COSAS VEREDES
La semana próxima se estrena el film Sinsajo-Parte 2, última entrega de la saga Los Juegos del Hambre. Fenómeno global que –entre sus varios logros– destronó el prejuicio de que las heroínas no venden entradas. Y volvió a Katniss Everdeen, su protagonista, una referente insoslayable. Los motivos, a continuación (sin spoilers, por amabilidad).
› Por Guadalupe Treibel
La revolución sí será televisada. En verdad, proyectada en su cine amigo a partir de la semana próxima, cuando la Chica en Llamas atraviese el último muro de fuego y, en honor a la simbología medieval, acabe por purificar ya no una voluntad pía sino el designio que la corone reina del cine de acción (o el thriller político, a elección). No sin hacerse de unas dolorosas quemaduras en el ínterin, dicho sea de paso. Finalmente, la reticente heroína menos le debe a la voluntad sacra que a la voluntad propia; y a esa puntería excepcional, digna de las más afanosas amazonas… Sí, sí, sí: Katniss Everdeen está por librar la batalla final en su universo distópico, mal que le pese a los millones de aficionados, un cachito desinflados por despedir a la saga que les dio un saludo (de tres dedos levantados), un símbolo revoltoso (el silbido de Rue), un excepcional role model femenino, tres libros de entretenida lectura (gracias, Suzanne Collins), cuatro cintas (adaptación de los libros), inspiración para cientos de miles de fanfictions, etcétera. Sin mencionar los estereotipos destronados: que los productos Young Adult no interesan a públicos adultos; que las mujeres solo gustan degustar comedias románticas; que los films de acción estelarizados por muchachas van a pérdida… Pues, de cara a los récords de recaudación y al hecho –certificado– de que KE es la heroína más taquillera de la historia del cine, sobran las palabras.
Sobran también las “excentricidades”. Después de todo, tan hondo ha sido el fervor por Los Juegos del Hambre que incluso universidades varias de Estados Unidos –la American University, de Washington, entre ellas– han comenzado a dictar materias como “Hunger Games: Class, Politics, Marketing” para entusiasmar a la estudiantina. Tan hondo el sentimiento de identificación que jóvenes manifestantes tailandeses usaron el icónico saludo de tres dedos en las sonoras protestas de 2014 contra el nombramiento del general golpista Prayuth Chan-ocha como nuevo ministro, y varios acabaron tras las rejas al denunciar la falta de libertades. Por supuesto, honda además ha sido la desesperación de la compañía Lionsgate por continuar recaudando billetes gracias a la saga, y en esa línea va la flamante novedad: el venidero parque temático anunciado los pasados días, que tendrá sede en Atlanta, Estados Unidos, donde buena parte de la franquicia fue filmada. Con fecha de inauguración prevista para 2019, hay modo de paliar la espera: visitar el (otro) parque, en Dubái, que abrirá puertas en octubre del año próximo y –lejos de cimentar una arena para que niñatos se batan a duelo– incluirá la panadería de Peeta Mellark, el Hob (mercado negro del Distrito 12), montañas rusas, disfraces…
Pero ¿se justifica tanta exaltación? Pues, se justifica. Empero, antes de indagar en razones, petit sinopsis para los recién llegados: en tres entregas (Los juegos del hambre, En llamas y Sinsajo), Hunger Games cuenta el cuento de Katniss Everdeen (encarnada en cine por Jennifer Lawrence), una muchacha de 16 que vive en la EE.UU. de un futuro incierto, antiutópica, dividida en 12 distritos y el Capitolio, donde rige el dictador Coriolanus Snow (dato extra: todos los malvadillos tienen nombres de circo romano). Para mantener a los distritos pobres a raya, el tirano elige –por sorteo, no vaya a ser cosa– a chicuelos, los mete en una arena hi-tech, los obliga a matarse entre ellos y transmite el “juego” por tevé (colmo del reality show). Hasta que, por el azar de los novelones, sale sorteada Prim, hermana prepúber de Katniss, y nuestra heroína da un paso al frente, haciendo las veces de voluntaria. Gesto insólito que devuelve la esperanza a los conciudadanos sometidos y así se enciende el primer chispazo de la revolución.
Revolución que, tras tres films y tres largos años, finiquitará la semana próxima, cuando KE dispare su flecha final en pantalla grande. Y, así, de por cerrada una saga que lo tuvo todo: críticas a la sociedad de control orwelliana, a la política de la espectacularización, al belicismo, a la obsesiva cultura celebrity, al corporativismo, a la opresión, a los últimos estadios capitalistas…; un mensaje genuinamente fraterno (¡y antes que Frozen!); personajes femeninos fuertísimos (las mujeres combaten, salvan, presiden, conspiran o meten la pata a la par que los varones, de igual a igual y ¡con la pilcha puesta!); intereses románticos torcedores de tontas convenciones (el chico hace pan, la chica caza; el chico se maquilla, la chica caza; el chico expresa gustoso sus sentimientos, la chica… caza). Y la tuvo a ella, la empoderada Katniss Everdeen, una piba cabeza dura, de a ratos confundida, abstraída, enojada, que padece estrés postraumático, que desconfía de todo mundo, que vive en constante estado de negación, que le frunce el ceño al matrimonio y a las pompas. En fin, una piba con convicciones, contradicciones y quilombos, como cualquier otra. Pero que, como ninguna, le pone el pecho a las balas, movida por sus seres queridos, por un sentido ético superior (nunca aleccionador), por clemencia, por humanidad. En fin, la semana próxima KE se jugará la última batalla, pero la revolución la ganó el primer día, cuando devolvió al cine la heroína que tanto necesitaba.
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