VIOLENCIAS
Luciana Lago denunció más de treinta veces a su ex pareja, el policía Marcos Gastón Alonso, por violencias reiteradas contra ella y su hijo. El usó todos los recursos de la fuerza para hostigarla y desmentir sus dichos, sumergiendo la causa en una bruma que hasta el día de hoy, cinco años después de separada, le pide pruebas a ella y exonera al victimario. Mientras tanto, la Justicia le exige a Lago diecisiete testigos para llevar a Alonso a un juicio penal.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Hace poco, Luciana Lago fue invitada a un encuentro de trabajadoras bancarias que se hizo en Sierra de los Padres. Allí ofreció una charla sobre el Día de la Mujer y el rol de la misma a través de la historia. Todas aplaudieron encendidamente la exposición sin conocer la historia más importante: la de ella misma. “Mi vida es juntar evidencias, contratar psicólogos y pensar estrategias para demostrarles a jueces y fiscales que no estoy loca”, resume la joven marplatense de 34 años que se dedica a la docencia.
Luciana ya era Licenciada en Ciencias Políticas cuando conoció en 2007 a Marcos, un oficial de policía. Durante el primer año, la relación era normal. O eso creía: a veces, un hecho se presenta como aislado, aunque en el fondo se trataba de la exteriorización de una problemática que venía macerándose con anterioridad. Sucedió una noche, mirando la tele. El programa presentaba a unas chicas trans y Marcos se desencajó. “No quería que mirara eso y se puso loco. Me quise ir, rompió una puerta a golpes y me amenazó con vaciarme el cargador”, dice ella. Al otro día se fue a lo de sus padres.
Poco después de su partida, Marcos la fue a buscar. Llorando, le prometió cambiar. En el medio, ella descubrió que estaba embarazada. Volvieron, pero las cosas no mejoraron. “Puta, travesti, no servís para nada”, recuerda Luciana que él le decía en las discusiones. Una amiga de Santa Teresita le ofreció refugio. La primera señal de que no iba a poder irse muy lejos la vio en el propio colectivo: Marcos estaba escondido entre los asientos. Aun hoy Luciana no sabe cómo fue que su ex se enteró del viaje.
“Quise tener una familia”, reflexiona ella acerca de lo que la motivó a volver a vivir con Marcos, quien la persuadía comenzando un tratamiento psicológico. Juntos construyeron una casa en Vidal, a 60 kilómetros de Mar del Plata. Al año y medio se casaron, aunque los padres de él no fueron a la ceremonia. “Me despreciaban por mis ideas”, explica Luciana, que milita en el PTS, uno de los componentes más troskistas del Frente de Izquierda y de los Trabajadores.
Para ella, el infierno tiene fecha: 24 de diciembre de 2010. Después de preparar la comida de Navidad durante todo el día, se negó a la inesperada propuesta de ir a cenar con sus suegros. Marcos quiso pegarle y la terminó defendiendo su cuñado. “Automáticamente planifiqué mi huida”, dice Luciana. Tenía 40 pesos en la billetera y escapó como pudo. Lo recuerda sin eufemismos: “Fue el peor día de mi vida”.
“A partir de ahí, comenzó a usar recursos de la policía para hostigarme”, asegura Luciana, quien radicó más de 30 denuncias. Marcos, que progresó en la fuerza hasta ser jefe del destacamento de Mar Chiquita, lo niega enfáticamente. “Fueron solo diez”, se defiende. Según ella, la perseguía con patrulleros. Marcos dispuso de innumerables herramientas hasta septiembre, cuando fue marginado del cargo. Tanto él como el intendente de aquella localidad venían siendo blanco de distintas pintadas callejeras. “Delincuentes”, “transas” y “coimeros” fueron algunos de los calificativos que los anónimos denunciantes les dedicaron a lo largo de las paredes marchiquitenses. Los acusaban de ser indiferentes ante los numerosos hechos delictivos que se multiplicaban el partido de poco más de 20 mil habitantes que también incluye a Santa Clara del Mar.
Lo que nadie conocía era esta otra historia. La que ahora Luciana quiere hacer pública a viva voz. Según ella, los maltratos no eran sólo patrimonio de Marcos: la joven acusa a su ex suegro, también policía, de golpearla en la puerta de su casa. Y de efectuar disparos al aire en el cumpleaños del niño. Tal era su forma de manifestar sentimientos. “No quiero verlo, tampoco que lo vea mi hijo, aunque lo que corresponde es que él decida. Es una situación dura y difícil para todos”.
Después de desfilar por pasillos judiciales sin éxito, la fiscal marplatense Graciela Trill accedió a su pedido después de escucharla llorando en los pasillos de un tribunal. Le dio un Botón Antipánico y ordenó una restricción de acercamiento para Marcos. Como la violencia de género no está tipificada por sí misma como delito, traccionó la causa por Tentativa de Homicidio tras una amenaza de muerte. Pero eso no basta: “Hay que comprobar el hecho. Estas cosas normalmente no ocurren ante la presencia de testigos”, observa la fiscal. A Luciana le pidieron reunir 17 testigos que ofrecieran declaraciones testimoniales para que la causa derive en un juicio penal. Le falta uno para llegar a la cifra exigida. En la Quiniela, ese número representa la desgracia.
Luciana hace terapia en la Secretaría de la Mujer de Mar del Plata. Ahí escucha otros casos. Todos parecen hablar de ella. Es que la violencia no tiene cara. Se manifiesta en un número estadístico que despersonaliza a las víctimas: “La Justicia no funciona mal conmigo; funciona mal con todos los casos de abusos y violaciones”, sostiene. “Hasta que no te lastimen o te maten, no pasa nada”. Y nombra el ejemplo de Natalia Mellman, la chica de Miramar violada y asesinada en 2001 por efectivos policiales. La madre de Natalia es quien incentivó a Luciana a hacer público su caso. Lo hizo en la marcha de #NiUnaMenos y en el reciente Encuentro de Mujeres de Mar del Plata, donde expuso su historia. También dio charlas en la UBA y acaba de terminar su primer libro. En él, sigue profundizando en el rol de la mujer a través de la historia en paralelo con la violencia de género. “Quiero salir de esto, resguardar mi vida y la de mi hijo. Creo que esto también contribuye a ayudar a otras chicas que padecen la misma situación. Este sistema nos hace desaparecer día tras día no sólo por hombres violentos sino también por una burocracia institucional machista que te cansa y te asusta para bajarte los brazos. Pero yo prefiero hacerlo público”, arremete Luciana.
Otras personas de su entorno, en cambio, le sugieren bajar el perfil. Creen que lo más conveniente es no exponerse tanto. Naturalmente, temen por ella. Y la obligan a la insólita situación de tener que excusarse: “Al hacer pública mi historia, desnudo mi vida para luchar contra todo un sistema. Y para que no me mate mi ex. Pero no me hago la víctima. Sólo quiero vivir tranquila. Sólo busco un poco de paz para poder salir pronto de este calvario”.
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