha pasado” dice un refrán árabe que desconoce el sabor de la mordida. Greta en cambio aseguraba haberlo conocido y no callaba las voces que declaraban que ella misma era un vampiro y que había sido Max Schreck (el conde Orlok de Nosferatu) quien le había clavado sus colmillos durante la filmación. Greta muerta, Greta vampira borró posibilidad de certezas a la hora de dar una fecha de muerte. Para algunos Greta murió en 1967 en Austria y para otros en 1980 en Berlín. Virtudes que sólo consiguen las almas de los cuerpos que se esconden de los rayos del sol.
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